HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

domingo, 20 de marzo de 2016

NACE UNA NUEVA CULTURA POLÍTICA: CON MIX DE PERSUACIÓN Y "BILLETERA", MACRI CONSIGUE UN PERONISMO ALIADO.


     Por Fernando Gutiérrez/iProfesional.- El presidente está por aprobar con éxito su primer test parlamentario: pese a estar en una situación de minoría, logra una adhesión mayoritaria, sobre la base de la negociación con los gobernadores provinciales y debilitando la lealtad hacia Cristina Kircher. Frank Underwood, el admirado y a la vez odiado protagonista de House of Cards -la serie de culto para los políticos de todo el mundo- habría aprobado con aplausos la última operación política del macrismo en el Congreso. Como hace el célebre personaje, un poco con persuasión, otro poco con "cara de perro" y otro poco con la billetera en la mano, el macrismo logró lo que hace pocas semanas ni el más optimista de sus dirigentes se habría atrevido a soñar: que un Gobierno en clara minoría parlamentaria tuviese un debut exitoso en el Congreso, sin chocar contra una mayoría que lo pudiera bloquear. Lo que ha ocurrido en el debate por el acuerdo con los "fondos buitre" va más allá de una victoria puntual en un proyecto de ley y dejan entrever algo más profundo: Macri está logrando éxito en su estrategia de dividir a la oposición y hasta se insinúa la llegada de una nueva cultura política en la Argentina.
Al haber asumido la presidencia en una situación de clara minoría parlamentaria, con apenas 16 senadores sobre un total de 72 y sólo 92 diputados sobre un plenario de 257, a Macri no le quedaba otra opción que intentar un estilo de gobierno basado en acuerdos interpartidarios. Todo un cambio para un país acostumbrado a ser gobernado por grandes mayorías, donde los proyectos de ley suelen pasar sin grandes debates y en los cuales cada bloque se comporta de forma monolítica y siguiendo los dictámenes de un líder que piensa las cosas en términos de estrategia electoral. Pero este debut parlamentario de Macri dejó la sensación de un cambio: no solamente necesitaba los votos de sus aliados circunstanciales, como los peronistas moderados que lidera Sergio Massa, sino que también era menester contar con el apoyo de parte de la bancada kirchnerista. De hecho, por estas horas, si de algo se están jactando los dirigentes de la coalición Cambiemos es de haber atenuado esa imagen de "Massa-dependencia" que imperaba hasta hace algunas semanas.

Parecía una misión imposible, porque implicaba un trabajo negociador sobre cada uno de los micro-sectores que componen la bancada parlamentaria kirchnerista, para detectar si existía margen de apertura para una negociación. Y pese a los pronósticos en contrario, los números son bien gráficos respecto de los buenos resultados de su estrategia. En la Cámara de Diputados, el proyecto para avalar el acuerdo con los "fondos buitre" tuvo 165 votos. Y -tal vez el dato más significativo- de la bancada original de 98 legisladores kirchneristas -contando al Frente para la Victoria y sus grupos aliados-, sólo 75 siguieron el mandato de Cristina Kirchner para oponerse al proyecto. Quienes tienen la "calculadora" legislativa se animan a pronosticar que en el Senado el proyecto podría salir aprobado con 50 votos, una mayoría contundente que es aun más meritoria que la de Diputados, pues en la cámara alta -donde el sistema de representación federal hace que todas las provincias tengan la misma cantidad de bancas- el kirchnerismo tiene más de la mitad de los escaños. 


