MÁS SOBRE LAS INVERSIONES EXTRANJERAS Y EL MERCADO INTERNACIONAL DE CAPITALES Y ALGO SOBRE EL PARECER DE JULIO IRAZUSTA.-
Por SILVIO H. COPPOLA
Hace algunos años fue nombrado Embajador en Francia, el columnista del diario Hoy de esta ciudad, Eric Calcagno. Economista y político, de escribir claro y preciso, en uno de sus artículos escritos para ese diario, reseñó la dudosa importancia que tuvieran las inversiones extranjeras en nuestro país, ya que sus utilidades fueron en casi todos los casos, totalmente desproporcionadas al capital y tecnología supuestamente invertidos. La moraleja que surgía de la nota, era indudablemente que nuestro país, para llegar a ser una nación independiente y próspera, debía contar para su desarrollo con capital de origen nacional, aunque costara tiempo acumularlo. Pero a eso iban a coadyuvar una política impositiva ordenada, la protección de la industria nacional y el evitar la fuga de capitales. No esperar todo de afuera y sí buscar el esfuerzo solidario argentino.
Sin embargo llamó la atención, cuando manifestó al aceptar su flamante cargo, que su principal cometido en Francia, sería el de “atraer capitales”. Situación que con variantes, se ha venido repitiendo cada tanto y una cosa es proclamar verdades desde afuera del poder y otra tener dentro de él, una política clara de defensa de los intereses económicos de la patria Ahora se vuelven a repetir los errores y parece que solamente se esperan soluciones que vengan desde afuera para resolver nuestros problemas. Como el tema primordial de la llegada de capitales de inversión y entrar en el mercado de capitales para atraer nuevos préstamos. Si es así, sólo puedo pensar que estamos equivocados y que en el mejor de los casos, sólo será pan para hoy y hambre para mañana. O que seguiremos viviendo de prestado y de ilusiones, como ya lo señalara Carlos D´Amico hacia 1890, comparando al capitalismo extranjero , como un vampiro que sorbe toda nuestra sangre y todas nuestras energías.
Respecto a este tema, es muy interesante conocer el libro de Julio Irazusta “Influencia económica británica en el Río de la Plata” (Eudeba, Buenos Aires, 2da.ed., 1968) y en particular su capítulo VI. Allí cita el parecer de Mariano Fragueiro, quien abogaba para que “. . el desarrollo nacional se financiara por medio del crédito público y no del capital extranjero”, resaltando además la necesidad de repatriar la deuda externa (entonces derivada del empréstito de Baring Brothers y de los compromisos de Urquiza, fines de la década de 1850), señalando el carácter demasiado oneroso “. . .de todo empréstito colocado en el extranjero”. Se apartaba así notoriamente del Corán liberal, manifestado principalmente por Alberdi en su “Bases y. . . .. etc. (“No temáis enajenar el porvenir remoto de nuestra industria a la civilización. . .etc.) y en su “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina” (ver el capítulo “Los capitales son la civilización argentina”,
extranjeros, claro).
Más adelante aclara Irazusta, que a mediados del S.XIX, no había en Europa, por su propio desarrollo industrial y las elevadas rentas que el mismo proporcionaba a los inversionistas locales, capitales para exportar. Por eso el “. . . .desarrollo posterior a Caseros se hizo entre nosotros con recursos nacionales y no con capital extranjero”. Ejemplo de ellos fueron el Ferrocarril Oeste, el alambrado, las empresas de colonización, etc. Más adelante y al acentuarse el credo liberal, se concedieron franquicias desmesuradas a las “inversiones” inglesas para desarrollar ferrocarriles, pero resalta que aún en esas oportunidades, la plaza local había “. . . suscripto la mitad del capital empresario”.
Hacia 1877 hay “. . . .un movimiento de traspaso de empresas nacionales a compañías extranjeras” (alumbrado público a gas, ferrocarriles, tranvías a tracción de sangre, etc.), que son casi todas inglesas, que tienen desde sus inicios asegurada la rentabilidad de sus reales o supuestas inversiones, amén del porcentaje de ganancias sobre las mismas, asegurado por el gobierno en los contratos respectivos. Así, la influencia británica fue creciendo “. . . de año en año, por el hecho de la ley o de la costumbre. Su tendencia a no pagar los impuestos, a cobrar los intereses garantizados por el Estado y al no acusar ninguna ganancia para quedarse con todas las entradas de los ferrocarriles, a aguar los capitales, resultaba incontenible e incontrolable” y paulatinamente crece esta “. . . con la tendencia a favorecer el interés extranjero” en la propia legislación vigente.
Se creía entonces en la fortaleza del país (v.gr.Juárez Celman y sus declaraciones) y en las bondades sin límites del capital extranjero, al cual podían transferirse sin peligro de nuestra soberanía, nuestras fuentes de riqueza y nuestras empresas nacionales. Hasta que llegó la crisis y bancarrota de 1890.
Dejando aquí al autor citado, podemos agregar que se han repetido las crisis y bancarrotas en nuestro país, no sólo a partir de la pérdida del carácter de “granero del mundo”, que supuestamente ostentábamos hacia 1910. Fecha desde la cual y aún desde años atrás, el intercambio relativo de producción –bienes agropecuarios por bienes industriales- se nos fue haciendo cada vez más desfavorable, agravándose todo con la toma de empréstitos en el exterior, para cubrir déficits presupuestarios anuales. Así las crisis se repitieron y escandalosamente, a partir de 1976, se crea una deuda externa descomunal e imposible de pagar. Agravándose todo en la infame década de 1990, con la complacencia de tantos personajes, que aún hoy ejercen la función pública. Así fueron enajenadas las principales empresas del Estado argentino (comunicaciones, transportes, petróleo, gas, energía eléctrica, etc.etc.) a precios de liquidación por remate, privándonos en consecuencia de las rentas, que ellas, bien administradas nos podrían proporcionar. Y buscando también y de paso, reafirmar el principio liberal de la inferioridad del argentino, para gobernarse y administrase por si mismo. Todo en medio de una fantástica corrupción, imposible de ser superada, aunque más no sea por considerar que ya no nos quedan bienes de valía para ser enajenados.
Todo lo escrito y todo lo transmitido, recrea el tema de las “inversiones extranjeras” y también el dogal de la deuda externa, la que no deja de crecer y en la práctica parece haberse hecha eterna. Y respecto a las mencionadas inversiones y al ingreso al mercado internacional de capitales, si bien hay casos y casos, es bueno que reflexionemos acerca de si todo ello significa un verdadero aporte para el desarrollo de nuestro país o si sólo muestran el aprovechamiento de nuestras debilidades y de nuestra candidez, por parte de los “inversionistas” y “mercadistas”, para tratarnos como quería hacerlo Shylock con el desventurado Antonio.
LA PLATA, mayo 13 de 2011.