Por Fernando Gutiérrez/iProfesional.-
La Presidenta mantuvo silencio tras el escándalo político por el viaje del gobernador en medio de la catástrofe. Dio algunas señales indirectas de desaprobación, pero absteniéndose de participar en la polémica. Su palabra puede marcar un punto de inflexión en la campaña electoral
Es una de las peores disyuntivas con las que se haya enfrentado Cristina Kirchner en sus ocho años de presidencia: ante la ola de indignación generada por la actitud de Daniel Scioli en la inundación, ¿lo justifica o lo critica?
Hasta ahora, la Presidenta se mantuvo en silencio, sin apelar a la cadena nacional que ya utilizó 31 veces en lo que va del año. Aunque puede considerarse que habló con el particular lenguaje de las señales políticas.
Y las señas marcan, con toda claridad, una discrepancia con Scioli. En medio del escándalo político por el viaje a Italia, la Presidenta ordenó a Aníbal Fernández ponerse al frente de un operativo de asistencia a los afectados y transmitir el mensaje de que ella personalmente estaba monitoreando todas las acciones.
El mensaje era, naturalmente, la de mostrar un "Estado presente" en la emergencia. Fue una reacción algo tardía, en una día en el cual ya Mauricio Macri había llamado a conferencia de prensa para poner los recursos de la Ciudad a disposición de los intendentes.
De todas formas, las medidas anunciadas por Aníbal, junto con las ayudas económicas que comunicaron el ministerio de Economía y la AFIP, constituyeron una respuesta integral tendiente a generar esa sensación de proactividad que todo gobierno busca en la crisis.
Claro que, en este caso, había otro mensaje. El hecho de que el Gobierno nacional apareciera actuando solo, con prescindencia del provincial, ya implicaba tácitamente una crítica soterrada. Luego, Aníbal Fernández, dando rienda suelta a su resentimiento por lo que él considera que fue una actitud de sabotaje a su candidatura por parte de Scioli en la campaña de las PASO bonaerenses, completó el panorama.
Primero, al manifestar que desconocía el motivo del viaje del gobernador a Italia. Y luego, con su ya célebre chicana “¿trajiste alfajores?”.
Tomando en cuenta los antecedentes del kirchnerismo, cuesta creer que un funcionario esboce este tipo de sarcasmos sin tener un aval tácito de Cristina. Más, si se considera que la Presidenta había dado un fuerte respaldo a Aníbal luego de las denuncias por sus presuntas implicancias en un crimen mafioso.
En paralelo, fue también notorio el frío con el que el kirchnerismo recibió a Scioli tras su apresurado regreso desde Europa. En la conferencia de prensa del gobernador con su gabinete no sólo no había un funcionario del Gobierno nacional, sino que tampoco se lo vio a Carlos Zannini.
Y Scioli pareció más preocupado por agradecer los buenos gestos del gobernador cordobés, José Manuel de la Sota, y de los intendentes bonaerenses, que por reconocer el esfuerzo operativo que estaba comandando Aníbal.
Un "deja vu" de 2013
Lo cierto es que toda la situación trajo un “deja vu” de la tragedia de hace dos años en La Plata. En aquel momento, la antipatía de Cristina Kirchner hacia Scioli alcanzó su grado máximo. La Presidenta asumió un rol protagónico en el operativo de asistencia a las víctimas, viajó al lugar de la inundación, exponiéndose personalmente a sufrir, ante las cámaras de TV, las recriminaciones de los vecinos. Encomendó a Andrés “Cuervo” Larroque la tarea de organizar la asistencia junto a los militantes de La Cámpora. Y, sobre todo, dejó bien en claro que si había alguien presente en la emergencia era el Gobierno nacional… y que si había un ausente, ese era Scioli. Fue allí cuando la Presidenta tuvo las declaraciones más irritadas y agresivas que se recuerden en sus ocho años de peleas. "Estoy un poquito cansada, pero no cansada de gobernar, sino de que algunos se hagan los idiotas o me tomen a mi por idiota, porque siembre he actuado de muy buena fe", había dicho en aquel momento. Menos Scioli, que no se dio por aludido, todo el ámbito político interpretó que Cristina estaba hablando del gobernador.
Y lo cierto es que no hubo lugar a dudas, cuando pronunció la frase referida a las diferentes actitudes de cada político ante la tragedia: “No se me ocurrió hacerme la estúpida y mirar para otro lado como hacen otros que siempre se borran y no ponen la cara y dicen que todo es lindo y está bien. Fui y puse la cara donde no tenía que ponerla”. Dos años después, lo ocurrido dentro del Gobierno trae reminiscencias de aquel momento. Esta vez no fue Larroque y los chicos de La Cámpora los que se pusieron al frente por orden de Cristina. Fueron Aníbal Fernández y Eduardo “Wado” De Pedro. Si primara el criterio de conocimiento específico sobre actuación en casos de desastre, lo lógico habría sido que quien comandara la emergencia fuera el ministro del Interior, acaso junto con el de Salud Pública, acaso con un representante militar que coordinara la logística. O tal vez el ministro de Planificación. Pero el jefe de Gabinete, acompañado por el secretario de la Presidencia, no necesariamente constituía la dupla idónea. A no ser, claro, que estuvieran actuando no en su condición de funcionarios sino de candidatos. A fin de cuentas, qué mejor campaña, para un postulante a gobernador y para el líder de la lista a diputados, que mostrarse como si ya estuvieran en funciones. Cristina les dio a Aníbal y Wado la oportunidad de una gran “vidriera política”.
El discurso menos deseado
Pero, a pesar de todas esas señales de irritación por la actitud de Scioli, todavía falta la palabra de Cristina.
Y, como todo el mundo sabe, en el panorama político argentino hay pocas cosas tan contundentes y desequilibrantes como una declaración de Cristina Kirchner.
Una “absolución” suya hacia Scioli bastará para que Aníbal, los intendentes y los periodistas K callen sus cuestionamientos. Y, por el contrario, una crítica implicaría el inicio de una nueva etapa en la cual la fisura interna del oficialismo se haría indisimulable.
He ahí la gran disyuntiva de la Presidenta: cualquiera sea su decisión, las consecuencias parecen negativas.
Si defiende a Scioli y justifica su actitud en plena inundación, Cristina aparecería como contradiciendo no sólo lo actuado en esta catástrofe, sino también en la de La Plata en 2013.
No es fácil pasar de culpar al gobernador por la falta de gestión en el tema hídrico, a cambiar de discurso y culpar a la corriente de El Niño y a los cultivadores de soja. Pero, aunque lo hiciera, la Presidenta correría el riesgo de no sonar verosímil: su carácter hace que se le note demasiado cuando está irritada con alguien.
Por el otro lado, resulta casi impensable en el actual contexto político, que realizara una condena explícita a Scioli. Después de haber “bendecido” su candidatura, después de haberlo aplaudido de pie, después de haber puesto a Carlos Zannini en la fórmula, no hay margen político para mostrar disidencias.
Una crítica implicaría el riesgo de una fuga de votantes desde el flanco izquierdo del kirchnerismo. Los militantes que hasta ahora han acatado el voto a Scioli por disciplina partidaria, podrían interpretar un “permiso” para modificar el rumbo. Casi como asfaltarle el camino a Mauricio Macri.
En ese contexto, resulta entendible el silencio de la Presidenta durante la última semana. Apuesta a que el tiempo, como siempre, haga su trabajo de aplacar los ánimos.
Pero en algún momento deberá pararse nuevamente frente a un micrófono. Y deberá referirse a los inundados. Y ahí, la campaña de Scioli puede tener un punto de inflexión.