LOS AZARES DEL CAPITALISMO DE CASINO.
Redacción de La Voz
El frenético desplazamiento de inmensos capitales en la economía globalizada crea de manera constante crisis que suelen ser el preludio de catástrofes económico-financieras aun mayores.
En 1995, los mayores fondos de pensiones estadounidenses (Fidelity Investments, Vanguard Group, Capital Research and Management) controlaban en conjunto 500 mil millones de dólares. Esa inmensa masa de dinero se aplicaba habitualmente a inversiones especulativas y no había bancos centrales ni organismos multilaterales que pudieran contrarrestar una ofensiva de ese grupo. Aunque algo debilitado por el estallido de la burbuja inmobiliaria, la incesante búsqueda de nuevos destinos rentables sigue transformando a las finanzas globalizadas en un tembladeral.
Apenas se comienza a salir de una crisis, de inmediato se perciben en el horizonte nuevos y oscuros nubarrones. Esto sucede desde fines de la década de 1990, cuando la informatización transformó a los principales centros financieros del planeta en una especie de ruleta non stop , que incinera cifras de vértigo invertidas en papeles finalmente calcinados. Pero hay ahora un incipiente cambio. Hasta el tsunami de 2008, cuyas réplicas no han cesado, los países emergentes pagaban las enormes facturas con mayores desempleo, inflación, desvalorización de sus productos primarios, encarecimiento del dinero. Y clamaban salir del pantanal.
Ahora, son los propios países centralmente económicos los que también padecen las desventuras. El “crac” de la Bolsa de Nueva York, en 1987, fue el primer temblor financiero desde la crisis del petróleo, en los ‘70. Después, en los ‘90, los sismos afectaron en forma sucesiva a Asia, Rusia, México, Brasil y la Argentina y produjeron fuertes oscilaciones de los tipos de cambio y de la balanza de pagos entre los principales bloques económicos, al tiempo que alteraron el funcionamiento de una economía globalizada que aún carecía de instrumentos de regulación.
Como todavía no se llegó a un nivel de integración para establecer tales instrumentos en el plano mundial, esta función es realizada en cierta manera por los bancos centrales de los países con economías más sólidas, lo que no significa garantía de estabilidad para todo el sistema, sino para ellos. Este cuadro hace que haya una sostenida tendencia hacia una progresiva pérdida de la capacidad de control, a despecho de las sucesivas reuniones del grupo de los 8 (G-8) y de los 20 (G-20) y las poco efectivas actuaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Es comprensible, pues, que resulte cada vez más difícil controlar las crisis, que se propagan con inusitada rapidez. A fines de mes, se reunirá el G-8 para avanzar en la búsqueda de mecanismos que den algún principio de estabilidad, que, según la feliz expresión acuñada por la economista Susan Strange, sigue siendo “un capitalismo de casino”. Las recientes caídas de algunas de las principales commodities están creando un escenario que difícilmente induzca a la serenidad y confianza, sino más bien lo contrario.