Por José Ángel Di Mauro/Tribuna de Periodistas.-
Una campaña en la que se invirtieron los roles. Podrá reelegir o no, pero a un mes de elecciones testimoniales como son las PASO que comenzarán a definir su destino, ya nadie duda de que el gobierno de Mauricio Macri podrá poner fin a la constante de 90 años de que ningún gobierno no peronista logre completar su mandato. Atrás quedaron las comparaciones con la Alianza y el ofensivo merchandising de helicópteros de cartón en las marchas, mezcla de oposición dura y expresión de deseo. Pero no por ello podemos evitar trazar parangones que puedan resultar útiles a la hora del balance y el análisis.
Sobre todo al refrescar esa memoria que se reactiva con el fallecimiento del expresidente Fernando de la Rúa. Porque ese hecho llevó a muchos de los actores de entonces a evocar la debacle de 2001, y el recuerdo deviene en inevitables paralelismos. Partiendo del más que evidente de que mirándose en ese espejo, este gobierno trató de entrada de evitar parecerse a aquella Alianza, esforzándose por generar gestos de autoridad cada vez que pudo. Comenzando por aquel más que controvertido decreto con el que designó a dos integrantes de la Corte “en comisión”. En esos días, un ingenioso tuit hizo carrera: “Macri gobernó los primeros tres días para diferenciarse de Cristina, y el cuarto para diferenciarse de De la Rúa”.
Un reproche sistemático que se le hace a la administración macrista es haber ocultado originalmente la magnitud de la herencia recibida, evitando evidenciar la gravedad de la situación. Y es aquí donde recordaremos al gobierno de De la Rúa, y que le reprochó el consultor Felipe Noguera en el libro “¿Qué se vayan todos? Crónica del derrumbe político”, que publicó en 2004 quien esto escribe: “De la Rúa se pasó seis meses diciendo lo mal que estaba todo y pidiendo que vinieran inversiones -critica Noguera-. La gente decía ‘este tipo está loco’… Si querés que vengan inversiones, hablá de que las cosas están bien, o que van a estar bien, pero… ¡Pará, ya no estás en campaña!”.
Es precisamente el argumento esgrimido por Macri cuando le critican haber hecho lo contrario: “¿Quién iba a invertir en la Argentina si decía que estábamos quebrados?”.
Condenado por la sociedad y la historia, la dirigencia fue piadosa a la hora de despedir a De la Rúa, reivindicando sus cualidades democráticas, por sobre sus desaciertos. El Presidente lo recordó dos veces el día de su muerte, y fue al Congreso a despedir sus restos. Pero desde la oposición también hubo mensajes medidos y hasta laudatorios, comenzando por la expresidenta Kirchner desde Cuba, y llegando al extremo de Luis D’Elía elogiándolo. Si hasta un exdiputado camporista santacruceño que quiso no ser “políticamente correcto” y lo recordó mal, no tardó en eliminar su tuit. Claramente hubo en el kirchnerismo una bajada de línea para evitar críticas, presumiendo que los muertos despiertan una solidaridad que se les retacea en vida.
Esa moderación decidida por quienes manejan la campaña del Frente de Todos no se limita a la figura de De la Rúa. Los principales candidatos kirchneristas se mostraron mesurados ante las críticas que les dirigieron los últimos días. No solo desde el oficialismo: la monja Martha Pelloni llegó a vincular a La Cámpora con el narcotráfico, y aun así fueron pocas las voces que salieron a contestarle, sin diatribas destempladas.
Este particular momento de la campaña ha invertido los roles, exhibiendo a un oficialismo áspero, con críticas muy duras al kirchnerismo y sus aliados -el caso de Sergio Massa-, con el presidente Macri y la gobernadora Vidal en la primera línea de batalla, mientras que desde la oposición se limitan a decir que “no queremos prestarnos a ese juego”.
El sindicalismo y La Cámpora son las cabezas visibles a las que los principales referentes de Juntos por el Cambio fustigan con esmero, conscientes del poco afecto que esos sectores despiertan entre sus potenciales votantes.
Con los primeros es más sencillo, pues está en su naturaleza entrar en la confrontación. Y así es como han desatado medidas de fuerza “salvajes” como la que dejó varados a miles de pasajeros de Aerolíneas Argentinas en vísperas del fin de semana largo. O aparece el bancario Sergio Palazzo confrontando con el emprendedor modelo que lidera la compañía argentina de mayor valor en el mundo. Y Hugo Moyano está tentado de impulsar un paro general, aunque desde el kirchnerismo se lo prohíben, por ser claramente piantavotos.
