Por Carlos Tórtora/El Informador.-
La Convención Nacional de la UCR celebrada ayer fue atípica. Por primera vez, la discusión giró en torno a dos propuestas de alianzas: la de Ernesto Sanz con Mauricio Macri y Elisa Carrió y la de Julio Cobos, que incluía al massismo, el socialismo y el GEN, pero nadie planteó la postura clásica de la dirigencia radical: ir solos a las urnas. Toda una admisión de que la dirigencia del viejo partido ha comprendido que su retorno al poder es inviable si no se da detrás de Macri o Massa.
Así, el panorama electoral queda reconfigurado pero con una serie de incógnitas que se irán develando en su mayoría antes de que en junio cierren las listas para las primarias nacionales del 9 de agosto. Por ejemplo: empieza una ardua discusión entre Sanz y Macri para determinar, antes de las primarias, qué compromisos asumirá este último para integrar radicales a su gabinete, en caso de ser electo presidente. Es obvio que, para conseguir mayoría de votos en la Convención, Sanz prometió el oro y el moro a muchos caciques radicales y ahora éstos le exigirán garantías, lo que promete una alianza con rumbo tormentoso.
En segundo lugar, la superprimaria entre Macri, Sanz y Carrió se convertiría en un foco de interés público muy importante, atrayendo votos desde la centroderecha a la centroizquierda. Esto lleva al gobierno nacional a la necesidad de montar también una primaria atractiva y la única que tiene hoy es Daniel Scioli vs. Florencio Randazzo, aunque podría incorporarle un tercer candidato. En síntesis, el Frente para la Victoria, para contrarrestar lo sucedido ayer, se ve obligado a instalar en su seno un duelo entre el pejotismo -representado por Scioli- y el cristinismo puro, encarnado en Randazzo. Obviamente, CFK correría el riesgo de que muchos peronistas corran a las urnas para votar por Scioli y no porque sean kirchneristas sino para derrotar a La Cámpora y el aparato presidencial.
En este orden de cosas, Scioli se ve relativamente beneficiado, ya que la idea de un sector de La Cámpora representado por Andrés Larroque, de llevar sólo a Randazzo a la primaria, parece perder entidad.
Tercero, Sergio Massa está en una obvia crisis. Su tesis de ir solo a la primaria del Frente Renovador ha quedado superada por la realidad. Necesita ahora urgentemente encontrar para la primaria alguien que sea algo más que un sparring, alguien que pueda significar una opción real y tenga votos. El candidato obligado para una negociación es José Manuel de la Sota, que podría aceptar perder con el tigrense a cambio de ser su canciller y tener una importante participación en el poder.
Por último, la centroizquierda podría deshojarse ante el atractivo de la superprimaria que se impuso ayer. La coalición del socialismo y el GEN está en emergencia con Margarita Stolbizer como precandidata y su rumbo pasa a ser incierto.
Durante casi dos meses, la fuerza expansiva del caso Nisman no sólo derivó la política electoral hacia un escenario secundario, sino que hasta consiguió desplazar al debate sobre el rumbo de la economía. En los últimos días, la impresionante ola de desinformación que envuelve la investigación sobre la muerte del ex fiscal fue dejando cierto sedimento entre los analistas. A menos que aparezcan revelaciones imprevistas sobre su asesinato, los autores y el plan que se llevó a cabo, la causa parece destinada a ingresar en un lago pantano judicial, como lo demuestra la inminente conformación, por parte de la fiscal Viviana Fein, de una junta médica que, no se puede esperar otra cosa, se tomará meses para expedirse. Mientras tanto, la situación mediáticamente se está traduciendo en la banalización del muerto y del tema, con una creciente farandulización que en realidad sólo bastardea la trascendencia de lo que está en juego: la complicidad del gobierno con el Estado terrorista de Irán, el esclarecimiento del mayor atentado terrorista en Latinoamérica y el rumbo de la política exterior argentina, ahora comprometida por un mega acuerdo con China que tiene todo el aspecto de convertirse en una pesada carga para el próximo gobierno.
La herencia del cristinismo a esta altura ya está redondeada: entregará el poder con una política exterior atada a los BRICS, que comprometería nuestra soberanía de un modo que jamás antes se pensó en relación, por ejemplo, a los EEUU.
