LA CONVERSIÓN POLÍTICA Y LA ARGENTINA DADA VUELTA
La clase dirigente nacional se encuentra en un estado en el cual todo vale y nadie siente remordimientos ni culpas para rendir cuentas de sus actos, sumiendo a la misma en una crisis de representatividad cada día mayor. Los cultores de la "nueva política" en la sociedad argentina y la conversión como el arte de escalar posiciones en la política nacional. “Los filósofos se han encargado de interpretar la realidad, de lo que tenemos que ocuparnos es de transformarla”, dijo el ministro de Economía y compañero de fórmula de Cristina Fernández en el Frente para la Victoria, Amado Boudou, citando a Karl Marx ante una multitud enfervorizada de jóvenes kirchneristas en el aula magna de la Universidad Nacional de Cuyo. De esta manera, Boudou, que supo abrazar con enorme pasión en los años ’90 los principios del neoliberalismo y militar en la mítica Ucedé, el espacio de la derecha argentina creado por Álvaro Alsogaray, se muestra ahora en el siglo XXI como la cara de la “renovación” kirchnerista, y como una de las personas que más defiende el modelo “nacional y popular” encarnado primero por Néstor Kirchner, y por la Jefa de Estado hoy día. Buena parte de la sociedad nacional creyó que con la llegada del santacruceño al poder, en mayo del 2003, se abría una nueva etapa en la política nacional dando paso a los reclamos de la ciudadanía. Desde diciembre del 2001 el pueblo solicitaba renovación política y cambio de las viejas figuras que habían llevado al país al borde del abismo. El tiempo pasó, y esa ilusión que despertó en muchos el comienzo de este gobierno, que terminó en una fuerte desilusión. Lo que se pensó que iba a ser un proceso político distinto acabando con las viejas prácticas políticas de antaño culminó repitiendo los mismos mensajes y actos que desde la boca para afuera se decía rechazar.
Muchos de los que hoy claman por representar los intereses de los pedidos más hondos de la sociedad, son los mismos que se han reciclado bajo todos los gobiernos, teniendo un pasado muchas veces tumultuoso, que buscan ocultar y evitar que se hable de los mismos.
Al ministro de Economía, Amado Boudou, se lo ve hoy en día como uno de los más fuertes defensores de un nuevo lazo entre la política y el Estado, pero durante los años ’90, cuando se entregaba el país al capital internacional, fue un enérgico defensor de las políticas neoliberales implementadas por Carlos Menem.
Es más, en sus épocas de estudiante universitario, fue dirigente de Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), el brazo político de la Ucedé en los centros estudiantiles de las distintas facultades del país y un defensor a ultranza del período neoliberal que vivió no sólo la Argentina, sino la región en su conjunto.
Fiel a la costumbre que reina hoy en día en el gobierno nacional, el titular del Palacio de Hacienda viene aseverando que "el Fondo Monetario Internacional cuestionó lo números y nosotros cuestionamos mucho más sus ideas. Lo que se vio en el rescate de Grecia refrita las experiencias pasadas en América latina", acicalando los oídos de los kirchneristas duros que es lo que esperan escuchar de sus hombres en el gobierno.
En la política nacional suele decirse que para un gobierno “no hay nada peor que un converso”, ya que aseguran que estos personajes no paran en ningún momento en su desesperación por quedar bien con sus jefes, y son capaces de hacer cualquier acto para mostrarse como los defensores a ultranza de algo que en su intimidad saben que recelan con profundo ahínco.
El diccionario afirma que un converso es aquella persona que ha aceptado como propia una ideología política distinta a la que mantenía hasta ese momento. Eso es algo que no sólo se le puede achacar a Boudou hoy en día, sino a muchos miembros del gobierno nacional; sino basta mirar lo que es la política de derechos humanos del kirchnerismo y la que tuvo cuando fue gobierno en la provincia de Santa Cruz, donde no hizo absolutamente nada para mejorar un tema tan sensible a la ciudadanía argentina.
Es difícil de entender que la fuerte virulencia que tiene el kirchnerismo hacia todo lo que huela a década del ’90 o menemismo haya quedado sólo en la retórica, ya que la economía de los últimos años la vienen llevando adelante hombres ligados de lleno a lo peor del neoliberalismo noventista y fervientes defensores del modelo implementado durante los años en los que la Argentina vivió en un delirio y en una panacea inventada por sus propios dirigentes.
Además de Boudou hoy en día cumpliendo tareas de gran relevancia en el gobierno kirchnerista, durante la gestión de Néstor Kirchner, la Anses (Administración nacional de la Seguridad Social) fue conducida por otro ex hombre de la Ucedé como Sergio Massa, que incluso llegó a ser Jefe de Gabinete de la Jefa de Estado. Lo mismo sucede con Ricardo Echegaray, titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), que al igual que el jefe del Palacio de Hacienda, tuvo un paso por la rama estudiantil de la Ucedé en los ’90, desde donde defendió a rajatabla la política económica de Domingo Cavallo y el menemismo.
Pero este período de convulsiones internas es algo que el peronismo lo ha sufrido a lo largo de toda su historia, siendo un partido en el cual el nunca ha llegado al río, ya que las reconversiones que habido en gran parte de sus filas, lo ha mostrado como un partido cambiante en sus opiniones y que sabe amoldarse a las circunstancias históricas que vive el país en cada período.
Desde el 2003 a la fecha se ha podido ver como hombres que antes eran espadas del duhaldismo en su armado político, luego pasaron a ocupar altos cargos en el espacio kirchnerista. Algunos de esos nombres son el actual Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández; José Pampuro, número dos del Senado de la Nación; el diputado nacional Juan José Álvarez; el gobernador bonaerense Daniel Scioli; el mandatario chaqueño Jorge Capitanich; los ministros Julián Domínguez, Florencio Randazzo o Carlos Tomada; el sanjuanino José Luis Gioja; el economista Mario Blejer, entre otros.
Teniendo como slogan la “nueva política” y representar los intereses y pedidos de la sociedad para el recambio que se pide de la dirigencia política, se han largado en una búsqueda de conseguir el poder, dejando de lado el pasado que muchas veces suele seguirlos y por el cual darían cualquier cosa para que no se hable de los mismos.
La conversión se ha convertido casi en un arte dentro de la clase dirigente nacional para escalar posiciones políticas, dejando a un lado todo pudor y convirtiendo a la desfachatez en una forma de vida para las personas con poder de decisión sobre la vida de millones de argentinos.