HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

sábado, 2 de julio de 2011

El Khmer Rouge asesinó
"humanitariamente" millones
de camboyanos.
JUICIO A LA UTOPÍA


Habrá que ver si el veredicto de condena a los ex Jemeres Rojos erradica esa tentación absoluta que perpetró los peores crímenes del siglo 20: la utopía ideológica. Claudio Fantini.

En rigor, también es un juicio a la utopía. Esa palabra que inexplicablemente aún veneran algunas ideologías está en el banquillo de los acusados del histórico proceso que comenzó esta semana en Phnom Penh, Camboya.

El veredicto no sólo alcanzará a cuatro jerarcas del lunático régimen que exterminó a más de dos millones de camboyanos entre 1975 y 1979; implícitamente, alcanzará también a ese concepto que en nombre de las mejores causas plagó de holocaustos el siglo 20.

El Partido Comunista Chino 
(PCCH) tampoco debiera quedar al margen de las responsabilidades por aquel genocidio. En estos días en que conmemora el 90º aniversario de su fundación, el PCCH ha mantenido su eterno silencio sobre el apoyo que brindó al Jemer Rojo desde que este se levantó en armas contra la inofensiva monarquía que encabezaba el príncipe Norodom Sihanouk.

Está claro que Beijing quería cercar al régimen pro soviético de Vietnam, para que la influencia de Moscú no se expandiera en lo que China siempre consideró su patio trasero. Pero así como jamás explicó por qué su fundador Chen Duxiu terminó liderando una disidencia trotskista, mientras que el otro padre del comunismo chino, Li Dazhao, acabó ejecutado, el partido único del gigante asiático seguirá sin esbozar autocrítica alguna por haber protegido al régimen camboyano cuando el ministro de Defensa, Hun Sen, y su sanguinario camarada Ta Mok diseñaban y ejecutaban el aniquilamiento en masa perpetrado en selváticos campos de concentración.

En estos días, China se inundó de monumentales películas y decenas de documentales sobre aquel 1º de julio de 1921, cuando fue fundado el PCCH. Por cierto, esa filmografía, a la que los medios tienen prohibido criticar, nada dice sobre la complicidad del Estado con el genocidio camboyano.

El paraíso infernal. Tanto Platón en la antigüedad, como Tomás Moro y Tommaso Campanella en el Renacimiento, entre otros, impulsaron la idea de la sociedad perfecta. El filósofo griego creyó que su utopía, la sofocracia, podía materializarse en Siracusa, mientras que los dos pensadores católicos creyeron que la fe y la Iglesia podrían imponer una sociedad perfecta en Europa. La realidad los contradijo de manera abrupta.

Sin embargo, en el siglo pasado hubo nuevos intentos de materializar utopías, todos con resultados catastróficos. Uno de esos experimentos se concretó en Camboya, no bien los norteamericanos partieron doblegados de Laos y Vietnam.

La guerrilla maoísta Jemer Rojo derrotó al dictador Lon Nol e instaló el régimen comunista apoyado por China. Sus máximos ideólogos –Pol Pot y Nuon Chea– habían engendrado una versión extrema del pensamiento de Mao Tse-tung y Chou En-lai. Ese paroxismo maoísta establecía que las ciudades y el dinero eran nefastas consecuencias de la sociedad burguesa; por lo tanto, debían desaparecer junto con la burguesía.

La tragedia sobrevino cuando el régimen intentó imponer sus delirios ideológicos a la realidad. Las deportaciones forzosas para vaciar las ciudades y la abolición del riel y de las demás monedas produjeron hambrunas exterminadoras. A ese cataclismo, se sumó el aniquilamiento masivo de camboyanos en campos de concentración, perpetrado desde la convicción fanática de que toda persona que hubiera superado los 30 años sin ser comunista ya era una causa perdida para la sociedad perfecta, por lo que debía ser eliminada.

El resultado fue un genocidio, con el agravante de que se perpetró mediante la criminalización masiva de niños y adolescentes, convertidos en los brazos ejecutores del régimen.

Los culpables. No pagarán su culpa ni Pol Pot, muerto por enfermedad en su guarida de la selva de Amlong Veng, ni Son Sen, el bestial jefe militar jemer asesinado en abril de 1998. Pero la Justicia camboyana, que ya encarceló de por vida al “camarada Duch” por las torturas y asesinatos masivos en el tenebroso presidio de 
Phnom Penh, empezó esta semana a juzgar a los cuatro genocidas que aún no se habían sentado en el banquillo de los acusados.

Seguramente morirán entre rejas Nuon Chea, el segundo de Pol Pot y coautor del delirante paraíso rural proclamado por el Jemer Rojo; Khieu Samphan, presidente del atroz Estado al que llamaron Kampuchea Democrática; el canciller del régimen Ieng Sary y su esposa, Ieng Thirith, ministra de Asuntos Sociales.

Habrá que ver si el veredicto también erradica de la historia en forma definitiva esa tentación absoluta que, con imponentes promesas humanistas, perpetró los peores crímenes del siglo 20: la utopía ideológica.

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