Raíces: En las capas geológicas de la vida hay un lugar, una cuna, un nido originales. Es el lugar donde volver y es el rumbo, la brújula y la justificación de toda vida.
También es el lugar sagrado en la vida de los pueblos. El entrevero original y la tierra de promisión.
Ese lugar, su actualidad y presencia, va quedando reducido a la cesión terapéutica. Se ha desvanecido la tierra de promisión, el destino común, acorralado en la Iglesia u otras trincheras, más como imposibilidad y resistencia que como esperanza, misión, buena noticia.
Sentimos rubor de pensarlo, como si hubiéramos abandonado la cordura, desplazado como está a la mayor intimidad. Instalado en un pasado que no nos atrevemos a develar. Y así, se nos niega como futuro.
Es que, sin raíz, no hay posibilidad, no ya de crecimiento, sino de ser. Sin identidad no hay rumbo: da lo mismo cualquiera.
Buscamos, entonces, develarlo. Develar el amasijo original al que pertenecemos.
Allí están todas nuestras respuestas. Nuestras promesas.
Al menos, nuestras preguntas sí que están.
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Elvirita, que fue niña pícara, salteña de nacimiento y respiración, petisita siempre, y después fue viejita y ya ha partido. Una vez, en la escuela primaria, la designaron para entregarle un ramo de flores a Yrigoyen. Tanto años ha…
Su abuelo Ocampo dedicó su vida a desparramar el bien. Acogía en su casa de la loma a todos los viajeros que por allí pasaban. El trato era así: para que a mis hijos, para que a mis nietos nadie les niegue nunca un lugar donde cobijarse. Para que no ande, ninguno de mi descendencia, perdido o desamparado por el mundo.
Esto deseamos compartir, este pensar: hacernos responsable de las generaciones futuras. Hacernos responsables por el mundo que no vamos a habitar, salvo en la persona de nuestra descendencia.
