Jerusalén (Tierra Santa) (AICA): “Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para la violencia”, expresó el Papa en el mensaje que dirigió durante el encuentro que mantuvo con el Gran Muftí de Jerusalén, máximo líder religioso musulmán, y en el que también invitó a trabajar “juntos por la justicia y por la paz”, reconocerse como hermanos y aprender “a comprender el dolor del otro”. El encuentro con el líder musulmán tuvo lugar en la Explanada de las Mezquitas, el lugar sagrado islámico en Tierra Santa y que está a pocos metros del Muro Occidental o Muro de los Lamentos, el lugar sagrado de los judíos por ser donde estaba ubicado el Templo de Jerusalén. A primera hora de la mañana el Santo Padre se desplazó a la Explanada de las Mezquitas, también conocida como el Monte del Templo. Se trata de una explanada artificial con forma trapezoidal que ocupa un sexto de la superficie de la Ciudad Vieja de Jerusalén.
El área es relevante para las tres religiones monoteístas, es tres veces sagrada. Para los judíos era el lugar donde Abraham tendría que haber sacrificado a Isaac, así como el del templo de Salomón. Para los musulmanes es la tercera etapa de peregrinación, después de la Meca y la Medina. Y para los cristianos, en cambio, es el lugar donde Cristo habló de la destrucción del Templo de Jerusalén. En esta explanada se encuentran dos de los templos más importantes del islam: la Mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca.
El coche del Papa entró por la puerta al-Asbat y llegó hasta la entrada de la mezquita de la Cúpula de la Roca donde fue recibido por el Gran Mufti Muhammad Ahmad Husayn, suprema autoridad jurídico-religiosa de Jerusalén y del pueblo árabe musulmán en Palestina y por el director general del consejo del “Waqf” (Bienes religiosos islámicos).
Después de una breve visita fue acompañado al edificio de Al-Kubbah Al-Nahawiyya, donde le esperaban los altos representantes de la comunidad islámica.
A la entrada el Pontífice se quitó los zapatos como indica la tradición para poder visitar este lugar de culto.
Con él estaba también el musulmán argentino Omar Ahmed Abboud, amigo del Papa. En el viaje lo acompañó también el rabino Abrahán Skorka; ellos trabajaron con él en la Argentina favoreciendo el diálogo ecuménico y demostrando que la amistad entre personas de diversas religiones se mantiene en el tiempo y se incrementa.
En el discurso de bienvenida el Gran Muftí musulmán expuso sus dificultades, y reivindicó sus derechos especialmente ante sus vecinos de Israel. “Pedimos a Su Santidad para que con su autoridad moral interceda para que se ponga término a estas prácticas violentas e injustas contra los musulmanes”, concluyó.
Una segunda autoridad, del consejo supremo musulmán, responsable de la custodia de esta mezquita que según la tradición fue el lugar en que Mahoma fue llevado al cielo, tras darle la bienvenida en nombre de todos, reiteró que sufren persecución por parte de extremistas de Israel, y de los palestinos presos. Y concluyó que la paz no llegará si no se produce el final de la ocupación.
El discurso era en idioma árabe y un sacerdote franciscano argentino, Silvio de la Fuente, compatriota del Papa, le traducía simultáneamente.
“Siguiendo las huellas de mis predecesores -dijo el Papa- y, sobre todo, la luminosa estela dejada por el viaje de Pablo VI, hace ya cincuenta años el primer viaje de un papa a Tierra Santa, he tenido mucho interés en venir como peregrino a visitar los lugares que vieron la presencia terrena de Jesucristo”.
“Pero mi peregrinación no sería completa -destacó- si no incluyese también el encuentro con las personas y comunidades que viven en esta Tierra, y por eso, me alegro de poder estar con ustedes, fieles musulmanes, queridos hermanos”.
Francisco recordó la figura de Abraham 'que vivió como peregrino en estas tierras'. “Musulmanes, cristianos y judíos reconocen a Abraham, si bien cada uno de manera diferente, como padre en la fe y un gran ejemplo a imitar. Él se hizo peregrino, dejando a su gente, su casa, para emprender la aventura espiritual a la que Dios lo llamaba”.
El Papa continuó hablando de Abraham, el peregrino, al que describió como “una persona que se hace pobre, que se pone en camino, que persigue una meta grande apasionadamente, que vive de la esperanza de una promesa recibida” y aseguró que “ésa debería ser también nuestra actitud espiritual. Nunca podemos considerarnos autosuficientes, dueños de nuestra vida; no podemos limitarnos a quedarnos encerrados, seguros de nuestras convicciones. Ante el misterio de Dios, todos somos pobres, sentimos que tenemos que estar siempre dispuestos a salir de nosotros mismos, dóciles a la llamada que Dios nos hace, abiertos al futuro que Él quiere construir para nosotros”.
'En nuestra peregrinación terrena no estamos solos -continuó-: nos encontramos con otros hermanos, a veces compartimos con ellos un tramo del camino, otras veces hacemos juntos una pausa reparadora.
“Así es el encuentro de hoy, -continuó- y lo vivo con particular gratitud: se trata de un agradable descanso juntos, que fue posible gracias a su hospitalidad, en esa peregrinación que es nuestra vida y la de nuestras comunidades. Vivimos una comunicación y un intercambio fraterno que pueden reponernos y darnos nuevas fuerzas para afrontar los retos comunes que se nos plantean. De hecho, no podemos olvidar que la peregrinación de Abraham fue también una llamada a la justicia: Dios quiso que sea testigo de su actuación e imitador suyo”.
“También nosotros quisiéramos ser testigos de la acción de Dios en el mundo y por eso, precisamente en este encuentro, oímos resonar intensamente la llamada a ser agentes de paz y de justicia, a implorar en la oración estos dones y a aprender de lo alto la misericordia, la grandeza de ánimo, la compasión”.
Antes de concluir, el Pontífice lanzó un llamamiento “a todas las personas y comunidades que se reconocen en Abraham: Respetémonos y amémonos los unos a los otros como hermanos y hermanas -dijo-. Aprendamos a comprender el dolor del otro. Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para la violencia. Trabajemos juntos por la justicia y por la paz”.
Finalizado su discurso, el Santo Padre se trasladó al Muro Occidental, conocido como el "Muro de las Lamentaciones".