Por Héctor M. Guyot/La Nación.-
Hace mucho que no tenemos un verano como éste. Un calor subsahariano ha venido a coincidir con la crisis del servicio energético y lo que debían ser días de fiesta se han convertido, para mucha gente, en un infierno abrasador. En mi cuadra, si no hay corte, la tensión oscila entre 160 y 190. La luz, frágil, mengua como la llama de una vela a merced de la brisa, y los aparatos eléctricos, aire acondicionado incluido, se rinden exhaustos.
Lo que pasó con los trenes (que hoy demoran una eternidad porque en coches colmados y sin aire muchos caen como moscas y entonces los maquinistas optan por cancelar el viaje) está pasando ahora con la energía. Y así como los "culpables" de Once y la caída del sistema ferroviario fueron los concesionarios (meros cómplices), hoy el Gobierno, ante el colapso energético, carga las tintas contra las empresas eléctricas.
"Edenor roba, Clarín miente", pintaron los muchachos de La Cámpora en las paredes de mi barrio. Ante el cuadro de situación, la leyenda provoca ternura. Sin embargo, ilustra la dramática parábola del kirchnerismo en este 2013 que se va: empezó el año decidido a consumar su plan hegemónico y "eterno", pero lo termina desorientado, con el poder diluido y abrazado a su compañero más fiel, el relato, reducido ya a una hoja de parra que no alcanza a cubrir aquello que, por obsceno, se quiere tapar.
Se ha dicho que los Kirchner quisieron replicar en el país lo que habían hecho con éxito en Santa Cruz. Hay que reconocer que casi lo logran.
Tan cerca estuvieron que, cuando tenían el castillo rodeado y sólo faltaba el asalto final, expresaron sin tapujos su divisa en el "Vamos por todo", que fue consigna y grito de guerra. No les faltaba razón: tenían en un puño a la empresa y los grandes negocios, dominada la justicia federal y cooptados casi todos los organismos de control; este año la faena se iba a completar con la colonización del Poder Judicial, "democratización" de la Justicia mediante, y con el ataque definitivo al Grupo Clarín. La "Cristina eterna" estaba a la vuelta de la esquina, y con ella la conquista del Estado como instrumento de un proyecto faccioso de acumulación de riqueza y poder. Todo se había logrado con un método brutal pero efectivo cultivado en el Sur, que podría resumirse así: amenaza-miedo-colonización-dominio. La brutalidad, así como las verdaderas intenciones, eran maquilladas por el relato, que además servía para justificar los errores.
Pero este año, en algún momento, algo se torció. La Corte impidió que un poder del Estado se fagocitara por completo a otro, aunque concedió la ley de medios. Sin embargo, el grito de victoria quedó ahogado en la garganta de los guerreros oficialistas ante el inesperado resultado previo de las PASO. Desde las primarias, para el kirchnerismo todo fue barranca abajo. ¿Qué pasó? Muchos han explicado los desmanejos populistas del Gobierno en materia económica, que derivaron en un gasto descomunal, la pérdida de reservas y una inflación galopante. Se ha hablado, con razón, de ineficiencia. Pero es más que eso. Porque a la torpeza hay que sumarle una ambición desmedida que llevó al vaciamiento del Estado y al colapso de servicios públicos básicos en una década pródiga que -es triste- está lejos de haber sido "ganada".
Al kirchnerismo se le vino encima la realidad. Resultó herido no por fuerzas externas, sino por sus contradicciones. Por su propia lógica autodestructiva, como en toda tragedia que se precie: la pasión sin límite conduce a la inmolación.
No lo consiguieron, pero tras el intento dejan tierra yerma. La Justicia quedó tan maltrecha que Lanata y Hugo Alconada Mon tuvieron que hacer el trabajo que no hacen los jueces para que la sociedad se enterara de dónde sale el abultado patrimonio de los Kirchner. Un Estado ausente, convertido en una máquina de exacción pero olvidado de sus deberes básicos, dejó huérfanos a los ciudadanos en cuestiones como el transporte, la energía eléctrica y la seguridad. El daño más grande, sin embargo, se produjo en lo social. Un clientelismo perverso relegó a la exclusión a grandes franjas de población que hoy, sin horizontes, viven de la dádiva y la marginalidad, expuestas a las redes del creciente poder narco.
Los saqueos de principios de mes, que nos devolvieron a un hobbesiano estado de naturaleza, dejaron al descubierto el efecto contaminante de un gobierno que durante una década alentó la confrontación y el hábito de tomar lo que se tiene al alcance.
Estamos en medio de un verano surrealista, a oscuras, sin agua, sin luz o con aparatos eléctricos que expiran por caprichos de la tensión. Las almas en pena protestan por las calles sin que nadie las escuche. Almas que, en este diciembre de locos, han dicho basta. Termina un año raro, intenso, peligroso, en que muchos, en estas páginas, tratamos de explicarnos lo inexplicable. Tal vez quede una enseñanza: es muy difícil prevalecer con el derecho cuando alguien, desde el poder del Estado, apela sin escrúpulos a medios que subvierten la ley que lo justifica. A corto plazo, se pierde. Pero a largo plazo, la verdad se impone. Y todo indica que el largo plazo está llegando.