Ernest Alós decidió seguir la más famosa bala perdida de la historia de la fotografía y descubrió que no dio en el blanco. En la apasionante crónica que publicó EL PERIÓDICO DE CATALUNYA el pasado viernes, se aclara dónde cayó el protagonista de El miliciano muerto. No fue en Cerro Muriano, como se había dicho, sino en una localidad a 50 kilómetros que parece bautizada para provocar enigmas visuales: Espejo.
Desde 1975, cuando Philip Knightley publicó The First Causalty, la hipótesis de un montaje era tema de discusión entre los especialistas en Robert Capa. La exposición que se exhibe en el Museu d’Art Nacional de Catalunya (MNAC) permitió a Ernest Alós precisar el paisaje de la foto y hacer una investigación in situ.
Robert Capa disparó el obturador el 5 de septiembre del año 1936. En Espejo solo hubo combates 20 días después. ¿Es posible que una bala estuviera tan adelantada?
La verdad es una categoría que cambia a medida que conocemos más. En su guión museográfico para la exposición de Montjuïc, Cynthia Young comenta que la tesis de una muerte en combate se había sustituido por la de un disparo accidental. Esto restaba dramatismo a la foto más célebre de la guerra civil española, pero no la convertía en una pose.
No se pueden descartar los datos que traerá el futuro. ¿Alguien descubrirá que el 5 de septiembre de 1936 un enemigo o un compañero disparó su arma por locura o descuido, en absoluta soledad y muy lejos del frente?
Por ahora, la información de EL PERIÓDICO confirma la tendencia de Capa a agregar detalles a la realidad. No es casual que su autobiografía llevara el título de Ligeramente fuera de foco. Las distorsiones que son la maldición del fotógrafo pueden ser la virtud del narrador.
Seductor y embustero, Robert Capa se construyó un personaje (comenzando por su nombre, que sustituyó al de André Friedmann) y animó las noches de París con relatos no siempre fiables de sus peripecias en los frentes de guerra. No hay la menor duda de su arrojo, que lo llevó a morir en Vietnam en 1954, ni de su calidad como fotógrafo.
Apostador consumado, dependió de la fortuna. Desembarcó en Normandía, pero un laboratorista sobrecalentó los negativos y solo 11 tomas resultaron aceptables. En Espejo se arriesgó menos y logró la más discutida de sus imágenes.
El miliciano muerto es una fotografía de excepción por la forma en que atrapa un cuerpo que cae. La mirada del soldado se extravía, el pie izquierdo se afloja, ya vencido, el cuerpo se desploma en una posición incómoda, torcida, ajeno a otro impulso que sucumbir, el rifle está a punto de ser soltado, como un trasto inservible. Un icono de la aniquilación.
Hasta ahora no se han encontrado los negativos de la secuencia. En caso de que se hicieran diversas tomas, resultaría difícil hallar otra más convincente.
«La imagen fotográfica es siempre algo más que una imagen: es el lugar de una división, de un desgarro sublime entre lo sensible y lo inteligible, entre la copia y la realidad, entre el recuerdo y la esperanza», escribe Giorgio Agamben.
Toda fotografía reclama ser interpretada, es una mediación entre lo que pasó y lo que sentimos en tiempo presente.
El miliciano muerto no dejará de interrogar a quienes lo contemplen. El dolor que transmite es verdadero. Con los importantes datos que tenemos, debemos dejar de tratarlo como una noticia de la muerte. Es otra cosa: un símbolo. Al igual que el Cristo de Andrea Mantegna, representa un sacrificio que no necesariamente ocurrió de esa manera.