La Nueva Provincia - Eugenio Paillet
En una semana caliente como pocas, la presidenta habilitó nuevas tropelías a su impresentable canciller. Héctor Timerman reclamó a El Salvador que le envíe los planes de estudio de la escuela en la que cursan policías federales, metropolitanos, bonaerenses, prefectos y gendarmes, para comprobar que no enseñan a torturar ni técnicas golpistas. Mereció el profundo enojo del presidente Mauricio Funes. Aníbal Fernández resurgió de su involuntario ostracismo para calificar de "cachivaches y berretas" a los miembros del servicio diplomático norteamericano, por sus informes a la Casa Blanca en los que reflejaban la nula disposición del gobierno de los Kirchner a combatir el narcotráfico, la corrupción y el lavado de dinero.
Dos nuevos baldones externos que dejan al país cada vez más lejos del mundo y más cerca de Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, lo peorcito del continente. Aquí, un juez siempre sospechado de amiguismo con el poder, desde que archivó en tiempo récord una causa por enriquecimiento ilícito contra el matrimonio gobernante, como Norberto Oyarbide, dejó preso e incomunicado, y luego liberó, tras altísimas presiones oficiales, a Gerónimo Benegas, el principal sostén gremial de la candidatura de Eduardo Duhalde. Terremoto político en puerta, mientras la sociedad se pregunta, absorta e incrédula, por qué, a la vez, sigue en libertad Héctor Capaccioli, a quien el juez ya ha procesado dos veces por delitos varios vinculados con el financiamiento ilegal de la campaña presidencial de Cristina y la llamada mafia de los medicamentos. O Ricardo Jaime, el funcionario que más causas sobre delitos de corrupción acumula, mientras descansa cómodamente en una playa de Brasil.
En la CGT, temen que Oyarbide, tan afecto a entregar paladas de cal y de arena, decida ahora ir por Hugo Moyano. Cristina no tuvo empacho en llamar al juez para decirle: "descomprimí, que se me está llenando el país de piquetes". El dato, asombroso por sí solo, contado por una fuente inmejorable, desnuda aquella connivencia entre magistrados y funcionarios que denunció la central obrera en su comunicado reclamando la libertad de "Momo". Por lo demás, Cristina ordenó a su gabinete silencio de radio y cargarle el fardo de todos esos males a Alberto Fernández.
En medio de semejante fárrago, Daniel Scioli regresa, por estas horas, de su viaje a Italia. Vuelve decidido a no dejar pasar así nomás la jugada armada por la Casa Rosada para imponerle las listas colectoras en la provincia. "Siempre hay una primera vez", dice un hombre que lo acompaña desde que el ex motonauta se metió de lleno en la política y que, por estos días, suele desgranar con información y mucha percepción personal el pensamiento del gobernador. Se refiere al estado de ánimo que guarda su jefe, que podría decidir que ocho años de lealtad a ultranza, y de una incondicionalidad que suele irritar hasta a sus propios seguidores, es tiempo suficiente para que nadie pueda acusarlo de traidor o golpista.
Nadie sabe, no obstante, si el gobernador endurecerá su posición o mantendrá la calma que lo ha caracterizado. Lo seguro es que Scioli se encontrará, cuando se reintegre, mañana, a su despacho de La Plata, con un gabinete convertido en un hervidero. Hay tantos que alientan una ruptura lisa y llana con Cristina Fernández, si es que la presidenta persiste en avalar las listas colectoras, como los que claman por mesura o desensillar hasta que aclare.
