INJUSTICA SOCIAL
Mientras se subsidia a las clases pudientes un 40% de argentinos están sumidos en una “pobreza injusta”
En momentos en que se entra definitivamente en la recta final a las elecciones presidenciales, casi ningún sector político enfrenta una realidad terrible que si bien se gestó en épocas cuasi remotas, luego de nueve años de crecimiento sostenido y permanente no ha sido erradicado; es más ni siquiera fue atendido seriamente por la actual administración.
El exceso de personalismo en la política es quizás el mayor pecado de la dirigencia nacional, y ésta trae aparejada la falta casi absoluta de discusión sobre las realidades incontrastables que presenta la Argentina luego de cumplido la primera década del siglo XXI, esta falta de discusión o diálogo se encuentra palmariamente expresada en la falta de plataformas políticas donde poder bucear para conocer el pensamiento de las diversas fuerzas en camino a la elección tanto nacional como las de las diferentes provincias y la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
“Hablamos mucho de personas, no de ideas, no de propuestas, en un contexto en que la política se ha vuelto demasiado pragmática” -Jorge Casaretto Obispo, Ier. Congreso Nacional de Doctrina Social de la Iglesia- remarcando una realidad preocupante emanada de situaciones de peleas y discusiones sobre personas o personajes de las vida política, gremial o empresaria nacional, y donde se deja de lado quizás la problemática más cruda y dolorosa de la Patria.
“Los informes regionales centran su visión de la realidad en el desafío que constituye la pobreza injusta” sintetizaba el jesuita Juan C. Scannone agregando “una muy grave inequidad en la distribución de la riqueza, de las oportunidades: vivienda, salud, educación, información. Pues otra cara de la pobreza es la acumulación de una riqueza que no crea fuentes de trabajo, no respeta el medio ambiente, se fuga casi totalmente al exterior” haciendo hincapié en la realidad de los capitales golondrinas, o las explotaciones mineras que no dejan ni trabajo ni rentabilidad acorde a las inmensas ganancias que estas provocan.
“Promover el desarrollo humano integral para erradicar las pobreza” es además del título del encuentro mencionado quizás el mejor resumen de lo que tanto el peronismo como la Iglesia definen como la Justicia Social, algo que casi todos los dirigentes declaman, pero algo que casi ninguno practica. Benedicto XVI invita a un mayor compromiso social al expresar “la caridad es la vía maestra de la Doctrina Social de la Iglesia e impulsa a comprometernos con la justicia, la paz y el desarrollo” todos conceptos remanidos tanto para la Iglesia como para la Doctrina Justicialista, y hoy conceptos casi olvidados por una enorme mayoría de las dirigencias.
Si bien la realidad nos muestra que hoy existe una “pobreza globalizada” y que como bien dice el Cardenal africano Peter Turkson “puede extenderse indefinidamente si a las antiguas pobrezas añadimos las nuevas como la droga, el abandono de personas mayores y la discriminación”, no por ello pierde importancia el hecho de que en la Patria de la comida, y donde se cosecha o cría una cantidad de proteínas que permiten alimentarse a más de 300 millones de seres humanos sigamos padeciendo del flagelo del hambre, la pobreza extrema e injusta como nunca se había visto desde antes de la mitad del siglo XX.
“A pesar del crecimiento económico, la incidencia de la pobreza continúa siendo demasiado alta y casi la mitad de la población solo encuentra empleo en ocupaciones informales precarias de baja calidad” señala el informe de la UCA. El 40% de los argentinos gana menos de $800, o sea que cerca de 16 millones de compatriotas -chicos, jóvenes, adultos o ancianos- disponen de menos de esos pocos pesos para gastar por mes, o sea $27 diarios, sumando los sueldos, las jubilaciones, las pensiones, los ingresos de todo tipo y las (mal llamadas) “ayudas estatales”.
