El filósofo argentino, Alberto Buela |
PENSAMIENTO NACIONAL
Historia y memoria nacional en Argentina:
Aclaración semántica
¡Qué manía inveterada la de querernos hacer nacer, por la prepotencia en el uso abusivo del término "latinoamericano", a todos los hispanoamericanos en el valle del Lacio!
Una vez más, antes de entrar en nuestro tema tenemos que relatar el origen espurio del término. Y mostrar que el uso de dicha denominación ya marca un extrañamiento de nosotros mismos. Uno de los tanto signos de lo que Arturo Jauretche llamó en Los Profetas del Odio y la Yapa: "la colonización cultural y pedagógica" (1).
En nuestro trabajo El sentido de América decíamos al respecto: "El término Latinoamérica si bien empleado por primera vez por el franco-colombiano José Torres Caicedo en 1851, es utilizado en su sentido estricto por Michel Chevallier consejero de Napoleón III en el momento de la expedición francesa a Méjico, quien en sus crónicas habla de la `otra América, católica y latina´. Así la prensa francesa con motivo de la expedición de Maximiliano en 1861 comenzó a hablar de `América Latina´ y Napoleón III en 1863 al dar sus instrucciones al general Forey para la expedición militar a Méjico, afirmará: "Es dable devolver a la raza latina...su prestigio...allende el océano". Lo que pretendía Napoleón III era hacer jugar a Francia una función decisiva en América hispánica, sobre la base de su ulterior extensión `como país latin´.
“En definitiva, Latinoamérica o América latina es un invento de la intelligenzia colonial francesa para `curarse en salud´. Es decir, para incorporar sus territorios americanos a un proyecto que siendo hispanoamericano le resultaría totalmente extraño y pondría en cuestión sus mismas posesiones en América del Sur" (2). Como eso no pudo ser, porque Napoleón III, y su proyecto Maximiliano, fue derrotado militarmente en Méjico, lo continuó en el plano de la cultura expandiendo la idea de revolución en las élites criollas. Tarea, que por otra parte continúa hasta nuestros días, claro que bajos otros ropajes. Hoy nos proponen la globalización mundial de la democracia, diciéndonos con Alain Touraine que estamos mal porque no somos lo suficientemente democráticos, dado que no se llevó hasta sus últimas consecuencias el proyecto moderno del Iluminismo en nuestras tierras. Cuan acertado estuvo el rumano Vintila Horia, ganador del premio Goncourt de 1960, cuando dijo: "La guerra intelectual contra la herencia española en las Américas culmina con la aceptación internacional del término Latinoamérica" (3).
En este mismo sentido, el penetrante Hernández Arregui en el prólogo a la II edición de ¿Qué es el ser nacional? afirma: “esta versión que el lector tiene a la vista es exactamente igual a la primera, salvo en el reemplazo, cada vez que lo he estimado necesario, del falso concepto de América Latina un término creado en Europa y utilizado desde entonces por los Estados Unidos con relación a estos países, y que disfraza una de las tantas formas de colonización mental. No somos latinoamericanos”.(4)
Como al pasar hacemos notar que, ni los habitantes del Canadá francés (Quebéc), ni los italo-norteamericanos, ni los haitianos se llaman a sí mismos latinoamericanos, lo que muestra a las claras la imposición ideológica del término, habida cuenta que todas estas comunidades son de lengua derivada del latín. Con lo cual se produce un doble mentís a un término bastardo e interesado, que sólo a servido para extrañarnos a nosotros mismos en el modo o manera de designarnos. En una palabra, no es un término ni de carácter lingüístico ni cultural, es una creación ideológica ex professo para enmascarar los intereses de las potencias coloniales en Nuestra América.
Historia e Historiadores
Aún cuando se sabe - desde Aristóteles, pasando por Lineo hasta nuestros días- que ninguna clasificación es exhaustiva. No obstante la técnica de la clasificación sigue siendo la posibilidad más adecuada para ofrecer una visión breve y completa sobre el asunto a exponer.
