Pero con 51 muertos poco después de otra tragedia, porque las barreras no funcionan en plena Capital de la Argentina, más importante que la disculpa que nunca llegará es la explicación de un misterio que, seguramente, tampoco será explicado: ¿por qué un gobierno que lo controla todo no controló el servicio público peor brindado?
El mismo gobierno que pregunta a quien compra 200 dólares para qué los quiere y de dónde sacó la plata para comprarlos, ése cuyos agentes secretos pinchan teléfonos de sindicalistas, empresarios, periodistas y hasta de sus propios funcionarios para controlarlos, además de espiar con la Gendarmería a los activistas de izquierda para poner la protesta bajo control, o sea el gobierno más hipercontrolador no controló nada menos que el peligroso desastre que desde hace años denuncian los ferroviarios, miles de usuarios y numerosos informes y auditorias.
El mismo gobierno que le soltó la mano a Aníbal Ibarra porque, más allá de la responsabilidad de Omar Chabán y Callejeros, la ausencia de control también fue responsable de aquella tragedia. Y Cromañón no era un servicio público.
El desguace del sistema ferroviario fue un crimen menemista de lesa honestidad, porque formó parte del negocio corrupto de las privatizaciones.
Del mismo modo, esta crónica de una masacre anunciada parece desnudar el negocio corrupto de los subsidios.
Esto no significa que toda política de subsidios sea en sí misma corrupta; significa que en la Argentina de estos años, Gobierno y empresarios se habrían repartido dinero que debía usarse para que un boleto de tren no sea un verdadero pasaje a la muerte.
Socios del silencio. Lo que muestran los fierros retorcidos del andén de Once es la dimensión criminal de la corrupción. Por eso, cuando el Gobierno se excluyó a sí mismo del terreno de la responsabilidad, haciendo que la culpa flote sobre el maquinista o sobre la gente que se sube a los vagones peligrosos, incurrió en la negación de lo evidente. Como Walter Ulbricht cuando decía que el muro que había levantado en Berlín protegía a los berlineses de la contaminación capitalista, cuando todos veían que lo que hacía era impedir una emigración en masa.
Lo evidente es que quienes recibieron del ex presidente Carlos Menem los trenes y del gobierno radical la prolongación del contrato, acrecentaron su poder y sus negocios con el Estado durante estos nueve años de gestión kirchnerista. Y que el Gobierno no controló lo que gremialistas y auditorías pedían a gritos que controlara.
El mecánico de los talleres ferroviarios explicó que esas locomotoras Toshiba fueron fabricadas en Japón hace medio siglo y que, de no llevar tantos años sin adecuado mantenimiento, funcionarían perfectamente 50 años más.
Su melancólica descripción es parte de un paisaje triste. Hacía sólo 15 años que Japón había sido arrasado por los bombarderos. Los aviones B-29 le habían borrado, además de ciudades enteras, toda la industria pesada, incluida la ferroviaria. Sin embargo, poco después, fabricaron las máquinas que compró aquella Argentina rica por ser granero de un mundo destrozado por las guerras.
Medio siglo después, los japoneses llevan décadas viajando en Shinkansen, el tren bala que inventaron y fabricaron tras la devastación, mientras un viejo ferroviario argentino explica la decrepitud de las máquinas compradas hace medio siglo.
El país en el que este hombre habla con impotencia y dolor por más de medio centenar de muertes es aun más excedentario, también principalmente por la producción y exportación de alimentos.
En ese mismo país, la Presidenta dio un discurso de longitud “fidelcastriana” por su larguísima enumeración de logros. A la misma hora, “Pepe” Mujica daba un discurso por sus dos años de gobierno. Duró nueve minutos y no enumeró logros sino agradecimientos. “No tiene sentido hacer el panegírico” de lo hecho “y menos la soberbia de creernos que en cada coyuntura acertamos”, afirmó el presidente uruguayo.
Dijo “tratar de construir pensamiento y decisiones con la participación más global posible”; por eso le agradeció “al pueblo de todos los colores políticos... que nos hace reclamos prestándonos ojos para ver y corazón para sentir”.
Sobre el final de esos brevísimos nueve minutos, Mujica añadió que en el Uruguay “nadie es más que nadie”, porque “el presidente es en todo caso responsable, pero no un soberbio sabio que lo sabe todo y lo puede todo”.
Lo dijo en la ciudad de Montevideo, que está al otro lado del río, pero también en otra dimensión. A la misma hora, la Presidenta daba el largo discurso al que, tras definir la tragedia como “masacre”, Claudio Lozano describió como un paseo por “Cristilandia”.
