Por Claudio Izaguirre/El Informador.-
La sociedad comienza cuando la autodestrucción era aplastada por la norma, que permitió convertir a los grupos en espacios sociales de convivencia pacífica, donde la coexistencia fue posible a partir de consensuar reglas claras, que delimitaban el beneficio propio del bienestar general, trayendo prosperidad y dicha para quienes compartían ese espacio de compatibilidad.
Las nuevas tendencias mundiales trajeron como consecuencia el rechazo a aquellas nuevas ideas que deterioraban ese estado de tranquilidad general, imponiendo más normas que frenaran cualquier alteración del orden general emanado de la decisión común, enmarcada en las leyes de convivencia.
La convivencia ha dado la posibilidad de elegir los gobernantes desde la conciencia y la crítica de quienes viven en sociedad, desplazando a quienes pretendían el dominio económico, político y social de las comunidades.
La convivencia ha dado la posibilidad de elegir los gobernantes desde la conciencia y la crítica de quienes viven en sociedad, desplazando a quienes pretendían el dominio económico, político y social de las comunidades.
El objetivo actual de quienes dominan el mundo ha sido minar este estado de pacificación, con la idea clara de regular la pacificación según convenga, para lo cual han creado corrientes de pensamiento que impulsan a los jóvenes a violar las normas establecidas, haciéndolas caer casi inmediatamente en desuetudo.
Para lograr el objetivo de dominio, ha sido necesario enfrentar a padres contra hijos, para lo cual inyectaron las drogas en la sociedad juvenil, acompañando el proceso con información positiva sobre el consumo de sustancias, manteniendo la oferta de las ilegales al alcance de la mano de los niños y atacando en forma sistemática a quienes advierten sobre los daños que estas hacen.
El consumo de alcohol y drogas entre los jóvenes trae como consecuencia desarreglos mentales como la falta de energía, el aburrimiento, la desesperanza, el aislamiento, la tristeza vital y la falta de placer por las actividades constructivas, logrando de esa forma crear seres con desordenes psíquicos y psiquiátricos que les impide el razonamiento lógico o la aplicación del sentido común.
Este estilo de pensamiento autodestructivo, socava en forma directa la convivencia familiar, destruyendo rápidamente el tejido social que soporta la vida económica, política y social de una comunidad.
Los jóvenes enajenados que abrazados a la desesperanza transitan por la vida, con un cerebro afectado por los desarreglos dopamínicos, los obliga a generar adrenalina a través de actos violentos o de alto riesgo, convirtiendo a los integrantes de la sociedad en la que vive, como el alimento para saciar sus deseos en forma inmediata, sean estos económicos, sexuales o sociales.
De esta forma se logra como objetivo primero ofrecer a quienes han creado el caos como los principales artífices de la futura solución al caos reinante, pero además destruir dos plagas que atentan contra el poder que ostentan, la rebelión y la crítica.
La sociedad está tan entretenida en no dejarse matar, de frenar a los enajenados y de salvar del caos a sus descendientes, que termina implorando a los gobernantes que con premura solucionen estos temas, pero sin fuerzas para enfrentarlos y reinstalar las normas que construyeron la convivencia pacífica.
Santo Tomas de Aquino decía que el soberano es el pueblo que le entrega ese poder al gobernante y, cuando éste los tiraniza, le retiran esa potestad para entregársela a otro. El soterramiento social impide taxativamente tal posibilidad, por lo tanto aseguran su permanencia en el poder sin desagradables interrupciones.
Los gobernantes, entonces, proponen liberar las sustancias enajenantes como solución de pacificación, sabiendo que ellas traerán más daño cerebral a los usuarios y a sus convivientes, haciendo desaparecer a quienes pueden reconstruir la sociedad.
Los reconstructores son presentados como fachos, nazis o enemigos de las libertades por quienes gobiernan, dejando en claro que son los artífices de la prohibición y por tanto enemigos de la libertad, logrando así la reclusión de quienes pueden desarticular el caos.
Hoy Argentina se encamina a hacer desaparecer el pensamiento como medio para la libertad, y como contraposición darle al enajenado la autonomía de acción necesaria, para frenar cualquier atisbo de surgimiento del sentido común.
Se han bajado las exigencias escolares por dos motivos, por un lado la incapacidad de pensamiento lógico con que cuentan los consumidores de drogas y por otra parte para que esa falta de información actúe en desmedro del alumno.
No es casual que Argentina, la que exportaba cerebros a todo el mundo en la década pasada, hoy este en los últimos lugares de la medida cognitiva mundial, cayendo estrepitosamente, inclusive en las mediciones intelectuales en las que ha participado el alumnado de la Universidad de Buenos Aires.