Es de imaginar que fue el propio candidato presidencial del Frente de Todos el que bajó la consigna de “moderación”. Pero él mismo terminó infringiéndola más de una vez en una semana que no fue positiva para la principal oposición. Alberto Fernández se mostró destemplado con los periodistas varias veces, incluso cuando debió presentarse ante el juez Bonadio por dichos lapidarios para con su compañera de fórmula sobre el caso Nisman, a los que ahora relativiza.
Fue, como dijimos, una semana complicada para la principal oposición -ni que hablar para el resto, que se diluye en la polarización-, con encuestas que muestran una paridad impensada hace algunas semanas. Como sea, el Frente de Todos sigue liderando las encuestas -incluso las que manejan en la Casa Rosada-, pero está claro que el kirchnerismo pareciera haber sumado todo lo que podía, mientras que el oficialismo está en franco ascenso. Veremos si le alcanza.
Eso es lo que llevó a los candidatos de Juntos por el Cambio a redoblar una ofensiva que tiene al senador Miguel Pichetto golpeando sistemáticamente a quienes en su momento debió defender.
En el oficialismo entusiasma el rionegrino, que cumple exactamente con una de las premisas por las que lo fueron a buscar: decir lo que ellos no se animan a decir. Ofensiva en la que se ha puesto también a la cabeza María Eugenia Vidal. Ya totalmente en “modo campaña”, la gobernadora tiene en el candidato a vicepresidente un aliado poderoso, pues el senador centra sus principales críticas en Axel Kicillof, a quien -bueno es decirlo- no cuestiona recién ahora que se pasó al oficialismo. Por el contrario, fue el primero al que criticó fuertemente cuando el peronismo volvió al llano. En febrero de 2016, dijo de él que había sido “un mal ministro de Economía”.
El senador rionegrino sabe que para la suerte del gobierno, es clave el resultado en la provincia de Buenos Aires, donde lo más probable es que la fórmula presidencial oficialista pierda, pero María Eugenia Vidal no debe hacerlo. Perder el principal distrito del país sería un golpe letal para un eventual balotaje, y ni qué decir para la gobernabilidad en un eventual segundo mandato macrista. Quien lo tiene más que claro también es la propia gobernadora, que se puso al hombro la campaña y ha ordenado a sus funcionarios contestar todas las críticas, diferenciándose una vez más del gobierno nacional.
Las críticas de la exHeidi se centran en Kicillof en particular y La Cámpora en general.
Evita confrontar con Cristina Fernández, salvo en ocasiones que le son claramente redituables, como la respuesta que le dio por las insólitas críticas que le dirigió en su libro “Sinceramente” y en la presentación del mismo en Rosario, referidas a su estado civil. En general, Vidal prefiere limitar sus críticas a sus rivales directos, porque su campaña es provincial y el máximo aporte que le puede hacer a Macri es conservar Buenos Aires. Y porque además necesita un fuerte corte de boleta, de entre 6 y 8 puntos, que implica que muchos votantes de Cristina la incluyan como gobernadora en el mismo sobre. Las encuestas dicen que, a priori, muchos votantes de la exmandataria quieren que ella siga gobernando la provincia, y a eso apunta la estrategia.
En este contexto la oposición dura parece haberse puesto de acuerdo en echar dudas sobre la transparencia de los comicios. Atento a los problemas que hubo en el simulacro electoral realizado días pasados, desde el peronismo se pusieron en guardia. Fiel a su estilo, Hugo Moyano advirtió que “puede haber una situación de trampa en las elecciones”, por cuanto “de este gobierno se puede esperar cualquier cosa”. En la misma línea, representantes del PJ y diputados K dieron una conferencia de prensa alertando sobre el supuesto “intento del gobierno” de “manipular” los resultados de los comicios, y echaron sospechas sobre la empresa que estará al frente del escrutinio provisorio: Smartmatic, la multinacional norteamericana que desplazó en la licitación a la española Indra, que desde 1997 venía ocupándose del tema.
En el gobierno calificaron de “irresponsable” las acusaciones. Algunos sospechan que, atendiendo un resultado muy ajustado como el que se prevé, haya quienes no acepten una eventual victoria oficialista y estén preparando el terreno para deslegitimarla.