 El argumento de la billetera 

De manera que la victoria política de Macri se mide por la aprobación masiva de este proyecto para dejar atrás el default, pero sobre todo por la ruptura del peronismo. El kirchnerismo demostró que las lealtades personales no son para siempre, ni son más importantes que los proyectos políticos de cada dirigente, de cada legislador y de cada gobernador. De hecho, si algo ha quedado en claro en los últimos días es que la única lealtad que reconoce un peronista es con la de su propia supervivencia política. Macri entendió esto desde el primer momento, y por eso decidió hablar el lenguaje que el peronismo entiende: les ofreció a los gobernadores la urgente asistencia financiera que necesitan a cambio de apoyo legislativo. No por casualidad, uno de sus primeros gestos de gobierno fue invitar a todos los gobernadores a la quinta de Olivos a comer un asado y escucharlos quejarse de cómo el gobierno nacional les ha escatimado recursos durante años. Y en las semanas siguientes, las principales negociaciones estuvieron centradas en la reforma a la coparticipación de impuestos entre la Nación y las provincias. Demostrando un pragmatismo inesperado, el Gobierno dio marcha atrás sobre su polémico decreto que dejaba sin efecto la devolución del dinero adeudado a las provincias cuando vio que corría peligro su alianza con los gobernadores, y dio inicio a una nueva etapa negociadora, bajo el mando del ministro del Interior, Rogelio Frigerio. Es cierto que el estilo de Macri es diferente al de Cristina: no llega a los extremos de manejar discrecionalmente los fondos para beneficiar a los alineados y asfixiar a los que no le caen bien, como hacía la ex presidenta. Su argumento es algo más sutil pero no menos efectivo: se explica que habrá plata para las provincias sólo en la medida en que el gobierno pueda aplicar la serie de reformas económicas que tiene en la agenda. Y que, para ello, es imprescindible la aprobación de leyes tales como la del acuerdo con los "buitres". Así, ante el persuasivo argumento de la billetera, legisladores peronistas que hasta hace pocos meses aplaudían entusiastas los discursos de Cristina en contra de los buitres, Fondo Monetario, el juez Thomas Griesa, el gobierno estadounidense y el mercado financiero global, ahora no tienen empacho en aprobar la propuesta del gobierno macrista. 

 Aprendiendo a construir poder 

Para el gobierno, este nuevo escenario implica la satisfacción de haber ganado una batalla en el terreno de lo simbólico, ese campo al que el kirchnerismo le ha dado tanta importancia al cultivar lo que ha dado en llamarse "el relato". Hoy, el eslogan "patria o buitres", que en algún momento resultó movilizador, luce devaluado y sin su antigua carga épica, cuando hasta los propios diputados kirchneristas lo ignoraron. Pero, lo más importante, el macrismo demostró que un gobierno puede funcionar y negociar desde una posición de fortaleza no basándose en mayorías parlamentarias, sino en interpretar correctamente los tiempos políticos y fijando la agenda de temas urgentes. La primera insinuación de esta estrategia la había dado el propio Macri en su discurso ante el Congreso el 1° de marzo, al inaugurar el año legislativo. Desoyendo los consejos de quienes le pedían evitar alusiones a la "pesada herencia" y ser suave con la oposición, el presidente pronuncio un duro discurso, con un crudo diagnóstico de la gestión kirchnerista. Era una jugada arriesgada, porque no parecía lo más apropiado acusar en la cara por mala gestión y hasta por corrupción a los mismos legisladores a los que luego habría que pedirles el voto cuando se dieran los grandes debates legislativos. Y en aquel momento la señal fue clara. El presidente estaba decidido a transformar su debilidad en fortaleza. Es decir, su posición minoritaria en el Congreso no iba a implicar que fuera a "rogar" por gobernabilidad, sino que, al contrario, reforzaría más su perfil crítico respecto del gobierno anterior. Al marcar con vehemencia la necesidad de una nueva agenda llena de reformas, al peronismo le quedaría la disyuntiva de practicar un bloqueo y exponerse a un costo político o de acompañar al gobierno, al menos en la primera etapa. Ni más ni menos que una cultura política negociadora. Algo normal y cotidiano en los países de sistemas parlamentarios donde nunca hay grandes mayorías, pero algo todavía extraño para los argentinos. O, para quienes siguen la famosa serie, lo que se hace en ese Washington de ficción donde Frank Underwood se mueve como pez en el agua. De todas formas, Macri no ha sido el primero en intentar fortalecerse a partir de un comienzo débil. En ese campo, nadie ha dado mejores lecciones que Néstor Kirchner, que llegó a la presidencia en 2003 con un escaso 22 por ciento de los votos. Como Kirchner en su momento, Macri entendió que el poder político no sólo se deriva de los votos, sino, sobre todo, de la forma en cómo se lo ejerce. 

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