En el tratamiento de la historia argentina pueden distinguirse grosso modo cuatro grandes corrientes historiográficas: la liberal u oficial, la revisionista o rosista, la liberal de izquierda o universitaria y la izquierda nacional o sincretista.
La corriente liberal caracterizada por la línea Mayo-Caseros es la que escribió la "historia oficial" de la Argentina. Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López son sus fundadores en el último cuarto del siglo XIX y la Academia Nacional de Historia con Ricardo Levene y compañía, ha sido su continuadora hasta nuestros días (5).
La corriente revisionista, como su nombre lo indica, es la que revisa la historia oficial, transformándose en su contrapartida.
Esta corriente se inicia con la reivindicación de la figura de Juan Manuel de Rosas y tiene como antecedentes a Francisco Bilbao y su Historia de Rosas y a Adolfo Saldías con Historia de la Confederación Argentina. Pero el revisionismo como corriente historiográfica nace con el trabajo de Ernesto Quesada, La Epoca de Rosas que es cuando por primera vez se denunció la necesidad de superar el método lineal-positivista de la historiografía liberal. Tanto Bilbao como Saldías tienen un propósito reivindicatorio, pero su método histórico es liberal, pues "ninguno de los dos consiguió desaferrarse de la sujeción estricta a la letra escrita" (6),en cambio Quesada establece, a través de su método, el festina lente (7), la diferencia entre la explicación liberal-positivista y la comprensión historicista. De modo que el aporte de la corriente revisionista no se agota en lo reivindicativo sino que se extiende a lo metodológico.
Esta corriente se continúa en la enciclopédica Historia Argentina de José María Rosa, en los ocho tomos de Vida política de Rosas a través de su correspondencia de Julio Irazusta, en la didáctica Historia Argentina de Ernesto Palacio y en múltiples historiadores vinculados al Instituto de Investigaciones históricas Juan Manuel de Rosas.
Las corriente liberal de izquierda o progresista nace más recientemente. Aun cuando se incuba antes, tiene su floruit después del golpe de Estado de 1955 que derroca a Perón. Sus principales mentores son Tulio Halperín Donghi y Luis Alberto Romero, hijo de quien fuera rector de la Universidad de Buenos Aires con la “revolución libertadora”, quienes se caracterizan, obviamente, por su marcado antiperonismo.
Sus análisis históricos están signados por una diarquía de origen, pues aplican categorías marxistas pero entendidas sub specie política liberal. Esta ambigüedad, tildada de demócrata y progresista, le ha permitido reemplazar a la "vieja historia liberal" en todos los programas de enseñanza de historia tanto en la escuela secundaria como en la universidad.
Finalmente tenemos la corriente de izquierda nacional, cuyos principales expositores, a diferencia de la liberal de izquierda , son pro-peronistas. Posee un marcado tinte economicista en el tratamiento de la historia, propio de su marxismo de origen. Al que debemos sumar un alto contenido como "historia social". Es una corriente de clara y expresa vocación de integración continental iberoamericana. Sus principales exponentes y fundadores han sido Jorge Abelardo Ramos(Historia de la nación latinoamericana), Rodolfo Puiggrós (Historia crítica de los partidos políticos argentinos) y el pensador Juan José Hernández Arregui (La formación de la conciencia nacional). Existe, en nuestra opinión, un antecedente ilustre de esta corriente en el historiador y sociólogo de principios de siglo don Juan Agustín García con su trabajo sobre la época colonial titulado La Ciudad Indiana.
Memoria nacional
Ahora bien, ¿qué tienen que ver? y ¿cómo tienen que ver? estas cuatro corrientes historiográficas en la constitución de la memoria nacional de nuestro pueblo.
Si como se dice, un problema bien planteado está ya medio resuelto. El problema de la existencia de las memorias nacionales se encuentra íntrínsecamente vinculado con la existencia de los pueblos. O más precisamente, la existencia de los pueblos es la conditio sine qua non de la existencia de las memorias nacionales. Porque el pueblo es el sujeto de esas memorias, en tanto que portador de retenciones no caídas en el olvido.
