Por Mariano Narodowski*/infobae.-
Un director de escuela media que, frente a su escuela tomada, dice que él nada puede hacer porque es "el jamón del sándwich". Otro director que labra un acta haciendo constar la entrega de la llaves de la escuela a los alumnos que la estaban tomando, adolescentes de quince años promedio. Una rectora que avisa en Facebook que las clases están interrumpidas "hasta nuevo aviso".
Síntomas evidentes de un mundo sin adultos, claro. Pero la versión argentina del declive global de la autoridad de los mayores alcanza ribetes asombrosos.
Las tomas de escuelas secundarias ya se transformaron en un show mediático imparable. Canales de TV con cámaras apostadas en las puertas de los principales colegios, ubicados en las zonas céntricas de la capital o en sus barrios más acomodados: Barrio Norte y Recoleta. Radios y portales entrevistando, analizando, elucubrando razonamientos sin salida, atónitos. Twitter y Facebook estallan. Los protagonistas son los adolescentes que explican su postura con una vitalidad, una gracia y ese desenfado que suele perderse con los años y hasta arrinconan con sofisticados razonamientos a avezados periodistas temerosos de parecer demasiado hostiles, demasiado fachos.
Las posturas del mundo adulto podrían sintetizarse así. El bando de los duros pide sanciones penales, policiales o educacionales: hagan algo, suplican. Argumentan –acertadamente- en base a leyes que prohíben la usurpación del espacio público y claman porque al menos les computen faltas hasta dejarlos libres.
Si nada se puede hacer con ellos, nos explican, que al menos sean sancionados sus padres. Su razonamiento es contundente aunque, al igual que con los cortes de calles y rutas, completamente ineficaz en la práctica. Respecto a su consistencia jurídica la cosa está más discutida todavía. El bando de los duros lleva las de perder.
El bando de los luchadores pro-toma sostiene que las tomas forman parte de un panorama más amplio de práctica política y que es bueno que los adolescentes atraviesen por circunstancias como esas, que los foguean en la militancia política y que los templan en el conocimiento de la sociedad argentina y sus conflictos. De nada sirve argumentar que no todos los adolescentes de una escuela están interesados en política y que en general los estudiantes tomadores son una minoría intensa y activa, pero minoría al fin. Los luchadores pro-toma se niegan a reconocer que los politizados podrían ser otra tribu adolescente más y le dan a la situación un carácter cuasi épico, como el de otras gestas políticas. Acá se incluyen a los padres que acompañan a sus hijos a las tomas, le llevan comida y frazadas y los defienden en público.
La legitimación que ostentan es la asamblea: la toma fue decidida por asambleas estudiantiles, describen y, todo el mundo lo sabe, las asambleas estudiantiles, son un ágora transparente e inapelable. Los luchadores pro-toma no escuchan cuando se argumenta que difícilmente un chico de 13 se oponga a la toma al lado de uno de 18 y que con voto secreto habría menos presiones.
Tampoco se conmueven cuando se muestra que en colegios de dos mil alumnos participan de las asambleas unos 200 y de las tomas menos aún. Si no les gustan las tomas, invitan, pues vengan a las asambleas y participen.
Un grupo de padres recogió el guante y formó, este año, el bando de los luchadores anti-toma. Son los que convencen a sus hijos para que participen de las asambleas y voten contra las ocupaciones. Ahora somos pocos, dicen, pero con el tiempo seremos millones. Quién te dice.
Los luchadores anti-toma son una pequeña fracción del bando de los que no forman bando. La mayoría de los estudiantes de escuelas tomadas, que no participan de asambleas ni de tomas. Los que no hablan por radio ni van a la TV. ¿No les interesa la política? Es posible. Pero seguro que sí les interesan muchas otras cosas… Los días pasan sin escuela. Así.
El bando de los comprensivos, finalmente, es el del mundo político. Suelen estar en contra de las tomas de escuelas, aunque con matices, pero les brindan a los dirigentes un status cuasi diplomático. Debaten si es necesario consultarlos, arman mesas de negociación con los representantes estudiantiles, les ponen condiciones para recibirlos, piden mediaciones, discuten con ellos en público y hasta les dan su número de celular: los convierten en actores políticos con un estatus similar al de, por ejemplo, los sindicalistas docentes.
La postura de los comprensivos es funcional a la de los luchadores pro-toma, se necesitan. Un director contaba que elevaron cientos de notas pidiendo la desratización de la escuela y no obtuvieron respuestas de la jerarquía ministerial.
Los alumnos tomaron el establecimiento y chau ratas.
El problema es que un estudiante secundario no es un actor político. No sólo en términos legales: en términos educacionales son personas en formación, actores políticos en formación y no parece que reuniones con políticos o altos funcionarios avezados y experimentados y recorridos mediáticos beneficien a ese proceso formativo. ¿De qué estamos hablando?
Eso no implica desoír a los alumnos, pero ese rol no debe ser cumplido por funcionarios políticos sino por los educadores de cada escuela que pueden darle a ese proceso una direccionalidad pedagógica.
La solución a las tomas de escuelas está en las escuelas. Con educadores que se hagan cargo de todo el proceso educativo, no solamente en las clases de geografía. Con directores que dirijan su escuela y no se sientan despreciados al lugar del jamón de un sándwich que se comen otros. Los docentes forman a sus alumnos; los que negocian son los ministros: ¿quién queremos que esté a cargo de la educación de los chicos?
Pero para que esto suceda hay que cambiar en serio. Los directores de escuelas públicas tienen razón cuando se describen como parte de una maquinaria burocrática que les es ajena: hasta que las escuelas no sean verdaderas unidades de decisiones con recursos a disposición y los educadores responsables en serio de su labor, todo se diluye en el estofado burocrático y nadie es responsable de nada.
Sólo para dar un ejemplo: esas escuelas enormes con 3000 alumnos tienen un director contratado por sólo cinco horas diarias y la obligación de rotar en los turnos mañana, tarde y vespertino. ¿Alguien cree por ventura que se puede dirigir semejante institución a tiempo parcial? Por supuesto que la mayoría permanece el día entero en el establecimiento apagando incendios y llenado planillas. El máximo sueldo que puede llegar a alcanzar es poco más de treinta mil pesos después de 25 años de carrera. El resultado: muy pocos docentes quieren ascender a directores
El otro cambio necesario es de la sociedad, empezando por su clase dirigente, no sólo política. Tenemos que trabajar en serio para darle poder y capacidad a los educadores, para darles el lugar que se merecen, para respetarlos y valorarlos.
Los que pueden resolver los conflictos de una escuela son los docentes de la escuela.
Ya probamos con otros métodos y no estaría dando buenos resultados.
*Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y Miembro de Pansophia Project