El Presidente cerró 2020 con balance negativo: manejó mal la cuarentena, lo que generó un deterioro económico inédito, un futuro electoral incierto y la insatisfacción explícita de CFK.
Alberto Fernández quedará en los libros de historia como un Presidente excepcional por varias razones, pero especialmente por dos: haber recibido el poder de manos de su vice y haber acumulado en doce meses tantos errores que hicieron que su mandante comenzara a retirárselo.
Con cifras escalofriantes de pobreza, caída del PBI, pérdida catastrófica de puestos de trabajo, deterioro salarial, devaluación del peso y hasta ajuste a las magras jubilaciones en medio de un festival de gasto público era improbable que Cristina Kirchner reaccionara de otra manera.
El proceso de despegue comenzó cuando se le disparó el dólar y su vice cuestionó en las redes a funcionarios de segunda línea, es decir, indirectamente a él. Más tarde, a través de senadores adictos, le cambió el ajuste a los jubilados y le advirtió que no tolerará cualquier acuerdo con el FMI.
Por último, hizo vía tweet un balance de los primeros doce meses del gobierno sin siquiera nombrarlo. Sólo incluyó felicitaciones para ella misma. Le concedió no obstante un beneficio: atribuyó la actual postración económica al gobierno anterior. Para el kirchnerismo 2020 parece ser el quinto año del gobierno de Macri antes que el primero de Fernández.
Sin embargo, el "waiver" que Cristina Kirchner le extendió en el terreno económico, se lo quitó en el político. En primer lugar atacó a la Corte Suprema, forzando a Fernández a suscribir esa peligrosa jugada. Se trata de una maniobra riesgosa porque genera un fuerte ruido institucional en el momento menos oportuno. Con la economía en un pozo, sin inversión, prácticamente sin moneda y sin crédito lo que menos necesitaba el Presidente era un conflicto de poderes.
En pocas palabras, la furia de la vice perturba la recuperación al añadirle una cuota de incertidumbre institucional. Ni hablar el ruido que introduce en las cruciales negociaciones con el FMI a cargo de Martín Guzmán. En ese contexto resbaladizo Fernández dijo hace 48 horas que la Corte actúa con discrecionalidad y que la justicia "es un problema".
Si la palabra presidencial no estuviera tan devaluada semejante afirmación hubiera generado una crisis inmediata, porque lo lógico sería esperar la promoción de un juicio político. Pero el jefe de Gabinete aclaró que no se "está pensando" en esa "solución" para el "problema". Al menos por ahora. En suma, también han puesto a la Corte en cuarentena.
El embate de Cristina Kirchner no fue sólo contra la Corte. Todos los fallos que consolidan causas como la de "los cuadernos" o de Hotesur le van cerrando el futuro. Ella y sus hijos enfrentan investigaciones por delitos graves en causas que siguen su curso en un gobierno peronista. Peor aún, en un gobierno peronista que la tiene de jefa indiscutida y en el que puso al Presidente. Se explica la furia. Un año perdido para la vice que hizo todo lo que estaba en su poder: desde intentar sacar de sus tribunales a tres jueces federales hasta nombrar un procurador propio cambiando las condiciones vigentes. A todo esto asistió el Presidente sin mover un dedo, lo que provocó una prolongada ruptura del diálogo entre ambos. Un tira y afloja en la cúpula que siempre termina igual: afloja él.
Pero es injusta la sospecha de que Fernández se hace el distraído cuando se trata de los procesos por corrupción de CFK; tanto como la acusación de que sus problemas judiciales son obra de Mauricio Macri.
La causa Ciccone comenzó en el gobierno de CFK y se llevó puesto al procurador de entonces, Esteban Righi, ex ministro del Interior del gobierno montonero "friendly" de Héctor Cámpora y vaca sagrada del peronismo sesentón y setentón (por la edad, no por las décadas). Lo mismo puede decirse de la mayoría de las causas que Macri no necesitó fogonear y que, acabado su gobierno, siguen con una inercia que impacienta a la vicepresidenta.
A lo que hay que añadir que la estrategia defensiva del "lawfare" no resiste el menor contacto con la realidad, ni sirve para enfrentar una situación compleja. El problema de fondo es que la gestión desacertada de Fernández puede derivar en un fracaso electoral el año próximo y en la pérdida definitiva de la influencia de su vice sobre los tribunales.
Por lo demás la vice no sólo ha comenzado a encuadrarle la línea económica y judicial al Presidente. También le controla la operación política. Cortó su acercamiento a la oposición sacándole recursos a Horacio Rodríguez Larreta e interfirió en su relación con los gobernadores peronistas. Estos le pidieron públicamente a Fernández la suspensión de las PASO y el Presidente les declaró su simpatía, pero lo consideró un asunto ajeno a su esfera de decisión. Los mandó a entenderse en el Congreso con el kirchnerismo duro que quiere que las PASO se hagan. Fue el último clavo en el ataúd del "albertismo", ficción político-periodística alumbrada hace un año sin el menor vínculo con la realidad.