Por Elizabeth Peger/El Cronista.-
El segundo paro nacional contra la administración kirchnerista fue todo lo que esperaba el sindicalismo opositor y un poco más. La paralización total del transporte público y las decenas de piquetes y cortes de ruta magnificaron los alcances de la protesta, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires y los grandes centros urbanos, donde las calles desiertas y la falta de actividad colorearon una jornada que se vivió como un típico domingo. La pragmática alianza sellada por Hugo Moyano (CGT Azopardo), Luis Barrionuevo (CGT Azul y Blanca), Pablo Micheli (CTA disidente) y los estratégicos gremios de transporte de La Fraternidad y la UTA celebró exultante la contundencia de la huelga y exigió al Gobierno interpretar el mensaje de desencanto y la bronca social que expresó la medida.
La amenaza de una escalada de conflictividad si no hay respuestas fue la conclusión implícita.
Pero el Gobierno estuvo lejos de mostrarse interpelado por la magnitud del paro. Más bien todo lo contrario. El discurso oficial ubicó la protesta en la dimensión de la excepcionalidad (machacando sobre supuesta inestabilidad de la heterogénea sociedad sindical que motorizó la huelga), insistió en la lógica de su carácter político y minimizó su impacto al explicar exclusivamente la contundente adhesión a un efecto directo de los piquetes y bloqueos con que organizaciones de izquierda acompañaron la medida. Es un gran piquete nacional con paro de transporte, definió el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, que ofició como principal vocero del Ejecutivo frente a la medida, mientras la presidenta Cristina Fernández optó por permanecer todo el día en Olivos, donde mantuvo encuentros con diversos funcionarios.
En línea con esa actitud, la única decisión del Gobierno fue ayer la de disponer la quita de subsidios a las empresas de transporte que no garantizaron los servicios.
No obstante, en ámbito sindicales se esperanzaron con la posibilidad de que el paro apure una medida por la rebaja de Ganancias sobre los salarios, que el Ejecutivo ya tiene en estudio.
La reacción gubernamental fue leída como una muestra de debilidad entre los jefes de sindicalismo opositor. Para Moyano, Barrionuevo, Micheli y compañía, el éxito del paro les ofreció una oportunidad casi única de hacerse de un protagonismo central en su ofensiva contra la administración kirchnerista y a la vez ganar terreno en la interna sindical al asestarle un duro cachetazo a la CGT oficial de Antonio Caló, golpeada por la impactante protesta.
El pueblo se expresó, sintetizó un eufórico Moyano que calculó que la adhesión al paro se ubicó en promedio en un 90%. Durante la conferencia de prensa que sirvió como balance de la medida y rodeado por Barrionuevo y Micheli, el camionero insistió en que en el conjunto del país ha sido una jornada importante, que demuestra que estábamos interpretando lo que quería la gente, la bronca y el desencanto, remarcó.
Replicó al mismo tiempo los argumentos con que el Gobierno intentó minimizar la huelga y dejó abierta la puerta a una profundización del plan de lucha contra las políticas de ajuste que atribuyó a la gestión de Cristina. Micheli, a su vez, acusó al Ejecutivo de promover una campaña furibunda contra las organizaciones que convocaron la protesta, mientras el gastronómico, principal destinatario de las críticas de Capitanich (lo llamó nuevo líder de la izquierda) y otros funcionarios, la emprendió contra parte de los periodistas presentes en la rueda de prensa y rechazó contestar preguntas no relacionadas con el paro.
Las bromas que intercambiaron los tres dirigentes y el intento por mostrar en público cierta comunión lejos estuvieron de aplacar los cruces y chicanas que se sucedieron durante toda la jornada entre los principales promotores del paro, situación que abre interrogantes sobre la estabilidad en el tiempo del entramado gremial opositor.
La contundencia del paro fue evidente en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, donde no funcionaron los trenes, colectivos y subtes (tampoco hubo vuelos), lo que sumado a los piquetes paralizó casi por completo la actividad. Salvo por un cruce entre manifestantes y gendarmes en un corte en la Panamericana, no se produjeron hechos de violencia que empañaran la jornada, pese a los temores anticipados por el sindicalismo opositor.
Desde temprano la postal de la Capital Federal fue la de un domingo cualquiera, sin clases en las escuelas, sin servicios de bancos y reducida actividad en comercios y expendio de combustibles.
En el interior del país el acatamiento a la medida de fuerza fue dispar. En los principales centros urbanos la falta de transporte público favoreció la adhesión, mientras en otras localidad hubo actividad prácticamente normal.