CHÁVEZ EN SU LABERINTO.
Por Andrés Cisneros
Vicecanciller de la Argentina durante la gestión de Guido di Tella
Hace rato que Chávez huye. Lo que pasa es que, como huye para adelante, genera cierta confusión de aspecto triunfalista. Cada vez que la situación interna se le pone difícil, se da vuelta e inventa, o exagera, algún conflicto externo. Y en esa materia, Uribe y Colombia están abonados a temporada completa. El mecanismo es conocido. Cuando el enemigo está "a las puertas," una oportuna invocación patriótica permite exigir a los ciudadanos que posterguen sus reclamos internos en beneficio de la supervivencia nacional. Para no colaborar en la zarzuela, Colombia no ha enviado, todavía, un solo soldado a las fronteras en que Chávez anunció la movilización de doscientos mil uniformados.
Para mayor colorido, Chávez acaba de abrir personalmente la tumba de Bolívar, pronunciando algunos paralelos con el Lázaro del "levántate y anda", para determinar si, en 1830, o sea hace ciento ochenta años, no habría sido envenenado por alguna oscura conspiración extranjera.
En Venezuela, país riquísimo, la economía anda muy mal. No crece y sufre una de las inflaciones más altas del planeta. Una fotografía oficial dio la vuelta al mundo: un soldado vigilando la góndola de un supermercado para impedir que aumenten los precios.
Para colmo, ya nomás, en septiembre, afrontará unas elecciones que probablemente va a ganar, pero, a partir de entonces, se habrá consolidado un polo opositor de proporciones.
Uribe se despide tirándole una bomba: denunció, con detalle probatorio, la sistemática colaboración que el presidente de Venezuela habría prestado desde hace años a insurgentes colombianos para derrocar al sistema institucional democrático de su país. Algo que cualquiera de los gobiernos de América tendría que calificar de inaceptable injerencia en los asuntos internos de otro Estado.
Emilio Cárdenas, experto en el sistema internacional, acaba de enumerar, además, las violaciones a los compromisos asumidos en Naciones Unidas y alrededores: la Resolución 1373, sancionada en 2001, que dispone explícitamente que los Estados deben abstenerse de proporcionar todo tipo de apoyo, activo o pasivo, a quienes participen en la comisión de actos de terrorismo. Concordantemente, la Convención Interamericana contra el Terrorismo, de 2002, y disposiciones expresas del Comité Antiterrorismo del Consejo de Seguridad de la ONU. Hasta algunos jueces de Garantías argentinos tendrían problemas para dejarlo pasar.
Inevitablemente histriónico, Chávez reaccionó en dos direcciones contrapuestas, a la vez. Por un lado, rechazó las acusaciones como provenientes del imperialismo yanqui y el lamebotas Uribe y, al mismo tiempo, sermoneó a las FARC –después de años de abarrotarlas de fusiles y pertrechos– para que abandonen el camino de la lucha armada. Una de las características más confortables del pensamiento delirante es que no tiene por qué mantener demasiadas vinculaciones con la coherencia.
Tanta efervescencia no registra los habituales ecos desde La Habana. Los Castro celebran cincuenta y siete años del asalto al cuartel de Moncada, alentando rumores de que ciertas normas de mercado (hasta ahora anatemas en el paraíso socialista) serán puestas en práctica, y la gente va a empezar a cobrar en la medida en que efectivamente trabaje, se permitirán comercios menores y una creciente libertad para la propiedad privada, el lucro, la Internet, la libertad de opinión, la casa propia y la iniciativa personal. Otro reino estelar de la coherencia.
Para hablar en ese clima estaba Chávez invitado como orador estrella. Naturalmente, declinó: su epopeya del socialismo del siglo veintiuno todavía se encuentra confiscando y estatizando a tambor batiente.
Como si el entuerto de las pasteras hubiera sido ya felizmente superado, se oye decir que este conflicto colombo-venezolano será el primero que el flamante secretario general de la Unasur deberá hacerse cargo de pilotear. Interesante será observar cómo aborda los matices del compromiso y las negociaciones un político como Néstor Kirchner, sin duda muy hábil, pero cuyo accionar se ha basado siempre en el choque y la confrontación.
La suerte de la entera Unasur puede jugarse en este asunto. Como se sabe, la OEA fue creada, hace sesenta y dos años, incluyendo la intención norteamericana de controlar a la región. Llevamos medio siglo tratando de impedirlo, lo que ha generado a un organismo híbrido que, no sirve mucho ni para aquello ni, desgraciadamente, para el progreso efectivo de América Latina.
Se imputa al Brasil el haber creado a la Unasur con un propósito parecido, seguramente más benévolo que el de Washington, una especie de OEA sudamericana y sin Estados Unidos. El problema es que la región se encuentra hondamente dividida en dos bloques irreconciliables. El del bolivarianismo y el de aquellos estados donde la política tradicional no colapsó, sino que triunfa, como Brasil, Chile, Uruguay, Perú y, a su manera, la Argentina. ¿Cuál Unasur será, entonces, la que extienda sus alas en el conflicto de las fronteras entre Colombia y Venezuela? ¿La del chavismo, que procura convertirla, como al Mercosur, en una tribuna de doctrina sedicentemente revolucionaria y antimperialista? ¿La del lulismo, que procura consolidar la evidente superioridad brasileña en casi todos los rubros y ordenar la región sobre parámetros finalmente verdeamarelos, pero más civilizados, acordables con los demás países?
Néstor Kirchner tiene entre sus manos una oportunidad invalorable, no sólo para solucionar este ruidoso conflicto puntual, sino, mucho más trascendente, para definir en favor de Unasur el papel de coordinador regional que no se limite a correr como un bombero detrás de cada incendio.
Una pincelada argentina: todos, todos los gobiernos, de cualquier extracción, civiles, militares, radicales, peronistas, y otros, invariablemente todos, se han llenado siempre la boca comprometiéndose "a luchar contra el flagelo del narcotráfico con todos los recursos a nuestro alcance." Ahora bien, las FARC son las responsables de la enorme mayoría de la droga que ingresa en la Argentina y envenena a nuestros jóvenes. ¿Por qué entonces no se condena a las FARC?
El interés nacional indicaría que debe combatirse a semejantes responsables de un daño tan significativo. Pero las anteojeras ideológicas llevan a que mucha gente, no solo gobernantes y funcionarios, prefieran percibir a las FARC como una suerte de simpáticos Robin Hoods, un puñado de jóvenes idealistas que luchan por el pueblo de su patria. Si Bolívar resulta que resucita, se muere otra vez. Pero antes, los echa de la plaza.
Gentileza de ANDRÉS CISNEROS