José Alperovich |
UN POLÉMICO TRIUNFO POR IMPERIO DEL DESEQUILIBRIO INSTITUCIONAL
Flojo de papeles por donde se lo mire, el triunfo de José Alperovich es consecuencia de una suma de vicios de lo que se conoce como la vieja política de caudillismo y personalismo. Exradical y peronista por elección, el actual gobernador se coronó ayer, por tercera vez, como el dueño de un extraño espacio de poder donde conviven, en perfecta armonía, la Justicia y la Legislatura como poderes adictos que le permitieron desde 2003 hacer y deshacer en nombre de la continuidad de un modelo de dudosa viabilidad, pero con algunos aciertos en materia económica, guiados por el viento de cola que se expande en la región. Llegó a renovar ayer de la mano de un compañero de fórmula fantasma, como lo es el actual ministro de Salud, Juan Manzur, figura espectral en el plano provincial desde la salida de Graciela Ocaña del área sanitaria nacional. Esa invisibilidad tiene explicación: Alperovich, que alguna vez soñó con acompañar a Néstor Kirchner, sólo es capaz de delegar el poder en este médico. Y sólo también se entiende esta repetición de binomio en la fantasía que anida en el tucumano de dar el salto en algún momento a la liga mayor que rodeará a Cristina de Kirchner si resulta reelecta el 23 de octubre próximo.
Alperovich, dicen quienes lo conocen de toda la vida, pudo hacer con la política lo mismo que como vendedor de autos, actividad comercial privada que lo ubica como el propietario de una de las concesionarias más importantes de la provincia. «Es capaz de hacer cualquier cosa que se proponga, aun cuando eso signifique extralimitarse», refiere un viejo militante que compartió con el ahora kirchnerista largos contertulios radicales.
Esa resignificación permanente de los límites se refiere, por ejemplo, a la polémica interpretación que el gobernador hizo de una cláusula de la Constitución provincial que limita a dos los mandatos de los gobernadores y que pasó por alto este año, previo per saltum de una sala de la Corte tucumana integrada por ministros muy cercanos a él.
Tampoco alcanzó el desafío que intentó cruzar una oposición encarnada aquí por el senador radical José Cano, principal adversario que anoche se quedaba con el segundo lugar por el apoyo del PRO, el socialismo, la Democracia Cristiana y la Coalición Cívica más que por el respaldo de la UCR, que es timón del Acuerdo Cívico con el que compitió. Alperovich ganó porque sí, casi como por capricho, pero también por la incapacidad de la oposición para interpretar al electorado tucumano.
Ninguna fuerza pudo contra el gigantesco aparato de populismo y clientelismo desplegado en las elecciones de ayer con fuerte envión de la Casa Rosada, pero que no alcanza sin embargo para mitigar situaciones de extrema pobreza en la que viven inmersos miles de tucumanos.
Después de las derrotas en Capital Federal, Santa Fe y Córdoba, el Gobierno había respirado aliviado en las primarias del 14 de agosto y ayer remontó nuevamente con el arrollador triunfo del tucumano, casi idéntico al resultado que obtuvo en 2007 cuando se alzó con el 78% de los votos.
Más allá del mandato constitucional propio de cada distrito, la ecuación nacional sobre la conveniencia de un cronograma desdoblado en muchas provincias -que se cierra el 18 y el 25 del mes próximo con Chaco y Río Negro-, apuntó precisamente a exhibir una serie de aciertos en las urnas en aquellos lugares donde se aseguraba la garantía de una continuidad del oficialismo cercano a Balcarce 50.
En Tucumán quedó demostrado: sin esfuerzos previos y casi por inercia (incluso no hubo presencias nacionales de peso en el último tramo de la campaña), el kirchnerismo anotó como propia la victoria de Alperovich en el sexto distrito electoral del país, con casi el 3,5% del padrón nacional.
En la política como en la vida misma, la eternidad es sólo un anhelo que tarde o temprano termina deshilachándose. Ningún régimen es eterno. Y aquí, en el Jardín de la República, donde los veranos huelen a limón y a azúcar, y los otoños se tiñen de exultante amarillo, también las cinacinas y las begonias podrían terminar marchitándose, víctimas de sus propias pestes. Así como el caudillismo de Bussi se marchitó poco a poco hasta extinguirse en insignificantes expresiones, Alperovich corre el mismo riesgo de desequilibrio si concreta su deseo de volver a reformar en los próximos años la Constitución para habilitar más reelecciones.