Entre los primeros, se cuentan varios ministros, uno de los cuales machacó directamente, en las últimas horas, sobre la idea de que, si no hay marcha atrás con las colectoras, Scioli renuncie a pelear por la reelección y, tras una vuelta al llano de dos años, se prepare para iniciar entonces su carrera hacia la Casa Rosada, en 2015. Uno de los más encaramados en esa estrategia de máxima ruptura es Baldomero Alvarez de Oliveira. El ministro de Desarrollo Social, hay que decirlo, sigue siendo, antes que ministro, un caudillo puro y duro de Avellaneda, donde fue intendente, y conserva todo el perfil de los barones del Conurbano que, de la misma manera, hoy despotrican en público y en privado contra lo que consideran una perfecta trampa para ellos y para sus feudos territoriales. Todos juntos no tienen dudas de que la decisión de Cristina de alentar la candidatura a gobernador de Martín Sabbatella es un disparo al corazón de las posibilidades de Scioli de conseguir la reelección, porque no sólo el diputado de Morón arrastraría votos hacia su boleta que le restaría al gobernador, sino que la jugada podría beneficiar por vía indirecta a Francisco De Narváez, que hoy aparece en los sondeos con posibilidades de repetir ante Scioli su victoria de 2009 sobre Néstor Kirchner.
El ala moderada o "no rupturista" de la administración bonaerense, cuya cabeza visible, según los confidentes, es el jefe de gabinete, Alberto Pérez, entrega frases mesuradas, lejos del apasionamiento de aquellos caciques que sienten en carne propia el aliento a las colectoras, porque la dispersión también los afectará a ellos en sus municipios.
No por nada, desde la Casa Rosada, o desde las carpas del kirchnerismo de paladar negro, salieron a cruzarlos ante manifestaciones impregnadas de aires de guerra en boca de Hugo Curto, Alberto Descalzo, o el propio "Cacho" Alvarez. "Les importa más un concejal, un diputado provincial o alguna intendencia, que garantizar que Cristina pueda triunfar en primera vuelta en octubre", deslizan cerca de Carlos Zanini, verdadero padrino del aliento de la Casa Rosada a Sabbatella.
Ahí pareciera estar la madre de todas las batallas. Con la diferencia, respecto de escenarios anteriores, de que, esta vez, Scioli podría ser la principal víctima. Las cuentas que entregan en los laboratorios de la Casa Rosada muestran que el aliento a la candidatura de Sabbatella no es sólo un juego para incordiar al gobernador bonaerense: creen que los cerca de diez puntos de intención de voto que hoy muestran las encuestas con las que midieron a Sabbatella le garantizan, o casi, a Cristina, la suma que ella necesita para ganar en primera vuelta. Ese sería, añaden, el presupuesto básico de la presidenta: ser reelecta sin tener que pasar por el incierto callejón de un balotaje.
Si hay que escuchar a los voceros platenses, podría decirse que han dado en la tecla a la hora de encontrar las razones del malestar del mandatario provincial y de aquel estado de ánimo que por fin podría presagiar un golpe de timón. "Le molesta y mucho, no puede entender que Cristina acepte que Sabbatella haga campaña en la provincia criticando al gobernador y a sus principales políticas", expresan ese lamento. El petardeo constante sobre su gestión de seguridad es lo que tal vez más lo trastorna; en especial, porque tendría por seguro que la presidenta en persona no es ajena al combate casi a cara descubierta que, desde el ministerio de Seguridad a cargo de Nilda Garré, se ha lanzado, en estos días, para desestabilizar a Ricardo Casal. Sabbatella se subió, rápido como el rayo, a esa embestida. En La Plata, explotaron: "Parece que no se acuerdan de que, en 2009, jugó contra Kirchner, y ahora es cristinista de la primera hora. A ella también la va a traicionar cuando le convenga".
Scioli planearía, a mitad de camino entre patear el tablero y tragarse un nuevo sapo, una estrategia a dos puntas: bloquear las colectoras desde su cargo de presidente del Partido Justicialista, que reasumió desde la muerte de Kirchner, con el argumento de que una modificación de la ley Electoral como la que se necesitaría para habilitarlas expresamente y salir del limbo en el que se encuentran, ahora, tanto la letra como el espíritu de la ley (no las prohíbe, pero tampoco las habilita) requiere que, primero, el partido apruebe la conformación de alianzas.
