Por Eduardo Fidanza/La Nación.- No cesan las buenas noticias para el Gobierno: crece la certidumbre sobre un triunfo en Buenos Aires el 22 de octubre, se elevan los índices de confianza y aprobación de la gestión, se confirman los indicadores de mejora económica, desciende la pobreza, la Justicia acelera las causas contra el anterior gobierno y sobresee las que incumben a los funcionarios actuales; el peronismo sobreviviente promete acordar la sanción de leyes, haciendo oposición constructiva; los principales medios de comunicación, con pocas excepciones, amplifican el clima favorable; muchos sindicalistas y empresarios acuden a congraciarse con una administración que les genera ambivalencia y temor; Cristina se incinera día tras día con las palabras que pronuncia y los argumentos que esgrime.
Este alineamiento de astros se precipitó a partir del resultado de las PASO, sin esperar la confirmación en octubre. La gente con el voto y los factores de poder con capacidad adaptativa no perdieron tiempo en hacer esta lectura: una magra cosecha nacional y apenas 20.000 sufragios de diferencia en Buenos Aires constituyen un golpe mortal para un peronismo dividido y con escasa capacidad de respuesta. Ocurrió algo parecido con los resultados de la primera vuelta presidencial: cuando se constató que Scioli había ganado por menos de 3 puntos y no por los 7 u 8 que se auguraban, se dio por cerrado el caso. El próximo presidente sería Macri, aunque no sin susto. Ese presidente, que empezó con la debilidad y la extrañeza de una rara avis de la política, está consolidando ahora su poder y echando las bases de una dominación de largo aliento.
Los resultados de agosto, que se confirmarán y ampliarán en octubre, expresan la intención de buena parte del electorado: otorgarle un aval al Gobierno, "aguantarlo" hasta que se recupere la economía y confiar en que irán presos los corruptos para que no haya vuelta atrás. La ex presidenta, autodestruida por sus respuestas y apuntada por los medios y la Justicia, se está convirtiendo en un objeto de burla, lo que facilita de un modo impensado los planes de oficialismo.
A propósito, los arquitectos del relato gubernamental advirtieron algo que adelantó Gabriel Tarde en 1898: los públicos, impulsados por la revolución de las comunicaciones, suceden y subliman a las multitudes. Las multitudes son homogéneas y se manifiestan físicamente; los públicos están fragmentados y su cohesión es "completamente mental", según el sociólogo francés. Ciento veinte años después se articulan a través de sentimientos y opiniones diversas, condicionadas por las redes sociales, la tecnología digital, las tendencias de consumo y los medios audiovisuales. Cristina, desesperada y acaso sin advertirlo, se autoflagela y es destruida por los públicos, sin tener al alcance el recurso histórico del peronismo: las multitudes.
Habría que agregar, usando una metáfora de Laclau: esto sucede en una época en que la representación política semeja un espejo roto. Una vez que la gente votó, regresa a su casa y sus asuntos. Delega el poder en los dirigentes y confía, con cierta distracción, en que se cumplan sus imprecisos mandatos. En el horizonte del votante medio puede haber intereses públicos, pero su inquietud está colonizada por lo privado: el bienestar material, la facilitación de la vida cotidiana y la seguridad del cuerpo. Para conseguir eso vota y delega. Éste es por ahora el éxito incipiente de Macri como lo fue, paradójicamente, el del kirchnerismo en su momento: sintonizar con las demandas privadas, no necesariamente con los bienes públicos. La consolidación de éstos depende de una operación más sofisticada, ajena al votante, que deben implementar las elites encabezadas por los gobiernos.
En la Argentina, se sabe, la construcción de bienes públicos e instituciones pasa por las políticas de Estado y los acuerdos para implementarlas, la reducción de la pobreza, la mejora de la educación, la salud y la Justicia, la desarticulación no sólo de las mafias, sino de la trama de intereses corporativos que tornan no homologable al país con el mundo.
A un partido de desempeño luminoso, que ha prometido ética además de bienes materiales, hay que advertirle el lado oscuro: parecerse subrepticiamente al grupo que desplaza, sustituir los negocios de ellos por los propios, procurarse medios de comunicación y una Justicia adictos, enamorarse de sus herramientas sin considerar alternativas, ningunear a los aliados, postergar reformas estructurales por estimulantes de coyuntura, actuar con soberbia, despreciar la sensibilidad histórica y social, inventarse un "círculo rojo" de donde provienen todas las ideas antiguas, perjudiciales e incorrectas. Esta entelequia se parece demasiado a los "sectores concentrados" de Néstor y Cristina.
En fin, la tarea será ardua si la intención de transformar el país no es una consigna de marketing, sino un propósito moral de estadistas. A partir de ahora, el poder, y no la impotencia, mostrará la verdadera vocación de Cambiemos.