En medio de este oscurecimiento del caso Nisman, la incertidumbre económica vuelve a filtrarse en el primer plano, tal vez porque, como en todos los demás temas, la Casa Rosada rechaza la tesis de que debe existir una transición, proceso esencial en cualquier alternancia democrática. Es decir, que el partido gobernante y las principales fuerzas opositoras concierten las cuestiones centrales para que el traspaso del poder, si pierde el oficialismo, sea lo menos convulsionado e incierto posible. CFK practica la tesis contraria: gobernará como Luis XIV hasta el 10 de diciembre y antes no acordará ni menos aún cederá un ápice en nada. El que gane, aunque fuera Daniel Scioli, deberá hacerse cargo de doce años de kirchnerismo sin que haya una sola modificación que le facilite hacer cambios de rumbo. La decisión de la cúpula del kirchnerismo es entonces clara: si por caso Mauricio Macri o Sergio Massa llegan a la Casa Rosada y empiezan -como deberán- a reformular las políticas de Cristina, se encontrarán no sólo con una telaraña legal y de funcionarios K que intentarán boicotear los cambios, sino con la movilización del cristinismo para evitar que la “contra-revolución” tenga éxito.
Con esta decisión estratégica, la presidente está desafiando a quien sea su sucesor a que opte por uno de dos caminos posibles: si se inclina por la prudencia, iría dejando que la trama tejida por el kirchnerismo continúe gerenciando el Estado y entonces en realidad sólo habrá un cambio gatopardista. Si en cambio opta por un tratamiento de shock y da vuelta la economía, la política exterior y la política social de CFK, se expondrá a una crisis cuyas proporciones son difíciles de prever por varios motivos. Uno de ellos es que el peronismo avanza hacia una profunda crisis interna, como ocurre cada vez que finaliza un ciclo de liderazgo y no hay un reemplazo claro a la vista. El otro es que la destrucción del sistema institucional realizado por el kirchnerismo es tan profunda que cuesta pensar en una rápida normalización del funcionamiento de los organismos de control, la ejecución presupuestaria, el federalismo, la autolimitación del Estado en su intervención en la economía, la distorsión de los precios, etc.
De algún modo, cada vez con menos sutileza, el cristinismo está apostando a poner en marcha el mecanismo de una bomba de tiempo que, si no estalla antes del 10 de diciembre, lo haría inmediatamente después.
El fracaso inicial del próximo gobierno sería entonces una condición básica para que el kirchnerismo retome oxígeno político. Además, los juicios contra la corrupción prosperarían con dificultad en un clima económico sumamente agitado, acompañado de alta inestabilidad política. En otras palabras, todo indica que este gobierno se propone llevarse puesto al próximo. No es de extrañar entonces que la supuesta tregua -difundida días atrás- entre el gobierno y la justicia federal, sea en realidad otra cosa. Después de la caída de Antonio Stiuso, los operadores judiciales del gobierno estarían tratando de montar lo que en tiempos de Carlos Menem se conoció como una “cadena de la felicidad”. O sea, un nuevo sistema de sobornos destinado a paralizar las principales investigaciones sobre la corrupción oficial. Si esto se lograra y luego, sobre fin de año, eclosionaran las tensiones de la economía, el enjuiciamiento de CFK y sus cómplices podría verse tapado por una crisis generalizada.
Ayer, el flamante candidato a Jefe de Gobierno de la Capital por el Frente Renovador, Guillermo Nielsen, dijo en La Nación lo que todos admiten en voz baja: “cualquiera que gane la elección va a tener que devaluar”.
Esta verdad de Perogrullo que, sin embargo, pocos reconocen en público, está ensamblada con otros razonamientos Si efectivamente toda la comunidad económica piensa que este gobierno está pateando todos los problemas de fondo para que los resuelva el gobierno próximo -y esto incluye un severo ajuste de la economía- ¿es coherente que los grandes capitales esperen ese ajuste para posicionarse en la reserva de valor a un precio más alto que el de hoy?
No se puede predecir cómo actuará una rana hipnotizada por una serpiente, pero viene a la memoria lo ocurrido con el final del gobierno de Alfonsín. Como el Plan Austral hacía agua, adelantaron las elecciones del 30 de octubre para el 14 de mayo de 1989, llevaron el dólar a 15 pesos y establecieron un “crawling peg” que mediante una flotación sucia hacía minidevaluaciones diarias para ajustar el tipo de cambio a la inflación. Obviamente, Sourouille no podía controlar para siempre el valor del dólar, porque al cambio que proponía había más australes disponibles que dólares en el BCRA. El mercado le fue llevando los dólares al precio que ponía el BCRA hasta fin de enero. A partir de febrero (16,80) le sacaron todos los dólares. Cuando renunció Alfonsín, el 6 de julio, el dólar valía 580.
En resumen, no hay que descartar que el mercado se pueda apresurar y adelantar la crisis. Mientras tanto, vale la pena, por ejemplo, controlar todos los martes el resultado de las licitaciones de Letras del BCRA. Mientras que esta entidad siga absorbiendo pesos, lo más probable es que no pase nada. A partir del primer martes que haya cancelación de Letras, haya que ponerse en guardia y si al martes siguiente la cancelación continúa, lo mejor sería colocarse el casco.