Claro está, para aquellos que niegan la existencia de los pueblos como sujetos históricos esta meditación carece de sentido. Pero como para nosotros lo tiene, definamos entonces, qué entendemos por pueblo.
Es el conjunto de hombres y mujeres unidos por una conciencia étnico-cultural (lengua y valores), de pertenencia a una comunidad determinada. Esta comunidad no es necesariamente política, pues hubo y hay pueblos -los judíos ayer y los kurdos hoy- que no existieron o no existen como naciones.
A su vez el concepto de nación se expresa en el proyecto polítco-cultural que un pueblo determinado se da en la historia del mundo. Por su parte, la nación adquiere existencia real, pasa de la potencia al acto, cuando es reconocida por la comunidad internacional. Esto es, cuando se encarna en un Estado, que es el que le ofrece el marco jurídico de su organización. De lo contrario, queda en potencia, como el caso de la Gran Nación Hispanoamericana soñada por Bolivar, San Martín, Morazán, Melgarejo y tantos otros.
Vemos como el concepto de nación es, primero y antes que nada, una noción político-cultural, que adquiere un status oficial cuando se plasma en un Estado reconocido como tal. De modo, que según esto, la memorias nacionales van más allá de los Estados nacionales. Es por este motivo que nosotros podemos hablar con razón de la memoria nacional del pueblo iberoamericano.
Pero además, así como la idea de nación es anterior a la de Estado porque lo funda. Tiene primacía ontológica porque: Lo hace ser. La idea de pueblo tiene una prioridad histórica, pues el concepto de pueblo es históricamente anterior al concepto de Estado-Nación que es una categoría moderna. Es, sin lugar a dudas, el fruto político más logrado de la modernidad.
Luego de este desbroce de conceptos lo que queda claro es, que la memoria nacional tiene que ver con la memoria de los pueblos, que a su vez va más allá de las historias nacionales particulares, sobretodo en el caso iberoamericano. Ya tenemos, pues, una pauta. Toda corriente limitada a un "nacionalismo de fronteras adentro", de Patria Chica, poco y nada tendrá que ver con la memoria nacional. Ni que decir de aquellas corrientes que "Como nuestros cultos, al decir del poeta Homero Manzi, adscriben a todos los problemas y soluciones extrañas, y cuando intervienen en los nuestros, lo hacen como extranjeros".
Y si esto es así, respondamos, entonces, a las preguntas planteadas:
¿Qué y cómo tienen que ver las corrientes historiográficas argentinas en la memoria de nuestro pueblo?
La historiografía de corte liberal: En nada. Es un producto de la intelligenzia colonial anglo-francesa del siglo pasado que se encuentra en las antípodas valorativas de la memoria nacional de nuestro pueblo. Por otra parte, su propio método historiográfico de "sujeción estricta a la letra escrita" la inhabilita para incorporar ningún aporte de la memoria oral colectiva. Así pues, tanto ideológica como metodológicamente la corriente de corte liberal se encuentra escindida de la memoria nacional del pueblo argentino.
La revisionista se encuentra vinculada en parte a la memoria de nuestro pueblo. Sobretodo en el rescate del tema de nuestra génesis como nación. No nacimos en mayo de 1810 sino tres siglos antes. Y en la determinación de nuestros enemigos históricos: Inglaterra y Francia y la lucha de Rosas contra ellos.
La liberal de izquierda, no sólo nada tiene que ver, sino que además niega expresamente la memoria popular. Un ejemplo típico es el reciente trabajo de Dina Quattrocchi-Woisson: Los males de la memoria, que desde su como puesto en el CNRS francés opone las categorías de memoria (saber subjetivo) a historia (saber objetivo). Negándole así a la memoria popular su carácter de "verificabilidad intersubjetiva” como criterio de verdad sobre los hechos históricos.
En definitiva, es un subproducto no sólo de la vieja corriente liberal a la que se le suma un visceral antiperonismo, que desde la cátedra universitaria, sea argentina, estadounidense o europea no habla ya sobre lo que fuimos sino acerca de lo que debemos ser. Es una visión totalmente ideologizada en favor del ideario del socialismo democrático internacional.
