Chávez durante su campaña contra los latifundios. |
Por Pablo Díaz de Brito/La Capital.-
El dirigente kirchnerista Juan Grabois se hizo notar la semana pasada con su plan para expropiar campos de 5.000 hectáreas o más. Este pensamiento, como casi todo lo que dice Grabois, es anacrónico y potencialmente devastador. No es necesario retrotraerse a la lucha de los bolcheviques de Lenin contra los propietarios rurales rusos (kulaks) en los años 20, ni a la muerte por hambre de decenas de millones de campesinos por obra de Mao a fines de los años 50. Tampoco, ya más cerca, a la fallida reforma agraria de Fidel Castro, que se debió revertir mediante la entrega de parcelas a agricultores privados. El peor ejemplo es más cercano: la fallida revolución agraria de Hugo Chávez en Venezuela, una de las causas directas de la hambruna que padece el país. Hay que destacar que Venezuela tiene un clima ecuatorial húmedo con un territorio regado por el segundo río de Sudamérica por caudal, el Orinoco (duplica al Paraná con 33 mil m3/seg contra 17 mil). Sin heladas, con clima estable por ausencia de estaciones marcadas, sus suelos pueden producir varias cosechas anuales porque el ciclo vegetal no está sometido a las estaciones de inactividad biológica que impone el frío. Producir maíz, porotos (llamados frijoles o caraotas en Venezuela), arroz, yuca, que son los principales vegetales que consumen los venezolanos, debería ser fácil. Lo mismo vale para frutas y carnes. El hambre y la pérdida de peso que registra la población no son casuales.
En 2005, Hugo Chávez tuvo la idea de lanzar una "guerra contra el latifundio", que luego de su muerte continuó Nicolás Maduro. Unos cinco millones de hectáreas fueron quitadas a sus dueños. Sistemáticamente cayeron en la improductividad, según encuestas de Fedeagro, la federación agraria venezolana. La política, pese a su total fracaso, sigue a toda marcha: en 2017 se expropiaron otras 208.000 hectáreas, según el Instituto Nacional de Tierras. "De producir alimentos para todos los venezolanos ahora esas tierras solo producen lástima", lamenta Aquiles Hopkins, presidente de Fedeagro.
La caída de la producción comenzó en 2007, apenas dos años después de aquel anuncio de Chávez. "Esas tierras se las entregaron a campesinos sin ningún tipo de ayuda como financiamiento, capacitación, asistencia técnica e insumos. Ahora no producen nada", señaló Hopkins. Desde hace años el país importa maíz, porotos y arroz, entre otros alimentos básicos. Algo idéntico ocurre con la carne vacuna.
En 2019 se acentuó aún más la crisis del sector, mientras se cumplen 12 años de caída sostenida de la producción. Según Fedeagro, este año se producirá la mitad del maíz que en 2018 y solo se podrá cubrir el 10 por ciento del que se consume para las populares arepas. También solo se podrá abastecer entre 20 y 25 por ciento del arroz y se volvió a reducir la producción de hortalizas, caña y café.
Otra forma de medir la decadencia agropecuaria de Venezuela es mediante su "huella ecológica", un parámetro para cuantificar el impacto de las actividades humanas sobre el planeta. Venezuela está reduciendo su "huella", no por vocación ecologista sino por generación de pobreza y miseria. Lo documenta la publicación Efecto Cocuyo en un informe. Ese menor impacto ambiental es "un logro por pobreza". Footprint Network en 2019 destaca la reducción del 20 por ciento de la huella ecológica de Venezuela entre 2014 y 2016. Hay una caída del 58 por ciento de importación de productos agrícolas y 34 por ciento de producción agrícola local. Ambientalismo por pobreza: no parece una opción, por cierto. Venezuela es una advertencia trágica de que el camino anacrónico que impulsa Grabois es un seguro de hambre, miseria y decadencia.