Un impuesto insensible. La insensibilidad del Gobierno nacional frente a los reclamos de eliminación del Impuesto a las Ganancias sobre los salarios es incompatible con una administración autoproclamada progresista. En contra de lo que pudieran sugerir las improvisaciones, contradicciones, ambigüedades y arbitrariedades del “modelo kirchnerista”, el Gobierno nacional sabe sumar y restar. Suma febrilmente los ingresos a la “caja”, que le dan poder político, y resta fríamente los ingresos de los asalariados activos y pasivos. Un régimen progresista jamás se permitiría gravar el trabajo y el ahorro de los trabajadores; quizá por eso el “modelo” hace y deja de hacer cuanto puede para demostrar que no lo es. Su cuño es cada vez más conservador y se aproxima al Tea Party estadounidense. En su versión autóctona, el kirchnerismo no tardará en ser una especie de “Mate Party ”. VER MÁS
Si tuviese sensibilidad social, no condenaría a jubilados y pensionados a la angustia de afrontar con ingresos mezquinamente reajustados los violentos embates del costo de vida en incesante crecimiento y de las limitaciones de los servicios asistenciales, en incontenible disminución, mientras la política regresiva se extiende a los trabajadores en actividad.
¿Cómo puede considerarse ganancia el sueldo de un trabajador, si las negociaciones paritarias estuvieron hasta ahora sometidas a los topes impuestos por el Poder Ejecutivo? Recién en los últimos meses la rebelión sindical los borró de la agenda de tratativas, en una decisión, no siempre efectiva, de recomponer ingresos.
Peor es el caso de jubilados y pensionados, que no pueden negociar nada. Es el poder el que establece los montos y períodos de reajustes, siempre sórdidos, que transforman al estipendio en un mediocre subsidio a la pobreza, no un justo reconocimiento por lo aportado durante décadas.
En su etapa activa, fueron solidarios aportando en una proporción superior a la menguada retribución que recibían; y ahora son obligados a una inicua contribución para proyectos continuistas, porque el poder político se incauta de los recursos previsionales que legítimamente les pertenecen.
El Gobierno se resiste a aceptar una verdad evidente. Los ingresos fijos son desangrados por dos impuestos: el gravamen sobre las ganancias y la inflación. Se revela incapaz de detener el crecimiento del costo de vida, pero su fuerte mayoría en el parlamento le permitiría eliminar la aberración de mutilar los ingresos de trabajadores y jubilados. Lo haría si tuviese genuina vocación progresiva y no regresiva.
Ni hablar del sarcasmo del “impuesto a la riqueza” sobre ingresos de activos y pasivos. Con los precios de inmuebles y de vehículos nominados casi totalmente en dólares, y con un peso que se devalúa por pérdida de competitividad en los mercados externos y de confiabilidad en el mercado interno, Argentina no tardará demasiado en ser un país poblado por 40 millones de ricos. Por lo menos, según los parámetros fiscales del “Mate Party” .