Por Claudio Jacquelin/La Nación.-
La coalición oficialista pasa por uno de los momentos tal vez más tensos de su corta historia, cuando faltan apenas días para celebrar su cuarto cumpleaños. Cambiemos cruje, se agrieta y se dobla, pero, al menos por ahora, no se rompe. Ningún dirigente relevante duda de que estarán todos juntos en la conmemoración (no son días de fiesta) y en las elecciones. Como en 2015. El miedo a perder lo que se tiene es un poderoso aglutinante.
Cambiemos es hoy una suma de macristas, lilistas y radicales, pero lejos está de ser una síntesis de esos espacios. En la etapa de definiciones electorales, las débiles costuras de la alianza quedan expuestas.
En la Legislatura, Vidal enunciará metas para otros cuatro años. Las diferencias de culturas políticas; el desprecio por la construcción de un afecto societario que emana desde la cima; las desconfianzas ahondadas en tres años de gobierno; las heterogéneas realidades territoriales; los egos de varios de sus integrantes y el dogmatismo de otros; los pésimos resultados de la gestión económica, que mina su base política, y la ausencia de una institucionalidad interna tienen como corolario este presente tumultuoso.
La derrota del candidato macrista en La Pampa frente al de la UCR; el motín contra el Gobierno del aparato radical en Córdoba, y la demanda de varias voces relevantes del radicalismo para que la coalición admita elecciones internas emergieron como la punta de un iceberg y llevaron a evaluaciones de riesgo para el Titanic oficialista. Pero... "calma radicales". Cuando se indaga en las profundidades de la UCR, el témpano se deshace en varios bloques y muchos cubitos. ¿Hay enojo? Sí. Hasta algunos que fueron impulsores y socios fundadores de la coalición son capaces de expresiones tales como: "Lo que está en juego es el liderazgo de Macri, y los liderazgos se ponen en juego en la mala. Están cosechando lo que sembraron: falta de construcción política, mezquindad y maltrato". Macristas y lilistas contestan con munición gruesa. "Los radicales matan por un cargo". "Viven de internas y esperan que se las resolvamos nosotros". "No tienen de qué quejarse, encabezan la mayoría de las candidaturas provinciales". Son algunas de las respuestas a cada una de las críticas y demandas.
Datos objetivos se mezclan con descalificaciones subjetivas. Una familia muy normal.
Pero todos saben que sobran las amenazas externas para asumir el riesgo de la intemperie. Las de los rupturistas aparecen solo como expresiones minoritarias de los que no tienen poder o chances de alcanzarlo. La convención radical promete mucho ruido. Las nueces habría que buscarlas en el supermercado.
El temor a un peronismo unificado o reunido y electoralmente mucho más competitivo o muy difícil de vencer, en medio de las objetivas desventuras económicas, es un eficaz ansiolítico y vuelve realistas a muchos principistas. Por eso varios oficialistas impulsan con un criterio más estratégico la habilitación de internas, incluyendo la presidencial.
Los radicales que las impulsan coinciden con algunos macristas en que "hay que recrear 2015, cuando la competencia entre Macri y Sanz les dio atractivo y volumen a las PASO. Con este mal clima, si Macri va solo corre el riesgo de que esa elección se vea como una primera vuelta y se construya la imagen de que los votos de agosto sean todo lo que pueda aspirar a tener en octubre".
La reacción de Macri al estrepitoso reclamo de internas que hizo su invitado especial Martín Lousteau durante la gira por Asia fortaleció esas expectativas. Es cierto que las voces más autorizadas del Gobierno criticaron al ecodiputado. Tan evidente como que el jefe de gobierno no se expresó públicamente, sino que aplicó la cultura budista. En la charla que mantuvieron en el avión de Vietnam a Abu Dhabi evitó cualquier reproche, aseguran de ambas partes.
El rechazo a los conflictos suele primar en el Presidente, pero también escuchó a amigos comunes que le aseguraron que Lousteau no va a romper, aunque mantenga diálogos con peronistas moderados o hasta pueda elogiar a la nueva esperanza de los no kirchneristas: Roberto Lavagna.
Más allá de características personales, es de lógica político-electoral y de pragmatismo en el ejercicio del poder que Macri procure enfriar disputas en Cambiemos. Fortalecer su candidatura aparece como una prioridad.
Si aun dentro del oficialismo las expectativas de una mejora sustancial en la economía son bajas para todo el año, mucho más lo son para lo que resta hasta agosto. El Gobierno necesita otros argumentos. No es seguro que le alcance con insistir con lo peor del kirchnerismo. Pasado contra presente es una opción difícil para los que cada mes ven que les sobran días a su salario.
En las propias filas del oficialismo les corre frío por la espalda cuando ven señales de un eventual renunciamiento de Cristina Kirchner y la aparición de una opción con menos rechazo.
El "cambio cultural" o que un gobierno no peronista concluya su mandato por primera vez en 90 años, conceptos a los que el discurso oficial ha decidido poner en valor, son logros muy significativos para la República, pero demasiado abstractos para muchos votantes. Toda una curiosidad que esos intangibles terminen siendo el mejor legado de alguien que, al cumplir 60 años, admitió un exceso de propensión a la acción antes que a la reflexión.
La inflación volvió encender luces rojas, aunque en Hacienda y en Producción mantienen el optimismo. No solo confían en que comience una tendencia declinante de los precios, sino que auguran que las paritarias recompondrán la capacidad adquisitiva de los salarios. También apuestan a medidas para alentar el consumo.
Los oficialistas que ven con más escepticismo el devenir económico ruegan estar tan equivocados como cuando escuchan a Marcos Peña decir que aún Macri puede ganar en primera vuelta. El pasado es un activo para los estrategas electorales. Los antecedentes, más que el presente, son el activo con el que cuenta sin discusión el jefe de Gabinete. También por eso Cambiemos cruje, se agrieta y se dobla. Pero no se rompe.