La EPH -Encuesta Permanente de Hogares- de la que surgen estas atroces cifras de indigencia, exclusión y pobreza indigna e injusta, nos marca que en esos más de 4 millones de hogares nacionales viven aquellos dejados de la mano del Estado, olvidados por el Partido Justicialista gobernante, así como por otros partidos políticos que gobiernan diferentes distritos de la nación. Si a estos 16 millones les sumamos aquellos que superando dicha franja de precariedad absoluta no consiguen incorporar ingresos que les permita vivir con dignidad tenemos la realidad de un país en el que el 50% de las población se reparte el 14,2% de la riqueza nacional y un escaso 8% atrapa el 51,2% de aquella mostrándonos una fotografía exacta de la injusticia reinante.
Muy lejos de aquel paradigmas peronista de la mitad del siglo pasado donde las clases obreras se beneficiaban con un ingreso igual al 50% del PBI, siendo la actual realidad y luego de casi una década de crecimiento a tasas cercanas al 8% anual la de una sociedad donde el sector más pudiente puede gastar 20 veces más que cada uno de los integrantes de la las más numerosa y extendida -la pobre-. Estudios serios nos muestran que un 25% de la población es pobre y un 15% es indigente y por lo tanto excluida y otro 10% no logra cubrir un ingreso que le permita vivir con dignidad.
La Asignación por Hijo, la moratoria jubilatoria y el inmenso número de prestaciones sociales de la administración K no logró superar el mapa de la pobreza extrema, implicando que ésta no sólo no ha mejorado tal como hubiera debido de acuerdo a las variables de la macroeconomía, sino que desde 2007 se ha ido incrementando notoriamente a la par del crecimiento de los índices inflacionarios, y del aumento del trabajo no registrado; dos elementos permanentemente negados desde las esferas oficiales.
Los precios aumentan diariamente mientras los ingresos y las paritarias lo hacen anualmente o en el mejor de los casos semestralmente, impidiendo la reposición del poder adquisitivo que se degrada permanentemente en los últimos cuatro años. Las subas en las asignaciones sociales familiares, como en las de la Asignación por Hijo, las jubilaciones y pensiones siempre corren de atrás a la realidad.
El diagnóstico que nos muestra una extendida pobreza, una marcada inequidad, la falta de generación de trabajo, una real y sostenida fuga de capitales, un deterioro general de las condiciones de vida de la gente y un marcado avance de la drogadicción y el narcotráfico, señala a las claras la dicotomía del país real respecto del país de ensueños que nos muestra permanentemente el oficialismo y sus medios de comunicación. El sombrío panorama -que puede ser acusado de no resaltar ninguno de los aspectos positivos- no hace otra cosa que poner en hechos concretos los preocupantes números sociales que vienen siendo sufridos por una extensísima porción del pueblo argentino.
Gobierno e Iglesia y el peronismo parecen convivir con dos países muy diferentes., ya que la mitad de la gente que logra tener trabajo gana menos de $2.000 mensuales, o sea que un 50%.
Están muy por debajo de la canasta básica alimenticia; el promedio del ingreso de los ocupados registrados es de $2.488 mensuales, debiéndose aclarar que existen 1.163.000 desocupados reales sin ingreso alguno o que reciben la irrisoria cifra de $400 por “prestación de desempleo”.
Este grado de inequidad e injusticia hace que más del 50% de la población esté muy lejos de obtener los $3.350 mensuales de una canasta ínfima que apenas supere el grado de indigencia. El 40% -o sea 6 millones de argentinos- de ocupados gana menos de $1.800 o sea un salario mínimo, vital y móvil (hoy fijo en $1.840) y un 30% de los asalariados no desocupados se encuentra en negro o no registrados, siendo éste otro flagelo imposible de tolerar en una sociedad democrática y semi desarrollada o con un crecimiento sostenido como el de nuestra Patria.
La mitad más pobre de la población en nuestra Patria recibe el 22,3% del PBI, mientras el otro 50% se queda con el 77,7%, y como ya se dijera el 10% más rico o pudiente acumula el 55% del total del PBI argentino. Una verdadera calamidad que nadie o muy pocos denuncian y discuten con vistas al próximo examen electoral nacional.