LA REALIDAD LO ACOSA, LA OPOSICIÓN LO AYUDA.
POR JORGE RAVENTOS
Se sabe que, para los voceros oficialistas, los aspectos más negativos de la realidad (particularmente aquellos atribuidos a la acción o la inacción del Gobierno) no existen: o son una mera “sensación” o responden a operaciones maliciosas difundidas por los enemigos del “modelo”. El Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dictaminó en su momento que la inseguridad ciudadana es un mero espejismo y el Ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, entre cortes de luz, escasez de agua, inexistencia de garrafas económicas o interrupciones en el servicio de gas, reitera cada verano y cada invierno – también éste- que, en materia de energía, el país vive en el mejor de los mundos posibles y que hablar de crisis energética es un delirio o una confabulación. La sociedad ya ha aprendido a interpretar esos juicios y esas informaciones. Miles de hogares padeciendo las temperaturas más bajas de las últimas décadas y empresas con la energía interrumpida, pese a que pagan tarifas más altas para garantizar una provisión sin cortes, seguramente tienen algunas frases que agregar a las panglossianas ponderaciones de De Vido.
Las cifras sobre aumento de los precios que proporciona el Instituto Nacional de Estadística y Censos tienen rasgos análogos a los diagnósticos y vaticinios de los ministros: constituyen un intento de embellecer los hechos, guiado sin duda por la intención de sembrar optimismo en una población que, de lo contrario, sólo contaría con la información que ofrecen almacenes, carnicerías, supermercados o librerías.
Esta semana se conoció una información que muestra hasta qué punto llega el ahínco de quienes orientan el INDEC: no sólo se están ocupando en esa oficina pública de embellecer los datos del presente, sino que han extendido sus afanes al pasado y han tocado cifras, de modo de que el Gobierno pueda confirmar, con esos datos, algunas de sus vehementes afirmaciones autoapologéticas. Por ejemplo, han borrado, de las series que registran la evolución salarial, los aumentos de sueldo otorgados durante el gobierno de Eduardo Duhalde. Este detalle permite mostrar un magnífico salto en las remuneraciones de los trabajadores entre el nivel salarial de fines del gobierno de la Alianza y el de los primeros meses de Néstor Kirchner, como si en el medio hubiera habido un vacío.
En la Unión Soviética de José Stalin se utilizaban métodos parecidos para glorificar al dictador con una historia distinta de la real: se lo hacía aparecer en fotos de momentos clave del proceso comunista en los que no había participado, al tiempo que se borraba de la imagen a los dirigentes con los que estaba enfrentado. Esa desaparición de sus rivales en las fotos del pasado era un vaticinio sobre su eliminación física que ocurriría, algún tiempo más tarde, en el plano de la realidad.
En rigor, ni las ilusiones presentes o pretéritas que dibuja el INDEC ni las sensaciones que difunden los ministros tienen la capacidad de convicción de aquel antecedente stalinista; son, apenas, una caricatura evocativa. El jefe soviético pudo asentarse durante décadas sobre una maquinaria de poder que no debía atravesar exámenes electorales ni preocuparse por la opinión pública. Ese poder tardó varios lustros después de su muerte en exhibir sus pies de barro; hasta que eso ocurrió, aún en proceso de revisión, las fábulas del stalinismo estuvieron en condiciones de perdurar.
Más allá de sus intenciones, el gobierno K tiene su plazo establecido por el proceso político y constitucional argentino; a más tardar dentro de 15 meses deberá acudir a las urnas y, entretanto, permanentemente, está sometido al escrutinio de una opinión pública que –lo miden las encuestas- muy ampliamente descree de la palabra oficial y, en una altísima proporción, manifiesta opinión negativa sobre la imagen del matrimonio gobernante.
Y sin embargo …, en la última semana Néstor Kirchner pudo darse dos satisfacciones: acreditarse una victoria política personal con la ayuda de muchos de quienes se consideran adversarios suyos y, además, golpear a quien considera uno de sus rivales más temibles, el Cardenal Jorge Bergoglio y, con él, a la Iglesia.
Sería un error suponer que Néstor Kirchner impulsó el llamado “matrimonio gay” por algún tipo de compromiso filosófico personal con el tema o por alguna empatía con el mundo y la problemática de los homosexuales. Lo que él contabilizó fue la perspectiva de reagrupar en su torno a sectores de centro izquierda y de desordenar el campo de sus competidores políticos, introduciendo en el arco opositor la cuña de una propuesta de sedicente cobertura progresista frente a la cual amplios contingentes de ese conglomerado son, por distintos motivos, extremadamente vulnerables.
