Suele decirse que muchas veces la fantasía y la imaginación anticipan lo que luego será realidad. En la Argentina, ese papel le cabe a la historieta. El General Perón, que -por lógica- conocía perfectamente a los peronistas, solía caracterizarlos -en sus comportamientos invariables- con dos contundentes frases que mantienen total vigencia:
Primera: El peronismo es una bolsa de gatos que si uno la ve desde afuera, parece que los gatos se estuvieran matando entre sí, pero si uno la ve desde adentro descubre que lo que están haciendo es reproducirse. Segunda: El peronismo es una bolsa donde son bienvenidos todos los que pongan algo dentro de ella, pero lo único que no está permitido es sacar nada de la bolsa. Por eso les va tan mal a los conversos que se hacen peronistas por conveniencia, porque minimizan o desprecian esas dos frases culturalmente fundamentales. Ver más
Eso les pasó a los montoneros en los '70, que cuando quisieron que los peronistas se hicieran como ellos en vez de hacerse ellos peronistas, Perón los echó a puro insulto de la plaza. O a María Julia Alsogaray, que creyó que el peronismo se había convertido en la vanguardia del liberalismo.
Cuando al poco tiempo el peronismo devino vanguardia de una ideología antiliberal, ella terminó pagando sus culpas y las culpas de todos los peronistas convertidos al menemismo, que, precisamente por vivir siempre dentro de la misma bolsa, jamás pagan ninguna deuda y, además, ya todos eran kirchneristas.
Ahora es el turno de Amado Boudou, que ni siquiera tuvo en cuenta el precepto que la posmodernidad menemista incluyó entre las frases célebres del peronismo: Si se roba hay que robar para la corona y esperar humildemente la recompensa que el rey de turno decida otorgarle al fiel ladrón, mientras que en el caso que nos ocupa el susodicho se cortó solo. Y eso no se perdona, no se pone las manos en el fuego por el que saca los pies del plato. Peronismo básico.
Boudou e Isidoro. De Boudou se dice -tanto en cenáculos K como anti K- que es una especie de infiltrado menemista en el palacio kirchnerista, que a pesar de su formal conversión nunca pudo dejar de lado las conductas nocivas de aquellos tiempos. Pero en realidad Boudou es mucho más que menemista o kirchnerista; él es parte del ser nacional de los argentinos, claro que no en su mejor faz. Él es émulo de una figura clásica de la historieta argentina, de Isidoro Cañones; casi, diríamos, su reencarnación.
Patoruzú e Isidoro. Patoruzú es un cacique patagónico (perteneciente al pueblo originario tehuelche se diría hoy). Es multimillonario, dueño de media Patagonia y ultra-nacionalista, lo cual podría remitir a algunas comparaciones con la realidad actual, aunque, por cierto, no todo es comparable.
Patoruzú es -como muchos otros héroes de historieta- tan invencible como puro, generoso e inocente, pero tiene una debilidad: su padrino Isidoro, el cual no se cansa de traicionarlo o de usarlo para sus propios intereses. Sin embargo, el indio siempre lo perdona, ante la incomprensión de sus laderos más fieles, que viven advirtiéndole acerca de la maldad de su protegido.
Esos laderos son su hermano menor Upa (que, como Máximo, no habla o habla mal), su servil pero incorruptible capataz Ñancul (igualito a Guillermo Moreno cuando éste se viste de gaucho) y su nodriza, la Chacha Mama, que siempre le recuerda la grandiosidad de su papá Patoruzek, exigiéndole ponerse a su altura (una especie de hermana Alicia con pipa).
La debilidad afectiva de Patoruzú por el tránsfuga de Isidoro es uno de los grandes interrogantes irresueltos de la historieta nacional. Es como si le sirviera de equilibrio a su bondad frente a la maldad del mundo, ya que Isidoro es un vivillo que se las conoce todas.
Por eso, quizá, Patoruzú le perdona todas. Isidoro no es un delincuente cabal sino un vivillo oportunista y cobarde que, a veces, parece tener dudas morales, alguna gratitud con ese indio que trata de rescatarlo de la noche y de la timba, aunque raras veces lo logre. Sin embargo, más allá de las infinitas interpretaciones, ambos son parte de la mitología nacional argentina en lo mejor y lo peor de ésta.
Y para intentar entender la realidad política actual, quizá sirva recordar algunas andanzas de tan singular dúo.
Isidoro imprimiendo billetes se saca la lotería. Revista "Andanzas de Patoruzú", número 173, titulada "Embargo internacional", de noviembre de 1969": Patoruzú e Isidoro viajan al imaginario Ducado de Limburgo donde son detenidos porque la Argentina mantiene una deuda con ese país que nunca canceló (¿coincidencia con la realidad?). Para no ir presos, Isidoro le ofrece al rey pagarle la deuda creando la lotería del reino.
