Por Jorge Raventos/El Informador.-
Resulta interesante observar como experimenta el núcleo duro del gobierno la transición hacia su final de ciclo (falta poco más de un año para las decisivas elecciones presidenciales). En ese sentido, tanto la señora de Kirchner como sus acólitos más fervientes proporcionan abundante evidencia.
Por ejemplo: los muchachos de La Cámpora -la brigada juvenil que responde a la familia presidencial- rompieron el chanchito y dedicaron parte de sus economías a un intento de carambola propagandística: quisieron caricaturizar simultáneamente a varios de sus adversarios más connotados (Sergio Massa, Mauricio Macri, Julio Cobos) y al diario nacional que más aborrecen (y temen, y envidian), con unas fingidas ediciones de Clarín fechadas el 11 de diciembre de 2015, es decir un día después de la prevista asunción de un nuevo Presidente.
La costosa estudiantina describe la Argentina del sanseacabó (es decir: la del postkirchnerismo) tal como esa muchachada la vaticina y concibe: en octubre de 2015 ganan “los otros” (por diversos motivos tácticos, no quisieron incluir a Daniel Scioli entre los vencedores previsibles) y esa indistinta victoria ajena equivale a un triunfo de “los buitres”, que en este relato del futuro consiguen de la nueva autoridad todo lo que quieren (y un poquito más), mientras el medio parodiado disimula y celebra.
Más allá del gasto (presumiblemente sostenido con fondos públicos), de las desprolijidades gramaticales (que se evidencian desde el título principal del libelo) y de las intenciones insidiosas, lo significativo es la visión que revela. Para el círculo rojo presidencial, todos los adversarios representan a “la antipatria”, al enemigo. Y, según sus previsiones, dentro de un año ese enemigo (en cualquiera de sus caracterizaciones) será el ganador. De allí se deduce la tarea que formuló Máximo, el heredero presidencial, en su discurso iniciático de Argentinos Juniors: “volveremos a la calle, a hacer lo que tenemos que hacer”. Mientras llega ese momento los muchachos se atrincheran en la Justicia y, en general, tratan de preservarse de la futura intemperie en el aparato administrativo del Estado, transformado en gran empleador. El gobierno de la señora de Kirchner, entretanto, ocupa sus últimos meses en minar el campo de sus sucesores (operativo “éxodo jujeño”) y dejar vertiginosamente establecidos hitos presuntamente irreversibles (código civil, leyes de intervencionismo estatal, etc.). Por los flancos, algunas figuras como el sacerdote Juan Carlos Molina, instalado por la señora de Kirchner a la cabeza de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), anuncian que propondrán una ley para “habilitar el consumo de todo” (tipo de sustancia). Un modo de contribuir a la descomposición en el que se han adelantado, en rigor, las fuerzas del narconegocio que expanden sin cesar su actividad en el país.
El nuevo entrismo: abrazarse al Papa
En la etapa de desalojo del gobierno, que el núcleo duro kirchnerista ve como lamentablemente irreversible, parece imponerse un criterio, anticipado por la conducta presidencial: abrazarse al Papa Francisco. La abundante presencia de los líderes camporistas en la reciente visita de la señora de Kirchner al Pontífice y los gestos de aproximación (por caso, la promesa de nutrir con tropa propia las filas de la procesión a Luján) son manifestaciones de esa política, que implica, claro está, un giro táctico de 180 grados en relación con la conducta oficialista hacia Bergoglio hasta 48 horas después de convertirse en Papa (el camporista Juan Cabandié, por caso, se retiró del recinto de Diputados para no votar el homenaje a Francisco tras la entronización).
Detrás de ese giro táctico, que se inició con cierta cautela calculadora (“Sería una tontería quedarse afuera y regalarles a los adversarios el entusiasmo provocado por la designación del Papa argentino”), parece haber ahora una maniobra audaz, que en su momento sugirió uno de los intelectuales oficialistas, Juan Pablo Feinmann: “apoderarse de Francisco”. Se trata de una analogía con la maniobra urdida en la década del 70 del siglo pasado por la izquierda “entrista” que quiso mimetizarse con el peronismo (al que íntimamente enfrentaba) tras resignarse al hecho de que los trabajadores argentinos no seguían la ideología marxista sino la doctrina social de la Iglesia encarnada por Perón y el peronismo.
En aquel tiempo quisieron “apoderarse” de Perón (el General, los dejó intentarlo mientras enfrentaba a un poder hostil). El entrismo y los montoneros fracasaron en aquel objetivo en la década del 70. Ahora, después de años de franca oposición al cardenal Bergoglio y de unas cuantas horas de hostigamiento al Papa, en el actual oficialismo resurge la idea entrista del “apoderamiento”. Esta vez se trata de una maniobra defensiva, encarada por un elenco que se está yendo y que teme al futuro.
Ese es el marco del nuevo entrismo y también el de las denuncias de conspiraciones.
Cortar la retirada a las propias fuerzas
Napoleón Bonaparte advirtió que una de las pericias esenciales de un comandante consiste en cortar la retirada de las propias tropas y obligarlas a huir hacia adelante cuando se sientan tentadas de dispersarse en desorden.
La conjura doméstica y transnacional que por estos días denuncia la señora de Kirchner parece destinada, principalmente, a atender aquella sugerencia napoleónica. Mientras el dólar blue se disparaba y las reservas volvían a caer, la Presidente denunció que intentaban atentar contra ella (en ese caso, los fanáticos de Estado Islámico) por su amistad con el Papa. Luego advirtió, contradictoriamente, que “si me pasa algo, no miren a Oriente, miren al Norte”, en una catilinaria que asocia a los fondos buitre con el juez Griesa, a éste con los fondos buitre, y a todos con cómplices domésticos del sector agrario, el sector financiero y los medios independientes. “Es una denuncia inverosímil”, sugirieron en el Departamento de Estado.
