La identidad nacional y lo social.
Mario Luis Fuentes. Excelsior 23-Nov-2009
A 99 años de su inicio, es difícil concebir nuestro momento como un día luminoso. Se perciben “tiempos nublados”, para aludir a Paz.
El poeta Hölderlin sostenía que sólo donde hay mundo puede haber historia. Mundo hay donde se encuentra, o la ruptura o la síntesis, determinantes siempre de las historias de los pueblos. La medianoche de la historia que evoca Hölderlin parece ser la medianoche de la historia de nuestro país; esta figura invoca a lo más oscuro, a lo más ausente de luz; sin embargo, también nos puede ofrecer la claridad de una noche estrellada, como la percibió Vincent van Gogh. A 99 años del inicio de la Revolución Mexicana, es difícil concebir nuestro momento como un día luminoso. Se perciben “tiempos nublados”, para aludir a Octavio Paz, en los que la negrura de la pobreza y la opresión sobre los más débiles se enseñorea por todas partes y nos deja impávidos ante tanto sufrimiento. No es ocioso recordar que fue precisamente esa negrura la que llevó al conflicto y la ruptura que significó nuestra Revolución; y rememorarlo permite mostrar lo absurdo de nuestro actuar, al silenciar a la memoria y tratar de fingir que desconocemos que este país se forjó en una buena parte sobre la brega revolucionaria. Un millón de muertos es el saldo de la lucha armada que se inició en 1910. Al respecto, vale la pena hacer un paralelismo señalando que en nuestros días enfrentamos cerca de 200 mil muertes anuales que son altamente prevenibles; lo que significaría, en sentido estricto, que cada cinco años acumulamos un saldo similar al que se alcanzó en la Revolución. Frente a ello, el discurso gubernamental insiste en que la solución de nuestros problemas se encuentra en seguir haciendo más de lo mismo; se convoca a la “reingeniería de programas”, a la “evaluación estadística” y a la “revelación del dato”, gracias al cual, nos dicen, providencialmente las cosas habrán de mejorar. La ilusión del progreso sigue vigente en el discurso dominante en las instituciones del Estado, y no se ha tenido el arrojo de transitar, en los últimos 20 años, hacia saberes y nociones distintos del desarrollo. Lo que se percibe, por el contrario, es una constante ilusión desarrollista desde la que se asume que inevitablemente la historia nos depara mejores condiciones en el porvenir. Sin embargo, el presente que vivimos nos muestra una cara distinta: desolación, carencia, marginación, exclusión, violencia, todo en medio de un país que tiene los recursos y las capacidades instaladas para confrontarlo y transformarlo en mejores condiciones de vida. “Vino la ventisca y nos alevantó”, consigna Juan Rulfo pensando en la vorágine social que se originó en la Revolución Mexicana. Ahora, la ventisca sigue y alevanta a millones de mexicanos, pero en esta ocasión dirigiéndolos hacia la desesperanza y la frustración que implica saber que no hay futuro; que el hambre es una constante y hay pocas alternativas para escapar de ella: la migración, la ilegalidad o la espera pasiva a que el paternalismo social que hoy sigue presente en los programas de combate a la pobreza, llegue a sus comunidades a hacer un poco más llevadera la existencia. México necesita reconocer que nuestras instituciones y leyes vigentes no alcanzan para garantizar la justicia social. Emprender su transformación pacífica es la gran meta que debiéramos fijarnos para 2010. De no hacerlo, seguiremos sumidos en la pesadilla de una medianoche histórica cada vez más oscura y desafiante. México necesita reconocer que nuestras instituciones y leyes vigentes no alcanzan para garantizar la justicia social. FUENTE: EXCELCIOR, Edición impresa-MÉXICO