Juan Pablo II nos advirtió de los riesgos que conlleva considerar la Tierra únicamente como una fuente de recursos económicos. A lo largo de estas últimas semanas me he preguntado qué luz surge de la enseñanza católica para acompañar con sereno discernimiento la crisis ética y social que ha desatado la cuestión de la megaminería a cielo abierto. Hoy, no pocos valores éticos, de importancia fundamental para el desarrollo de una sociedad pacífica, tienen una relación directa con la cuestión ambiental. La interdependencia de los muchos desafíos, que el mundo actual debe afrontar, confirma la necesidad de soluciones coordinadas, basadas en una coherente visión moral del mundo. Según la fe cristiana, nuestra tierra es creación de Dios. Por ello, tenemos que tratarla con respeto. Los seres humanos, creados a imagen de Dios, están llamados a ser administradores responsables de los bienes de la creación. No tenemos el derecho de explotar los recursos de la tierra “arrasando irracionalmente las fuentes de vida”, nos recordaban los Obispos en Aparecida. Dios creó la vida en su gran diversidad. Nuestro continente de América latina tiene una de las más grandes variedades de flora y fauna de toda la tierra. Esta es una herencia gratuita y frágil “que recibimos para proteger”. Pedro Torres*/La Voz.
Una base sustancial del cuidado de los bienes de la creación es la alianza del Creador con todos los seres vivientes. La Doctrina Social de la Iglesia enfatiza que “una correcta concepción del medio ambiente no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación”.
Por el contrario, la intervención del ser humano en la naturaleza se debe regir por el respeto a las otras personas y sus derechos y por el respeto hacia las demás criaturas vivientes. Ello implica también la responsabilidad de que las generaciones futuras puedan heredar una tierra habitable.
Creemos en la necesidad de preservar el planeta como “casa común” de todos los seres vivientes, decía Juan Pablo II, quien nos advirtió de los riesgos que conlleva considerar a la Tierra únicamente como una fuente de recursos económicos: “el ambiente como ‘recurso’ pone en peligro el ambiente como ‘casa’.
Por esta razón, se requiere evaluar el costo ambiental a largo plazo de las actividades extractivas, junto con las demás actividades que comprometen el medio ambiente.
Respecto a las actividades de las industrias extractivas y al uso de los recursos naturales no renovables hay que tener presente también el principio del destino universal de los bienes de la creación, especialmente de los recursos de vital importancia como el agua, el aire, la tierra.
Otro principio de la Doctrina Social que guía a la Iglesia en su compromiso de promover un desarrollo integral y sostenible es el del bien común. El actual ritmo de explotación amenaza seriamente la disponibilidad de algunos recursos naturales para el presente y el futuro, y si bien muchas consecuencias podrán ser discutibles ante la incertidumbre, también es necesario tener en cuenta el llamado “principio de precaución” al que está vinculada la exigencia de promover seriamente la adquisición de conocimientos más profundos, aun sabiendo que la ciencia puede no llegar rápidamente a la conclusión de una ausencia de riesgos.
Las circunstancias de incertidumbre y provisionalidad hacen especialmente importante la transparencia en el proceso de toma de decisiones.
El Papa Benedicto XVI afirma que en la construcción de un orden social justo la Iglesia “no puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.
El respeto por la vida y por la dignidad de la persona humana incluye también el respeto y el cuidado de la creación, que está llamada a unirse al hombre para glorificar a Dios.
*Sacerdote católico. Miembro del Comipaz