La historia suele rebelarse contra los relatos urdidos a medida de los liderazgos. Los hechos están allí, resistiéndose a ser manipulados. Para señalar la contradicción entre relato y realidad, en un artículo publicado en La Nación , el ex ministro de Economía Martín Lousteau recurrió a un chiste que circulaba en voz baja por la Unión Soviética: un oyente llama a la radio estatal y pregunta a los voceros del sistema si pueden predecir el futuro. La respuesta que le dieron fue “sí, con el futuro no hay problema; el problema es el pasado, que está cambiando constantemente”. La historia suele rebelarse contra los relatos urdidos a medida de los liderazgos. Los hechos están allí, quietos pero resistiéndose a ser manipulados. Sólo en la ficción de Robert Zemeckis se puede, desde el hoy, modificar el ayer. Claudio Fantini/La Voz.
Sin embargo, en su propio Volver al futuro , el relato describe a Néstor y Cristina Kirchner como coherentes impulsores de un modelo nacionalista de izquierda. El problema es cuando la realidad y la memoria chocan contra ese relato.
Privatizar o nacionalizar. Uno de esos choques está ocurriendo en el terreno de la producción petrolera. Existen razones para que el Gobierno presione a los dueños españoles y argentinos de YPF. Lo cuestionable no es la actual ofensiva del Estado contra la empresa, sino el relato oficialista.
El kirchnerismo satanizó con vigorosos argumentos el modelo neoliberal de la década de 1990, pero cuando la mirada va hacia ese tiempo, encuentra a Kirchner, por entonces gobernador de Santa Cruz, jugando un papel clave en la peor de las privatizaciones menemistas.
Rodolfo Terragno (y la memoria de muchos) lo describe haciendo lobby para que la petrolera estatal pasara a manos de una compañía extranjera, a pesar del altísimo valor estratégico que tiene la producción de hidrocarburos. Parece corroborar tal actuación el hecho de que también vendió las acciones de YPF que poseía el Estado santacruceño.
Por la cantidad de yacimientos que hay en su territorio, la provincia que gobernaba Kirchner se beneficiaba con un monto importante de aquella privatización, suma que fue girada al exterior a través del Banco de Santa Cruz.
Otro punto en el que lo ocurrido choca de manera torpe con lo relatado: Kirchner privatizó el banco estatal de su provincia, una medida neoliberal y claramente encuadrada en el Consenso de Washington, que ejecutaron con festivo entusiasmo los gobernadores menemistas.
El empresario que se quedó con el Banco de Santa Cruz es Enrique Eskenazi, el mismo al que Kirchner ayudó durante el primer mandato de su esposa a adquirir acciones de YPF.
El relato no dice por qué a esas acciones no las recompró el Estado, en lugar de facilitarle la adquisición a una empresa privada. Tampoco responde a la sensación de que, en ese traspaso accionario, se explica al menos parte de la grave desinversión en la que incurrió YPF y que le crea al país un grave déficit energético.
Igual que respecto de los trenes, el relato no explica por qué el Gobierno descubre recién ahora una desinversión que lleva años, porque las ganancias repartidas entre accionistas incluían mucho de lo que debía invertirse en la exploración de nuevos yacimientos.
Ergo, por detrás de la versión épica que el kirchnerismo inventó sobre sí mismo, asoma una realidad que muestra a un gobernador privatizando la banca y secundando al ex presidente Carlos Menem en el entreguismo perpetrado con la empresa nacional de hidrocarburos, parte de la cual logró más tarde pasar a manos del mismo empresario al que había entregado el Banco de Santa Cruz.
Sacados del aire. “La Presidenta no eliminó la convertibilidad; eliminó los dos artículos que puso Néstor Kirchner... fue una regla de solvencia fiscal que no puso Cavallo, sino Kirchner”. Lo afirmaba Alberto Fernández en referencia a la reforma del Banco Central, segundos antes de que, al parecer por presión del Gobierno, el canal C5N sacara del aire el programa donde lo entrevistaban.
Lo que narraba el ex jefe de Gabinete, al momento de ser cortado, no se ajustaba en forma estricta a la realidad, pero la presentación de la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central que hizo la Presidenta obviaba la ratificación que su marido había dado a los puntos ahora removidos.
El tema de esta columna no es el acierto o no de la reforma implementada, sino las contradicciones entre el discurso presente y las acciones en un pasado demasiado cercano.
Los relatores explican, con buena lógica por cierto, que cada confrontación transformadora tiene su tiempo indicado y que, en muchos casos, lo que hoy es posible no lo era ayer, porque la circunstancia era distinta.
Una justificación aplicable, por ejemplo, al caso del Banco Central, entre otras, pero inútil en temas como la posición frente a la lucha por los derechos humanos durante la dictadura asesina y en las dos décadas siguientes.
Alfredo Leuco describió aquella apatía. El mismo periodista, creíble y difícil de encuadrar en “la derecha”, simpatizó con Kirchner hasta que le levantaron un programa de televisión. ¿La razón? Preparaba un informe sobre el misterioso viaje de los fondos de Santa Cruz; el dinero que la provincia sureña había obtenido con la privatización de YPF y la venta de las acciones de la empresa que poseía.
Este es uno de los tantos puntos en los que, mirado desde el relato, el pasado cambia constantemente, como en el viejo cuento soviético.