EL TESTIMONIO DE LA SOLIDARIDAD

Hay una constante puja entre la existencia de una pobreza estructural creciente en la Argentina de hoy y el compromiso cotidiano con el mientras tanto. Dar de comer a los pobres en Navidad, probablemente no resuelva los problemas de fondo. Pero convengamos que establece o instala la esperanza en el sentido verdadero: sentirse, estar acompañado. Ver al otro venir a pesar y por mi estado. Ese acto vale más “…que mil costales de oro.” Y si está acompañado de una rica comida, ya es cartón lleno. La Argentina posee todas las posibilidades de no pasar hambre. Hace muchas décadas que no se piensan todas nuestras potencialidades y perspectivas desde los últimos. El círculo vicioso de ponderar a los “que pueden”, no es más que una espantosa justificación de la injusta riqueza y su distribución entre los poderosos. Décadas de insolidaridad, han establecido como norma de la política, que si querés “triunfar” no te podes ocupar de los humildes, o sea de la mayoría de los argentinos, o sea del bien común. Esa política, o habría que decir no-política, le quita sentido y razón de ser a su propia existencia. La formación de una dirigencia salvaje que hace gala de su desprecio por los débiles, ha contado con el necesario auxilio de la falta total de testimonio de las principales autoridades políticas. Esa constante expresada en las principales referencias sociales, ha contribuido a convertir la vida de los argentinos en una jungla ominosa. No siempre ha sido así. Y ese dato hay que computarlo en el activo invisible de una Nación, como dicen los japoneses. Tampoco es así en toda la sociedad de hoy. No nos cansamos de descubrir los cotidianos gestos de solidaridad genuina del pueblo argentino con los desprotegidos. Miles y anónimos. Desde esa realidad, es posible pensar en dignificar la vida de todos nosotros. Es posible ponerse de pie.