HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

sábado, 12 de julio de 2014

UNA VICTORIA QUE TAPÓ LA DESVERGUENZA


    Por Eduardo Fidanza/La Nación.- Como el título de la célebre película de Ettore Scola, este 9 de Julio resultó un día muy particular. El marco de la jornada fue la celebración de la Independencia, tan incorporada a la rutina que pasa normalmente desapercibida fuera del ámbito escolar y de la tenaz costumbre de algunos ciudadanos de ponerse la escarapela. Pero esta vez había un condimento especial: la selección argentina se aprestaba a un partido decisivo, que posibilitaría el pase a la final del Mundial. El hecho no ocurría desde hacía 24 años, más o menos el término de una generación. Por eso, tal vez, había tanta expectativa y emoción entre los menores de 30. Llevados por los jóvenes, los símbolos patrios relucían con otro destello. El de la ilusión colectiva, no sólo el de la celebración ritual. Pero el mismo día se desarrollaba otra trama, en otro ámbito.
Un reality político, cuyo protagonista es el vicepresidente de la Nación, procesado por un grave hecho de corrupción. En un abierto desafío -otros lo llamarán provocación- dirigido a la opinión pública independiente y a la oposición, la Presidenta, impedida de asistir, envió al funcionario cuestionado a encabezar el acto oficial acompañado por todo el Gabinete.

Visto por televisión este evento fue muy expresivo: el procesado, con traje y escarapela impecables, buscaba la complicidad de los oyentes recurriendo a saldos de ocasión del populismo nativo: agradecimientos a la saga gobernante, apologías de Perón y apelación a la gastada polaridad entre nación e intereses extranjeros. No alcanzó. Los funcionarios presentes amagaban tímidos aplausos o se cruzaban de brazos ensayando una estudiada indiferencia. Algunos pensarían qué desgracia; otros, cuánto va a costarme esto en las encuestas. Al final, sin embargo, todos saludaron al orador, cumpliendo el papel de disciplinados cortesanos. Unos escasos militantes completaban la escena con cánticos repetidos sin fervor. El acto oficial pasó sin pena ni gloria, mientras millones de argentinos empezaban a reunirse para la previa del partido. De acuerdo al rating, casi nadie había visto la actuación del procesado. El canal oficial lo puso al aire con desgano, entre recetas de empanadas y locros patrióticos. Enseguida las cámaras colocaron el foco en San Pablo y empezó el sufrimiento colectivo con las alternativas del partido. Un latido acompasado y angustiante envolvió a millones durante tres horas interminables. 


Aunque al borde del infarto, los argentinos experimentaron entonces uno de los síntomas i- nefables del carisma: la abolicióndel tiempo cotidiano para habitar en la metahistoria del encuentro amoroso. En esa cima no se diferencian la mística de la erótica y la estética. Messi o Mascherano equivalen a Dios, el arrobamiento del enamorado a la pasión del hincha, el orgasmo sexual al grito de gol. A partir de las ocho de la noche todo se volvió fiesta.Ya las redes sociales habían viralizado el éxito bajo la forma de un nuevo humor imaginativo, sarcástico y democrático: el Corcovado se tomaba la cabeza impotente; Máxima sobraba a su marido con una mirada irónica; Brasil debía soportar en casa el triunfo de su papá. La catarsis colectiva se derramó por las calles conmocionando con la novedad a los más jóvenes, que la protagonizaban, y actualizando el recuerdo de anteriores triunfos en los mayores, que se sentían renacer. Hasta las mascotas participaron enfundadas en vistosas camisetas argentinas. Todo era celebrar. Blaise Pascal escribió que seguir una pelota, como cazar un animal, nos precipita en la diversión, cuyo efecto equipara al débil con el poderoso en la evitación del sufrimiento. En esa escena el rey y el súbdito se liberan por igual. 

Cuando el hombre se divierte, dice Pascal, no piensa en las miserias cotidianas de la familia y el trabajo o en las desgracias de la sociedad. Habita otro tiempo y otro espacio. Bailar, jugar a la pelota, cazar: fórmulas universales para eludir la finitud y la angustia. Está muy bien, es legítimo podría decirse. Si no fuera por un detalle argentino: bajo el carisma del juego quedó oculto que un vicepresidente, presumiblemente deshonesto, representó a la nación en su más importante celebración histórica. Existe una frase inequívoca del sentido común, tan tenaz y olvidada como usar la escarapela: es una vergüenza. No se trata sólo de corrupción, es falta de conciencia y de límites. Como lo recordaba José Enrique Miguens, las sociedades democráticas esgrimen la conciencia moral en lugar del honor como criterio de conducta. Pero ese avance compromete a sus líderes con la mesura y el respeto. Cuando esos atributos están ausentes asoma la desvergüenza. Muchos argentinos, aún anestesiados por el gozo, sintieron esta afrenta mientras celebraban el éxito deportivo. Cuando pase la fiesta, que es intensa y momentánea como toda corriente social, habrá que hacerse cargo de este nuevo hecho: no sólo la corrupción, sino la entronización de sus ejecutores adornados con los símbolos patrios.

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