Por Eduardo Fidanza/La Nación.-
A caso la historia de las sociedades y de los individuos pueda contarse en torno a cuatro conceptos que operan como mitos: la abundancia, la escasez, la fortuna y la desgracia. A su vez, estos términos se vinculan a otro que señala la dirección incierta de la vida: el destino. Ante él, la voluntad humana interviene, aunque con frecuencia no decide: se puede ayudar a la suerte, se puede prever la escasez con afán acumulativo y sobriedad, pero muchas veces la fortuna y la desgracia no dependen de nosotros sino de contingencias que se nos escapan. Los médicos saben esto desde siempre: pueden curar enfermedades, pero no erradicar el sufrimiento. La tecnología y la voluntad aún no logran, y tal vez nunca logren, domesticar a la diosa Fortuna, la más veleidosa del Olimpo.
La Argentina moderna, una nación signada por mitos de riqueza y compulsión a repetir errores, también puede leerse con estas coordenadas. Y aún más la Argentina del siglo XXI, dominada por el kirchnerismo, cuyo origen tuvo lugar en una bifurcación de la desgracia y la felicidad.
El país de 2002 estaba quebrado y deshecho; el que evolucionó a partir de 2003 alcanzó pronto la abundancia: alta producción, buenos salarios, ocupación, raudales de votos a sus mandatarios. Para explicar la resurrección, la oposición recurrió entonces, con cierta mezquindad, al "viento de cola", una metáfora destinada a desmerecer el empeño del Gobierno y resaltar el papel de la suerte. A eso, José Nun -un intelectual destacado que creyó en Néstor Kirchner-contrapuso otra metáfora marítima, que reivindicaba la voluntad contra el azar: la idea de un hombre que refaccionaba un barco en alta mar, asumiendo los riesgos y las acechanzas.
El país de 2002 estaba quebrado y deshecho; el que evolucionó a partir de 2003 alcanzó pronto la abundancia: alta producción, buenos salarios, ocupación, raudales de votos a sus mandatarios. Para explicar la resurrección, la oposición recurrió entonces, con cierta mezquindad, al "viento de cola", una metáfora destinada a desmerecer el empeño del Gobierno y resaltar el papel de la suerte. A eso, José Nun -un intelectual destacado que creyó en Néstor Kirchner-contrapuso otra metáfora marítima, que reivindicaba la voluntad contra el azar: la idea de un hombre que refaccionaba un barco en alta mar, asumiendo los riesgos y las acechanzas.
El vínculo entre escasez, abundancia, suerte y desgracia puede rastrearse en otras expresiones, contenidas en discursos y argumentos vertidos estos años. Para algunos historiadores económicos, por ejemplo, la nueva riqueza de la Argentina hizo pensar en el quiebre de la teoría del stop and go , un modo de relatar la sucesión cíclica de riqueza y pobreza que caracterizó al país por décadas. El go evoca el momento del incremento de los bienes; el stop , el de la insolvencia. El economista Pablo Gerchunoff especuló con esta posibilidad y llegó a afirmar que la idea del fin de la restricción externa -es decir, de la escasez de dólares- significaba una revolución mental para su generación.
Considerando en conjunto las vicisitudes económicas de la década kirchnerista, se ve el modo en que sus líderes interpretaron la abundancia y la escasez, y cómo esa visión impregna ahora el presente. Paradójicamente, Néstor Kirchner, cuyos años fueron de bonanza, nunca se apartó de la moderación discursiva y de la contabilidad elemental. Lo suyo fue atravesar dificultades -"paso a paso del Infierno al Purgatorio"- con la convicción de un pequeño comerciante: no se puede gastar más de lo que ingresa. Por el contrario, Cristina, a la que le tocó la recesión de 2008 y 2009 y la actual, creyó sin embargo, impactada por la recuperación de 2010 y 2011, que había llegado la hora de celebrar la abundancia como una conquista definitiva. Coló allí su filosofía de la historia argentina: en el pasado la escasez nos obligaba a elegir entre alpargatas o libros, en adelante la abundancia cancelará las restricciones: somos ricos, vamos por más, nunca menos. A la sobriedad le siguió el hedonismo. La cornucopia reblandeció el empeño y subestimó la rueda de la fortuna.
Los errores de la administración doméstica y las contingencias de la economía mundial fueron borrando el mito de la abundancia. La ganancia fue reemplazada por la pérdida, la salud por la hemorragia.
El cepo y el uso de herramientas macroeconómicas tienen el mismo sentido metafórico: representan un torniquete para detener una sangría. Hacen patente que los dólares no pueden perderse porque son escasos y vitales. No habrá ninguna revolución en la cabeza de los historiadores económicos. Volvimos al punto de partida, al lugar de la falta, a uno de los modos de la castración argentina: el estrangulamiento externo.
A Cristina le costó entenderlo, pero lo entendió, con la intuición de los líderes políticos, que se valen de los sueños sublimes como del crudo realismo. Ahora, de celebrar la abundancia pasó a celebrar la escasez. Ése es, creo, el sentido de su euforia ante el Club de París, que muchos acompañan. Semeja una reacción ingenua y negadora, aunque el arreglo alcanzado contiene un plus no desechable: alimenta el consenso político de cara al futuro.
No obstante, la celebración de la escasez puede ser una trampa complaciente si no se entiende su significado. Cabe una hipótesis que cancelaría los festejos: la economía argentina vuelve a integrarse al mundo por debilidad, no por fortaleza. Carece de divisas para financiar un aparato productivo insuficiente e ineficaz. Se trata de un déficit estructural, que retorna dramáticamente. Reconocerlo y superarlo excede la capacidad del kirchnerismo. Es una asignatura pendiente, histórica, que compromete a toda la clase dirigente del país.