Por Fernando Laborda/La Nación.- Ni la movilización callejera que la acompañó en su debut en los tribunales ocultó la debilidad de Cristina Kirchner. Ninguna manifestación popular, por multitudinaria que sea, puede probar la inocencia o la culpabilidad de un imputado. Y ningún acusado de un delito puede alegar, como hizo la ex presidenta, que posee "los fueros del pueblo" para enfrentar a la Justicia. No se podía esperar otra cosa de la ex mandataria. Recurrió a algo que acostumbraba aplicar cuando estaba al frente del Poder Ejecutivo Nacional: la técnica del amedrentamiento. En lugar de dar explicaciones sobre la demanda que pesa sobre ella, respondió con un intento de demostración de fuerza para que los jueces que la investigan en distintas causas comenzaran a sentir la presión de la calle.
Cristina Kirchner intentó colocar nuevamente la política en el centro de la escena y desplazar todo lo que guarde relación con lo jurídico. Buscó dar señales tanto hacia afuera como hacia el interior del peronismo. Aun así, dejó dudas. ¿Fue la marcha sobre los tribunales de Comodoro Py una muestra de que el kirchnerismo todavía controla la calle? ¿O constituyó una demostración de que el kirchnerismo ha quedado reducido a algunas hordas de fanatizados que se entretienen hostigando a periodistas críticos? ¿Cuánto puede beneficiar a alguien que pugna por remontar en la consideración de la opinión pública la situación de verse rodeada de algunas de las figuras más recalcitrantes y desprestigadas de la política argentina, como Amado Boudou, Aníbal Fernández, Luis D'Elía o Julio De Vido, mientras brillan por su ausencia los gobernadores que hoy encarnan el nuevo polo de poder dentro del peronismo?
Al cristinismo se lo nota cómodo haciendo lo que más le gusta: victimizarse frente a supuestas corporaciones.
Mas le resulta dificultoso desprenderse del estigma de que fue Cristina Kirchner quien condujo al peronismo a la derrota electoral de octubre.
Dirigentes kirchneristas que asistieron al acto en Comodoro Py admiten confidencialmente sus limitaciones. Destacan como un "salto cualitativo" en el discurso de la ex presidenta que por primera vez haya hablado de la necesidad de un "frente ciudadano"; que eliminara la palabra "traidor" de su vocabulario y que formulara una amplia convocatoria a la unidad, quizá consciente de que con su núcleo duro no alcanza para seguir influyendo en la política argentina y salvar su pellejo frente a las demandas judiciales. Llamó la atención también que cuando algunos manifestantes que la escuchaban comenzaron a entonar estribillos insultantes contra el diputado rupturista Diego Bossio, Cristina les advirtiera: "Así no van a convencer a nadie".
Claro que estos aparentes signos de moderación de la ex mandataria también pueden dar cuenta de otra señal de debilidad.
La movilización kirchnerista por momentos generó sentimientos encontrados y cierto nerviosismo entre algunos dirigentes macristas. Se escuchó incluso el argumento de que al Gobierno no le convendría que Cristina Kirchner quedara detenida, por los eventuales desórdenes callejeros que podrían generarse.
No es ni más ni menos que lo que el cristinismo busca: infundir miedo, intimidar, para asegurarse impunidad.
Pero también en el oficialismo hay quienes sostienen que las imágenes de Cristina bailando en el balcón de Recoleta o de sus seguidores frente a los tribunales benefician al Gobierno. El macrismo termina así erigiendo al cristinismo como su oponente principal y logrando dilatar su luna de miel.
El discurso de Cristina Kirchner busca hacerle creer a la sociedad que los actuales problemas socioeconómicos empezaron con la gestión de Macri y no con la suya. Sin embargo, hasta ahora al menos, una proporción mayoritaria de la ciudadanía le sigue asignando la culpa de los desaguisados económicos al kirchnerismo. Retener al votante que castigó al kirchnerismo en las urnas y delegó en Macri el proceso de higienización de la política es para el Presidente un desafío, que podría perderse ante la menor sospecha ciudadana de una claudicación ética en pos de una supuesta gobernabilidad.