Sus asesores dicen contar con el apoyo y el peso de los intendentes que se oponen y otros sectores del peronismo local y hasta de nichos del kirchnerismo a nivel nacional. Recuerdan, por caso, el apoyo que recibió por parte del progresismo kirchnerista en aquel acto de Mar del Plata donde estaban Agustín Rossi, Edgardo Depetris y Emilio Pérsico, entre otros. El siguiente paso sería enviar todo a la justicia con competencia electoral para que se expida, confiando en los tiempos laxos y siempre impredecibles de los jueces. La jugada no es lo que pretende conseguir, sino lo que pretende mostrar: que tiene la fortaleza y hasta la autonomía suficiente como para proponer un desafío que, seguramente, encenderá nuevas hogueras. Es, al menos, uno de los pasos que entusiasman a los estrategas platenses, lo cual dista mucho de pretender que eso sea un gesto de independencia producto del hartazgo por el nuevo maltrato, y mucho menos de que pueda coronarlo con éxito.
Cristina Fernández, por supuesto, no es inocente en esta historia ni la mira desde los balcones de Olivos, y por eso es que ordenó reforzar la presión sobre Scioli y a favor de las colectoras, se haga lo que se tenga que hacer. Una tropa de fieles y ultras saldrá, desde ahora mismo, a poner el grito en el cielo sobre los presuntos intentos rupturistas del gobernador, con alguna pátina legal como es la que ya empezó a aportar el apoderado nacional del partido y kirchnerista incondicional, el diputado Jorge Landau, que le dio pase libre a las colectoras, aunque la ley no lo diga de esa manera.
Carlos Kunkel, Carlos Zanini, Luis D'Elía, Aníbal Fernández, Florencio Randazzo y Julio De Vido serán los que se pintarán la cara, si es que hace falta, en ese camino sin retorno que la presidenta ha emprendido para acercarse al mágico número del 40 por ciento de los votos que necesitaría en octubre. La síntesis entre la moderación y la embestida frontal la dio, por esas mismas horas, el legislador kirchnerista Fernando "Chino" Navarro, quien está lejos de propiciar la candidatura de Sabbatella: "Daniel tiene que entender que si necesitamos las colectoras para garantizar sin sobresaltos el triunfo de Cristina en primera vuelta en octubre, tendrá que haber colectoras".
Todos esos aprontes de guerra no hacen más que confirmar una noticia nueva que se ha ido perfilando en los despachos del poder, y que por primera vez podría ayudar a comprender lo que pasa, por estas horas, por la cabeza de la presidenta. Ella, se repite una y otra vez, a nadie le ha dicho todavía si aceptará ser candidata en octubre. Pero, frente a la catarata de interpretaciones, análisis y pronósticos que se hacen en los más diversos ámbitos políticos y periodísticos, aquellos confidentes que tejen y destejen a su alrededor han entregado algunas puntas. La primera no es una novedad: Cristina no tiene ninguna razón para mostrar su juego antes de tiempo, y, por lo tanto, aguardará que llegue el minuto final antes del vencimiento del plazo. Luego, atacan lo que, a su juicio, es un falso mito: que ella jamás aceptará la candidatura si no tiene la certeza de que ganará en primera vuelta y que no afrontaría un segundo turno, por más que, hoy, todas las encuestas y las eternas indefiniciones de la oposición le sugieran que no debería tener problemas en pasar ese trance. "Competir va a competir, eso está en la génesis de los Kirchner desde que empezaron en política, todo lo otro que se dice es hojarasca política o expresión de deseos de algunos enemigos o de los medios", dice uno de esos intérpretes.
Otro "mito", según los confidentes, es aquel que sostiene que Cristina, finalmente, no se presentaría porque teme al desgaste inexorable que sufriría en su último mandato por parte de los factores de poder, engordado ese deterioro, de seguro, por la búsqueda de un nuevo liderazgo que hará el peronismo propio y el ajeno, como cuadra al partido cuya impronta en esa dirección la imprimió su propio fundador. Y que, en ese tren, preferiría dejar pasar un período constitucional, para intentar volver cuatro años más tarde. "Eso es un disparate y los que lo dicen no la conocen a Cristina o estos siete años estuvieron mirando otro canal: ante el primer intento, ella llama a una concentración en la plaza y los denuncia por desestabilizadores y golpistas", sentenciaron.
Eugenio Paillet/"La Nueva Provincia"