La puesta en escena que ayer hizo el canciller Héctor Timerman en la ONU, por orden de la presidenta Cristina Kirchner, fue lamentable. Fue una clara demostración de cómo el Gobierno nacional está manipulando, con maldad y alevosía, una causa tan importante para los argentinos como es la soberanía de nuestro país en torno a las islas Malvinas.
Llama poderosamente la atención que justamente ahora el Gobierno argentino salga a denunciar el ingreso de armas nucleares al Atlántico Sur por parte del Reino Unido, algo que fue confirmado por el propio gobierno de David Cameron. La situación no es reciente, sino que viene desde hace varios años. Y por más que ahora la administración K se rasgue las vestiduras, cualquier servicio de inteligencia, como el experimentado MI6 de Inglaterra, seguramente está al tanto del deplorable estado en que se encuentran nuestras Fuerzas Armadas, por lo que la Argentina no está en condiciones de constituir una amenaza.
El interés de los ingleses, como ya se menciono en las páginas de este diario, no sólo se centra en las Malvinas: su objetivo principal es la Antártida Argentina, y nuestro país se encuentra indefenso por obra y gracia del propio kirchnerismo.
A su vez, resulta cuanto menos contradictorio que el Gobierno intente ahora vestirse con ropajes nacionalistas cuando permite, y hasta incentiva, que se realicen fabulosos negocios en los que participan capitales ingleses en nuestro propio país, especialmente en lo que se refiere a la exploración y explotación de petróleo y de otros recursos naturales. No es la única contradicción. Mientras el Gobierno nacional acusa de militarismo al Reino Unido, al mismo tiempo permite que en distintas provincias argentinas, gobernadas por mandatarios kirchneristas, se utilice todo el poder represivo del Estado -a través de las policías provinciales, en conjunto con la Gendarmería- para desalojar a los ciudadanos que, pacíficamente, vienen protestando en contra de la megaminería a cielo abierto.
No se trata de seudoambientalistas, como suelen decir para descalificarlos los kirchneristas. Son vecinos que buscan no morir contaminados con cianuro. Son personas que se oponen al saqueo, a un modelo de explotación a cielo abierto que ya fue prohibido en Europa, por sus efectos catastróficos, a lo que se les suman escandalosos beneficios impositivos que reciben estas compañías en nuestro país, que poco y nada le dejan al Estado.
La Presidenta debería darse cuenta de que es muy peligroso tomar por tonto al soberano. Las cortinas de humo de poco sirven para tapar una realidad política y económica que, ante el salvaje ajuste que se avecina, se está volviendo muy compleja.
Una estrategia similar a la que implementan los K llevó adelante la última dictadura militar cuando, en su decadencia, intentó salvarse levantando las banderas de la soberanía argentina en las islas y desembocó en el enfrentamiento bélico de 1982, cuya derrota no hizo más que acelerar la transición hacia la democracia.
Quizás, en lugar de escuchar a sus obsecuentes aplaudidores, la Presidenta debería leer los discursos de Perón, quien solía decir: “Los pueblos cuando agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.