Finalmente la corriente de izquierda nacional, algo tiene que ver con la memoria de nuestro pueblo. Sobretodo con su tarea de rescate histórico de pertenencia de la Argentina a la común Patria Grande hispanoamericana y en la explicitación de los mecanismos de explotación económica de las sociedades dependientes.
Resumiendo vemos que sólo el revisionismo rosista y la izquierda nacional tienen algo en común con la memoria nacional de nuestro pueblo. Sólo en la medida en que rescatan valores que conforman la memoria nacional de los argentinos como son su génesis hispano-criolla y explicitan sus enemigos. Al par que superando el huero nacionalismo del Estado-nación nos insertan en el destino común de la Patria Grande Hispanoamericana y muestran los mecanismos de la dependencia económica.
Conclusión
Hemos afirmado al comenzar esta exposición que ninguna clasificación es exhaustiva. De modo tal que, no escapará al lector atento, que existen un sin número de historiadores que realizan su tarea al margen de las corrientes mencionadas.
Observará, también, que la distinción entre pueblo como sujeto de valores-; nación como proyecto político cultural y Estado, es de singular importancia para determinar el emplazamiento de la memoria nacional en el pueblo como portador de retenciones no caídas en el olvido.
Se preguntará, entonces, ¿cómo constituyen los pueblos sus respectivas memorias?. Respondemos que a través de la conservación de sus vivencias-luchas por existir- y de sus valores transmitidos de generación en generación. Lo que en buen castellano se denomina tradición. Esto es, la transmisión de algo valioso de una generación a otra.
De modo tal que las corrientes historiográficas participan en mayor o menor medida en la memoria nacional de los pueblos, en tanto y cuanto participan en la explicitación de las vivencias y valores que un pueblo retiene como propios.
* Doctor en filosofía, ensayista y director de Disenso.
NOTAS
1. Jauretche,Arturo:Los Profetas del Odio y la Yapa, Buenos Aires, Ed. Peña Lillo, 1967.
2. Buela, Alberto: El Sentido de América, Buenos Aires, Ed. Theoría, 1990, Pág. 56.
3. Horia,Vintila:Reconquista del descubrimiento, Madrid, Ed. Veintiuno, 1992, Pág. 119.
4. Hernández Arregui, J.J.: ¿Qué es el ser nacional?, Bs.As., Plus Ultra, 1973, Pág. 5.
5. Al margen de estas corrientes existen un cúmulo de historiadores que podríamos denominar “profesionales” pues su tratamiento de la historia argentina se limita a la objetividad metodológica. Se destacan entre otros: Antonio Pérez Amuchástegui, Jorge Ocon, José Luis Busaniche, Carlos Segreti, Jorge Luis Cassani.
6. Pérez Amuchástegui, Antonio: Federalismo e Historiografía, Buenos Aires, Revista Escuela de Defensa Nacional Nº13, p.21.
7. Buela, Alberto: Quesada y su método histórico-hermenéutico, en internet, abril, 2005.-: “Su lema el festina lente que aconsejaban los historiadores romanos denomina su método. Esto es, “apresurar con calma”, o “presuroso con circunspección”. En una palabra, obrar con máxima prudencia pero actuar rápido.
Y viene acá el meollo de su método: “ publicar fragmentariamente el resultado de la investigación en tal o cual punto o faz de la cuestión (festina), procurando así provocar la rectificación, aclaración o complemento eventual (lente), por parte de cualquiera de los que tengan posibilidad de hacerlo. Sea por conservar vivaces aún los recuerdos de cerca de un siglo entero, sea por poseer papeles o documentos que puedan arrojar vivísima luz sobre lo que parece a primer vista inexplicable”.
No es necesario ser un genio para darse cuenta que este método, el festina lente, al exigir la descripción del fenómeno(publicar fragmentariamente el resultado) y reclamar la verificación intersubjetiva (provocar la rectificación o aclaración) de la investigación realizada, está más cerca del método fenomenológico de Husserl y del historicismo de Dilthey, que del positivismo de Comte o Spencer”.