Para quienes no comparten el culto cristinista es fácil hacer comentarios sarcásticos sobre la imaginación y las fantasías presidenciales, cuestionar su tendencia recurrente a culpar a terceros por dificultades o errores propios, o su interpretación extremadamente autorreferencial de la marcha del mundo.
La situación es más incómoda para quienes se mantienen en el campo de fuerzas del oficialismo. En el contexto de ese relato que clama contra intereses especulativos, avidez de lucro pecaminoso, intrigas golpistas, intentos de agredir a la propia Presidente desafíos a la Patria, maniobras imperiales, etc., cualquier búsqueda de diferenciación, cualquier matiz de diversidad puede ser condenado como traición o como complicidad sediciosa.
Fábrega: una cabeza en la pica
Juan Carlos Fábrega, viejo amigo de Néstor Kirchner e íntimamente leal al gobierno de la Señora, abandonó la presidencia del Banco Central después de soportar ataques del discurso presidencial del martes 30 en los que se lo pintaba (no hacía falta que lo mencionaran por su nombre) como secuaz activo o pasivo de tejemanejes de bancos privados (que, según la misma fuente, son, a su vez, parte de la gran trama conspirativa).
Previsor, Fábrega había querido renunciar algunas semanas antes, cuando comprendió que la Casa Rosada había enterrado definitivamente la hoja de ruta de la normalización (arreglos con Repsol, CIADI, Club de París), que debía concluir con la resolución negociada del tema holdouts, desistía del manejo sensato de los instrumentos económicos y, de la mano de Axel Kicillof, se lanzaba a terminar su ciclo recuperando las banderas de la confrontación aguda y el aislamiento internacional. Pero la Señora no le permitió a Fábrega marcharse cuando él deseaba. Primero quiso exhibirlo como ejemplo del tratamiento que prevé para cualquiera que se muestre tibio con los intereses y sectores que ella señala como parte del complot. Todavía mantiene capacidad de daño.
No está claro aún si el empeño presidencial en disciplinar y contener a toda su tropa tendrá éxito. Indudablemente lo consigue sin demasiado esfuerzo con su núcleo más exaltado (los camporistas, pensadores de Carta Abierta, el funcionariado activista, el batallón de aplaudidores), pero habrá que ver qué ocurre en las próximas semanas con las jefaturas territoriales peronistas más importantes y cuáles son los movimientos en el seno del sindicalismo.
El plan de operaciones que prometen la Presidente y su pequeño entorno es el de una guerra con la opinión pública, con los sectores productivos y, por si faltara algo, con las tendencias centrales del mundo, con un objetivo que sólo atiende, en el mejor de los casos, al interés de ese estrecho círculo y su clientela directa. Y la capacidad de daño desde la que amenaza la Casa Rosada se reduce día tras día, a medida que se acerca el fin del período.
Con un agregado de aceleración, aportado por los desaguisados que produce el propio gobierno: su ministro estrella, Axel Kicillof acumula fracasos de gestión, comprobables con las mismísimas cifras oficiales. La inflación crece, la producción y la inversión caen, la brecha cambiaria se extiende; las reservas se encogen.
La metodología oficial, además de su meta de subordinar y ordenar la propia tropa, permite utilizar cada una de esas chapucerías como prueba suplementaria de la conjura: que el dólar se aprecie y los precios vuelen demostraría que la trama destituyente es muy vigorosa. Que el vicepresidente Amado Boudou sea procesado por segunda vez confirmaría que la confabulación no tiene límites e incluye a la Justicia.
¿Cuántos argentinos, más allá del cristinismo puro y duro, compran esos razonamientos? Hay una pregunta políticamente más sensible aún para el oficialismo: ¿cuántos cuadros territoriales y sindicales del peronismo estarán dispuestos a compartirlos y sostenerlos en lo que queda de 2014? Emular a Napoleón tiene sus riesgos…
Colofón paradójico
Los cambios producidos (y los que se vaticinan) tras el apartamiento de Fábrega de la conducción del Banco Central difícilmente resuelvan los problemas que aquejan al gobierno: reprimir el blue, presionar y amenazar a los sectores de la producción y las finanzas más bien agrava la crisis de confianza que está detrás de la desvalorización de la moneda argentina y de la búsqueda de seguridad en las divisas fuertes, en primer lugar el dólar.
Retomar la hoja de ruta de la normalización, abandonada a los gritos después del pronunciamiento de la Corte Suprema de Estados Unidos, aparece como la posibilidad de recuperar algo de la confiabilidad evaporada. Eso implicaría resolver el problema de los holdouts. Todavía hay quienes esperan que a partir de enero, cuando la cláusula RUFO haya caído, alguna negociación con los buitres se materialice, tal vez por mediación de bancos, fondos de inversión o “buitres buenos”. En definitiva, la cuenta la pagará el país. Y sería, probablemente, una cuenta más alta de la que ya podría haberse cancelado de no mediar la retórica doméstica del falso nacionalismo, porque habrá que compensar también los servicios de los mediadores.
Si eso termina ocurriendo (o cuando eso llegue a ocurrir), el título de la parodia que editen los muchachos camporistas podría ser: “El relato sanseacabó”.