Además, se postula para imprimir los billetes a sortear (¿otra coincidencia?) y también para sacar del bolillero el primer número premiado... que resulta ser el suyo. O sea, se saca la lotería con el billete impreso por él y con el sorteo cantado por él.
El pueblo lo muele a patadas y el rey anula el sorteo (acá realidad y ficción no parecen coincidir). Sin embargo, al final de la historieta, Isidoro se roba los últimos dineros que quedaban en la quebrada caja del reino, se va con la princesa a Montecarlo y hace saltar la banca, con lo cual paga la deuda que la Argentina tenía con el ducado.
La aventura termina con Patoruzú diciendo: "Por lo menos una vez uno 'e los vicios del padrino sirvió pa' algo bueno, po". Otra vez lo perdona y ambos vuelven aclamados y felices a la Argentina de sus amores.
Isidoro de rey de la noche se convierte en revolucionario. Revista "Locuras de Isidoro", número 6, titulada "El Che Isidoro", de diciembre de 1968: Un oscuro personaje contrata a Isidoro como animador de una cadena de night clubs en Centroamérica. El desconocido en realidad es el testaferro de un tal Pancho Fidel, jefe guerrillero de una isla caribeña.
Por una serie de confusiones, Isidoro se encuentra con Pancho Fidel, quien lo cree uno de los suyos y lo hace guerrillero. Isidoro acepta para salvar el pellejo, pero a fin de no participar en los combates, seduce a las chicas guerrilleras, quienes hacen el trabajo violento por él. Al final, cuando lo descubren, Pancho Fidel lo quiere fusilar, pero una guerrillera regordeta -enamorada de él- lo hace escapar. Isidoro huye pero cuando está a salvo traiciona a la guerrillera y vuelve a las juergas argentinas.
Isidoro es electo vicepresidente de un presidente patagónico y multimillonario. Revista "Andanzas de Patoruzú", número 229, titulada: ¡Presidente!, de marzo de 1973: Isidoro se dice a sí mismo: "El indio sin saberlo, sin quererlo y sin proponérselo, tiene condiciones de líder. No estaría mal verlo sentado en el sillón de Rivadavia". Y mientras cavila, se hace los rulos: "La cantidad de prebendas que yo podría maquinar con el indio en la Rosada".
El indio acepta la candidatura y la fórmula resulta ser "Patoruzú presidente, Isidoro vicepresidente".
La campaña electoral transcurre sin opositores con chances y Patoruzú gana con más del 54%. Así lo dice el locutor de la tevé que anuncia su triunfo: "Señores, esto no es una elección, esto es un plebiscito. Patoruzú gana por excepcional unanimidad; hasta los candidatos de los otros partidos han votado por él".
Isidoro besa en la frente a Patoruzú mientras la Chacha Mama le advierte los riesgos que corre con su vice. Patoruzú no le hace caso porque sigue creyendo poder reformar a Isidoro, pero -como era de suponer- a los pocos días de asumir, Isidoro falsifica la firma de Patoruzú en un decreto, eximiendo de impuestos aduaneros a los licores y cigarrillos importados para su uso personal. "Con esto me paro para toda la cosecha", dice.
Cuando el desfalco es descubierto por la prensa, Patoruzú -indignado- reúne al pueblo en Plaza de Mayo y cachetea al indigno vice ante la multitud (acá la historieta no parece coincidir tanto con la realidad).
Isidoro conquista Mar del Plata y una bella compinche bastante más joven que él. Fue tan importante la figura de Isidoro en la historieta argentina que llegó a tener su propia revista, sin Patoruzú.
En ella se cuentan las aventuras de este porteño vivo, quien transforma a la ciudad de Mar del Plata en emblema de todas sus juergas (¿otra coincidencia?). En la Ciudad Feliz, junto a sus amigos de parranda (una manga de vagos, vivillos y oportunistas como él, que viven de la plata de sus parientes y que están a la espera de cualquier oportunidad para enriquecerse sin trabajar), deviene rey de la noche (y siguen las coincidencias).
Conoce a una chica bastante menor que él, llamada Cachorra, que comparte su filosofía de vida y que defiende a Isidoro en las buenas y en las malas (¿parecida a Agustina?).
Isidoro habla en el Congreso de la Nación. Isidoro y los personajes de la historieta hablan con una jerga porteña, bien costumbrista: cachafaz, vodevil, mequetrefe, cachivache, bambolla, tirifilo, esbirro, petitero, boite, petrimetre...
Muchas de esas palabras, ya pasadas de moda, fueron dichas por el vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, en su alocución de esta semana en el Congreso de la Nación, cuando fue reencarnación cabal de Isidoro Cañones, salvo que lo que en la historieta es cómico, en la realidad es farsesco. Dan más ganas de llorar que de reír.