Por: Pedro Peretti*
¿Queremos una agricultura con agricultores al servicio de la soberanía y seguridad alimentaria, que preserve los recursos naturales y medio ambiente, modelo que representa nuestra tradicional chacra mixta de la pampa húmeda hoy en vía de extinción? ¿O el modelo de los agronegocios, pooles de siembra, y megaproductores sin intenciones de arraigo, a los que sólo le interesan los volúmenes de producción sin importarle ni la gente ni las consecuencias de este tipo de explotación agropecuaria empresarial que hoy se consolida en la Argentina, donde ya sólo diez mil empresas manejan el 70 % de la soja? Desde hace ya mucho tiempo la Federación Agraria Argentina viene sosteniendo en estoica soledad, en el mundo gremial agrario: que la ampliación de la frontera agrícola del país, lejos de ser un avance productivo, económico o social, es un verdadero desastre ambiental. Destruir montes para sembrar soja y desalojar nativos, no parece ser un negocio para nadie mas que para quien lo ejecuta. Los números de aumento de volumen de la producción agrícola del país se explican no solo desde la perspectiva de los avances científico-técnino de la agricultura, aunque hay mucho de ello; un dato insoslayable a la hora de cuantificar los volúmenes es el mayor número de hectáreas sembradas producto de los desmontes de bosques nativos.
A título de ejemplo vemos cómo se ensancha la frontera agrícola del país: a) Según datos de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación en los últimos cuatro años el proceso se acentuó y los desmontes arrasaron con 1.108.669 hectáreas, es decir 280.000 hectáreas menos de bosques por año, 821 hectáreas por día, 34 hectáreas por hora, de las cuales la inmensa mayoría fue sembrado con soja. b) Hacia la Patagonia también se agranda la frontera agrícola. Los capitales chinos están realizando ensayos para producir soja en el sur del país. Esto significa muchas cosas aparte del avance científico-técnico, es el prolegómeno de un desastre ambiental por demás de anunciado sino se le pone límites precisos a monocultivo sojero.
Estos pequeños botones de muestra son “nuestro” aporte autóctono al cambio climático, al calentamiento global y una contribución “inestimable” a fomentar los desequilibrios internos del país (geopolíticos, ambientales, socioeconómicos, etc.) y ponen sobre el tapete la necesidad inexcusable de discutir el modelo de desarrollo agrario que queremos, precisamos y, por ende, propiciamos. Este tema a juicio de muchos militantes y dirigentes federados es de forzoso debate y no se puede esconder, tampoco parcializar y menos aún sectorizar. Es imprescindible hacerse cargo de la integralidad del problema, en esto todo tiene que ver con todo: ampliación de la frontera agrícola, desforestación, sojización, concentración de tierras y rentas, migraciones rurales, escasez de agua, desertificación, pedradas, inundaciones, faltantes y aumentos de precios de las carnes, etc.. Podríamos resumir este debate en la pregunta por si queremos una agricultura con agricultores al servicio de la soberanía y seguridad alimentaria, que preserve los recursos naturales y medio ambiente (modelo que representa nuestra tradicional chacra mixta de la pampa húmeda hoy en vía de extinción); o si por el contrario apuntamos al modelo de los agronegocios, de los pooles de siembra, de los megaproductores sin pertenencia genuina al medio ni intenciones de arraigo y a quienes solo le interesan los volúmenes de producción sin importarle ni la gente ni las consecuencias de este tipo de explotación agropecuaria empresarial que hoy se consolida en la argentina (donde ya solo diez mil empresas manejan el 70 % de la soja).
Es por ello, desde nuestro punto de vista para que el debate sobre la ampliación de la frontera agraria en nuestro país tenga visos de seriedad y profundidad debe partir necesariamente de:
1) La inclusión de toda la sociedad en la discusión de este tema. No puede limitarse el debate del agro a solo cuestiones técnicas (método de labranza, kilogramo de fertilizante, cantidad de semilla, etc.) sino también a: qué, cuanto, cómo, donde producir, quienes son los sujetos agrarios que producen y cuanto es el tamaño tolerado, medido en volumen y hectáreas, que la sociedad en su conjunto admite como justo y lógico; para no ser rehén de una nueva oligarquía dominante en lo productivo y despreocupada en la distribución de la riqueza. El tema agropecuario debe dejar de ser un coto de caza exclusivo de las empresas transnacionales, los terratenientes codiciosos, los suplementos especializados de los grandes diarios y los técnicos al servicio de la maximización de ganancias sin responsabilidad social. Este es un debate de todos, puesto que atraviesa el presente y el futuro de nuestra sociedad.
2) La política, ya que es ella la que debe conducir la economía del país y fijar los límites del mercado, debe ordenar la agenda de prioridades y conducir el proceso económico global. Es función de la política poner en marcha el modelo de desarrollo rural que defina la sociedad y velar por el cumplimiento de las inquietudes y la satisfacción de las necesidades de todos los ciudadanos (urbanos y rurales). De la política depende además, “marcar la cancha” con rigor y claridad, pues si seguimos jugando con el reglamento escrito por el mercado, en menos de una década no va a quedar ni un centímetro de bosque nativo ni un solo chacarero.
3) Escuchamos hablar a los voceros del neoliberalismo de la intervención del Estado en la economía como una letanía reiterada y monótona, la vemos ejecutarse en algún conato esporádico y mal articulado de control de precios. Mientras, el Estado argentino sigue ausente en las grandes decisiones estratégicas que nos comprometen a todos, la intervención del Estado debe ser permanente y a favor de los sectores económicos sociales más débiles. Para ello debe desplegar y optimizar todos los instrumentos que tenga a su disposición (leyes, créditos, subsidios, juntas reguladoras de la producción, instituciones educativas, seguridad social en todas sus formas, límites precisos a los desmontes y al tamaño de las explotaciones, etc.). Es decir que la ampliación o no de la frontera agropecuaria del país, la decisión de aumentar o no la cantidad de determinado cultivo, la conveniencia o no de privilegiar algunas producciones en detrimento de otras deben ser decisiones de todos en beneficio del conjunto y no la obra del mercado que solo beneficia a minorías satisfechas en lo económico y despreocupadas en lo social.
El debate agrario en la Argentina de hoy está dominado por la lógica del mercado, conducido por los que nos venden. Ya nos alertaba Jauretche cuando nos decía: “tengamos cuidado de ir a comprar a la almacén con el libro escrito por el almacenero”. Los volúmenes de producción o las tecnologías mas apropiadas, deben ser instrumentos al servicio de todos, evaluados por la sociedad e implementado por la gestión política y no fines en si mismos. No hay solución a los problemas argentinos sino se discute el tema agrario y se elabora un programa que mínimamente armonice producción, población y medio ambiente con equidad y distribución.
(*) Director de FAA.