Por Urgente24.-
Palabras del filósofo y ensayista, Santiago Kovadloff, quien despidió los restos del fiscal Alberto Nisman en el cementerio de La Tablada, y revisa la larga gestión kirchnerista en su libro 'Huellas del rencor'.
Santiago Kovadloff no puede borrar la mirada de la hija mayor del fiscal Alberto Nisman mientras él lo despedía en el cementerio de La Tablada y se sigue emocionando con esos ojos firmes cuando recuerda la escena de febrero pasado.
"Quisiera en estos días tan difíciles, en estos años que nos esperan igualmente difíciles que los pasados, contar con conciudadanos que compartan conmigo la emoción de insistir en construir lo indispensable. No sé si lo vamos a lograr. Pero la insistencia nos da identidad", manifestó en diálogo con el diario 'La Nación', el filósofo, poeta y ensayista.
Su nuevo libro, Huellas del rencor, meditaciones de una década autoritaria (Emecé), de seis capítulos bien distintos, Kovadloff hace un repaso de distintos episodios dolorosos e irresueltos (la muerte de Nisman y de la niña Candela Sol Rodríguez), preocupantes (su visión de la prepotencia política kirchnerista y de la fragilidad republicana, del uso político del fútbol) y de personalidades ejemplares para recuperar valores (Nelson Mandela, Belgrano, el papa Francisco).
A propósito del mismo, dialogó con el matutino mencionado:
-Parafraseando a Borges, ¿a usted le duele la Argentina en todo el cuerpo?
-Uno no puede jactarse de que le duele el país, pero no puede menos que sincerarse y decir hasta qué punto el país forma parte de los desvelos más íntimos de una vida. De la mía lo es. Vivo con un profundo sentido de intimidad las alternativas de nuestra vida, como tantos otros. El país es parte de lo más privado de mi vida también.
-Usted hace un repaso de los 12 años de la gestión kirchnerista. ¿Cómo vislumbra el futuro?
-Necesitamos en la Argentina venidera un Adenauer de la ética. Alguien que trabaje a partir de la convicción de que es preciso reconstruir la transparencia y la solidez del sentimiento cívico. En todos estos años creo que ha sido consumada una forma muy particular de la desaparición de personas, que es la intrascendencia cívica de la Argentina, motivada por la subestimación de la ley, por la marginación económica de amplios sectores, por una educación que ha perdido el rumbo para convertirse en expresión de una mera subsistencia material de las escuelas, porque los partidos políticos desaparecieron; porque la gestión pública terminó creciendo en el campo ejecutivo a expensas del legislativo y del judicial.
-¿En 1983 se imaginaba que el futuro era esta democracia?
-No. De ninguna manera. Eso se debió fundamentalmente a un mal diagnóstico de mi parte. De las formas no supimos pasar a la sustancia. Porque, yo diría, fundamentalmente la ley estuvo al servicio del poder.
-Al leer su libro se concluye que el país supera toda ficción posible. ¿La Argentina es una novela negra, un sainete, una tragedia...?
-(Se ríe). Lo que decís me remite a un concepto: inverosimilitud. Lo que caracteriza a la ficción es la capacidad de transformar lo imaginario en verosímil. Lo que caracterizaría a nuestra situación es que lo real, a fuerza de trascender nuestra capacidad de concebirlo y de poder metabolizarlo y digerirlo, se vuelve inverosímil. Esto es lo tremendo. Los espasmos de indignación todavía no son indicios claros de una actitud reflexiva, sino más bien de una demanda que habla de una orfandad profunda con respecto a las instituciones que deberían albergar ese pedido de protección y de identidad que hace una ciudadanía huérfana de sentir. Me parece que estamos más cerca del terror que de la ficción.
-¿Por qué escribió Las huellas del rencor?
-Para responder una íntima necesidad de expresión. Por supuesto que en ello intervienen muchos factores, la perplejidad constante de vivir en nuestro país, la necesidad de brindarles expresión a emociones que si no intentaba formularlas iban a permanecer en un estado difuso que me acosaba todo el tiempo. En suma: por un acto de exorcismo.
-¿La muerte de Nisman aceleró la publicación?
-No. Fue una casualidad. El libro estaba proyectado desde mucho tiempo antes para el otoño de este año y lo cierto es que la muerte de Nisman se inscribió en el proyecto del libro como un corolario inesperado e indeseado. La editorial comprendió que este ensayo sobre Nisman no era el corolario, sino el prólogo.
-¿Por qué cree que el Estado ha sido tan eficiente en encapsular en la comunidad judía el atentado a la AMIA y nunca reconocer en más de 20 años que fue contra ciudadanos argentinos?
-Mi convicción es que en la Argentina el antisemitismo ha tomado distintas formas. Una de ellas es limitar la significación del ataque terrorista contra la AMIA a la comunidad judía. El atentado fue contra la Nación. E insistir en nombrarlos como un atentado contra una institución judía es ejercer en forma indirecta una profunda vocación antisemita.
-¿Su próximo libro será una novela de terror?
-(Sonríe) Estoy por publicar un libro de poemas.
-¿En él la Argentina también le duele?
-La Argentina está, pero allí quien habla es la intimidad de un ciudadano conmovido por la emoción de vivir, por la posibilidad de redescubrir la belleza, las horas que pasan, por la emoción de envejecer y por el deseo de infundirle a cada día un lugar de descubrimiento en mi vida.