Décadas atrás, el llamado progresismo y la izquierda, bien o mal, alzaban como consignas emblemáticas reivindicaciones que apelaban a los pobres, a los trabajadores, a la lucha contra la miseria. Después de la extinción, por decisión propia, del experimento socialista soviético y del viraje hacia la economía de mercado (y así, al crecimiento económico, al protagonismo internacional y a la promoción social) de China Popular y de otras naciones socialistas asiáticas, la decepción de una parte del llamado progresismo y de una parte de las izquierdas occidentales se volcó hacia otras problemáticas, alejadas de las originales: desde la defensa del consumo libre de alucinógenos hasta la legalización del aborto, pasando por algunas formas maximalistas del ambientalismo o la defensa y promoción de las minorías sexuales. ¿Hay en la Argentina alguna forma ostensible de discriminación de la homosexualidad? En rigor, bastaría con observar las altísimas posiciones que ocupan (y la gran influencia que ejercen) personas de esa orientación, tanto en los poderes como en actividades profesionales de proyección pública, para suponer que no la hay o que, en todo caso, constituye una valla muy sorteable.
No obstante, no sólo los sectores más activos de la comunidad homosexual, sino también un sector de la sociedad política y cultural consideraron que tiene carácter discriminatorio que personas del mismo sexo no puedan unirse en matrimonio. Al principio, se mencionaron cuestiones prácticas (relacionadas con el uso de asistencia social, herencia de beneficios previsionales, etc.) como motores del reclamo: a esos problemas se les podría dar solución con una amplia legislación referida a las uniones civiles. Pero el reclamo fue más allá: lo que se reclamó fue la “igualdad”, es decir, la ampliación del concepto de matrimonio para incluir a esas uniones civiles de personas del mismo sexo. La palabra “igualdad” tiene, sobre algunos sectores, el mismo efecto que la campanilla de Pavlov sobre los perros de sus experimentos sobre reflejos condicionados. La igualdad que tiene que ver con la dignidad y la entidad del ser humano no excluye las diferencias que, precisamente, son un rasgo de la humanidad. “No es buena la misma ley para el león y para el buey”.
Para Kirchner esas disquisiciones son jactancias de intelectuales. Lo que él no podía permitirse era que el único proyecto que él votó como diputado cayera derrotado en el Congreso. Para evitar ese revés, tendió puentes con tirios y troyanos, presionó a gobernadores dependientes de los fondos oficiales para que ellos apretaran a sus senadores, consiguió que algunos cambiaran su voto y que otros (que no querían cambiarlo) lo ayudaran ausentándose de la votación. Antes que eso, consiguió que muchos miembros del arco opositor votaran por el proyecto que él quería victorioso.
Que los senadores oficialistas defendieran la pronta aprobación de la ley que reclamaba Olivos tiene su lógica. Y ello subraya el gesto de quienes, siendo parte de la tropa que Kirchner reclama como propia, votaron por la negativa. Es menos comprensible que todos quienes, más allá de su afiliación política, reivindican su perspectiva democrática y aluden a la soberanía popular, eludieran en este tema la vía de la consulta popular. Nadie puede ignorar la raíz creyente de la mayoría de la sociedad argentina; nadie puede hacerse el distraído sobre el hecho de que se estaba zanjando, de una manera vertiginosa, sin un debate abierto al conjunto de los argentinos y con un Congreso atravesado por maniobras y presiones, un asunto que tiene que ver con convicciones profundas de la sociedad y con una institución fundamental para su reproducción como es el matrimonio. “Los temas de derechos humanos no se plebiscitan”, argumentó una senadora. ¡Vamos! Si pueden votar a favor o en contra los representantes del pueblo, ¿cómo no podría hacerlo el pueblo mismo, que es la base de la soberanía y el mandante de los legisladores? ¿Ese argumento no es una flagrante muestra de discriminación y elitismo?
El debate sobre el llamado “matrimonio gay” dista de estar plenamente zanjado, precisamente porque siendo un tema que afecta a toda la sociedad, ésta no fue consultada como podría (y merecía) haberlo sido.
Conciente de que se trata de una victoria envasada al vacío, el Gobierno procura darle una base mayor: “es un triunfo de toda la sociedad”, afirma. No es así. La sociedad fue sorteada en esta discusión.
Por otra parte, aunque para Olivos lo políticamente destacable sea haber confrontado exitosamente con la Iglesia (y con Bergoglio), tampoco es cierto que la votación del Senado haya afectado solamente a los católicos. La ley aprobada es resistida por los creyentes de otras religiones y también por personas alejadas de los templos y las iglesias que valoran, sin embargo, la importancia de una institución que ha sostenido la convivencia y la reproducción humanas durante siglos.
En cualquier caso, el Gobierno se acreditó la victoria política de corto plazo que buscaba. Quedan por ver las consecuencias ulteriores de ese triunfo.
FUENTE: GENTILEZA ENRIQUE AVOGADRO
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