Los hechos se precipitaron en cuestión de semanas. Cacerolazos aquí y afuera. Preguntas incómodas que dejaron al descubierto contradicciones y dispararon críticas y enojos. En el plano local, escraches a funcionarios, impensados tiempo atrás. ¿Llega el kirchnerismo light o se refuerza la apuesta? Las especulaciones políticas a esta hora pasan por saber qué tan mala será la evaluación que Cristina Kirchner hace de su viaje.
¿Qué le habrá dolido más a la Presidenta?:
¿El haber quedado expuesta ante los estudiantes de Georgetown, que le recriminaron que no hablaba con la prensa?
¿El pobre resultado de su reunión con el presidente de la petrolera Exxon, tras la cual no pudo realizar ningún anuncio de relevancia? ¿El cacerolazo con el que la recibieron los argentinos residentes en Nueva York? ¿La repercusión de su ya célebre frase sobre la inflación y el país que habría estallado por los aires? Tal vez, una pista para responder a estas preguntas se encuentre en su cuenta de Twitter: no habló de YPF, ni de Irán, ni de la tarjeta roja del FMI ni de la inflación. Más bien, se sintió obligada a corregir su desafortunada alusión a la Universidad de La Matanza.
¿El pobre resultado de su reunión con el presidente de la petrolera Exxon, tras la cual no pudo realizar ningún anuncio de relevancia? ¿El cacerolazo con el que la recibieron los argentinos residentes en Nueva York? ¿La repercusión de su ya célebre frase sobre la inflación y el país que habría estallado por los aires? Tal vez, una pista para responder a estas preguntas se encuentre en su cuenta de Twitter: no habló de YPF, ni de Irán, ni de la tarjeta roja del FMI ni de la inflación. Más bien, se sintió obligada a corregir su desafortunada alusión a la Universidad de La Matanza.
Era tarde, el daño ya estaba hecho y el rector de esa casa de estudios, Daniel Martínez, ya se había manifestado en todos los medios "muy dolido" por los dichos de la Presidenta quien, irritada por el tipo de preguntas que le formulaban los estudiantes de Harvard, los había "retado" diciéndoles que sus planteos eran más dignos de La Matanza que de la más afamada universidad del mundo.
"Tenemos muchas limitaciones, los chicos son de condición muy humilde, pero la verdad que eso no quita que intelectualmente sean menos que otros", planteó el rector mostrando su desencanto.
De toda la catarata de críticas que Cristina recogió en su deslucido periplo estadounidense, esta frase del rector quizás haya sido la más dolorosa.
A fin de cuentas, como dicen los encuestadores y politólogos alineados con el Gobierno, las manifestaciones opositoras, como el "cacerolazo" del 13-S, no hacen más que confirmar lo que ya se sabía: que hay un alto grado de enojo en un sector que no la votó y que, probablemente, no la votaría bajo ninguna circunstancia.
Siempre queda el consuelo de pensar que no se pierde poder político por tener una frase desafortunada ante argentinos que estudian en Harvard o ante los televidentes que siguen programas anti "K".
Pero ganarse la antipatía de buena parte de La Matanza, el emblemático y populoso bastión peronista del conurbano, con su padrón de 890.000 electores (4,5 veces la masa de votantes de la provincia de Santa Cruz), es otra cosa.
Acostumbrada a memorizar gran cantidad de cifras, sobre todo cuando se trata de resultados electorales, Cristina habrá recordado que en ese distrito recogió un rotundo 60% de apoyo en las urnas el pasado 23 de octubre.
Mientras la Presidenta "tuiteaba" en el avión de regreso, las reacciones en Argentina no se hacían esperar.
"¿Qué habrán pensado los alumnos de la U. N. de La Matanza, con los que compartimos la jornada el año pasado, cuando escucharon a la Presidenta?", se preguntaba la diputada izquierdista Victoria Donda.
"Mostró desprecio hacia la educación en nuestro país", señaló, por su parte, Mario Barletta, titular de la Unión Cívica Radical y ex rector de la Universidad del Litoral.
También el diputado Eduardo Amadeo, del peronismo disidente, calificó como "una ofensa" las expresiones de la jefa de Estado.
Hasta los medios de comunicación alineados con el oficialismo guardaron un piadoso silencio sobre el incidente.
Toda una demostración sobre el verdadero problema que aqueja al kirchnerismo: el "relato" no sólo tiene inconvenientes para sostenerse ante la opinión pública en general, sino incluso ante la propia tropa partidaria.
¿Qué no habría dicho la "prensa militante" si la frase despectiva hacia La Matanza hubiese sido pronunciada por Mauricio Macri o por Francisco De Narváez?
La estrategia que salió al revés
Para los analistas, si algo ha quedado en evidencia tras el cacerolazo, los escraches a los funcionarios kirchneristas y las presentaciones de Cristina en las universidades estadounidense, es que al Gobierno le preocupa sobremanera cómo estos golpes políticos puedan afectar a su base de militantes.
"La reacción de los dirigentes kirchneristas luego del cacerolazo fue la de un equipo que acaba de perder por goleada. Tratan de encontrarle explicación al fuerte traspié y erran en articular un discurso creíble", argumenta Gustavo Lazzari, economista de la fundación Libertad y Progreso.
Y agrega: "Lo cierto es que para un Gobierno populista el ver que alguien ganó la calle representa un golpe muy duro. Peor aun es tener que dar una explicación a sus militantes".
En tanto, Alejandro Corbacho, docente de ciencias políticas en la Ucema, observa que "el oficialismo quedó sorprendido tras el cambio de clima que se dio en buena parte de la sociedad, si bien no lo va a reconocer públicamente. Le haría bien suavizar su discurso, pero le cuesta apartarse de su estilo confrontativo".
Algunos afirman que tan fuerte había sido el impacto del cacerolazo sobre el ánimo kirchnerista, que la gira por Estados Unidos fue cuidadosamente planificada con la intención de descomprimir el ambiente y mejorar la imagen presidencial.
Un académico argentino señala, off the record, que las visitas presidenciales a las universidades prestigiosas suelen ser pagas. Y que más que estar dirigidas al mundillo universitario estadounidense son pensadas por su impacto en el público local.
Con su habitual sorna, el analista Jorge Asís tomó esta situación para marcar la dimensión del fracaso propagandístico del kirchnerismo.
"Desperdició el envoltorio académico, comprado para promover la fantasía del relato en el exterior. Una manera de decir porque, por suerte, casi no se la escuchó. El exterior representaba sólo el marco para dirigirse al argentino, que podría haber servido para dar algún mensaje alentador, generar algún brote de confianza", afirma Asís.
Y concluye que, al contrario de lo que marcaba el plan original, que era que estas presentaciones funcionaran como "el inicio de otra recuperación", la Presidenta no logró su cometido. Más bien, al contrario, la experiencia perjudicó su imagen ante opositores y fieles.
"Cualquier estudiante informado, con un español defectuoso, la puede desubicar. Ella sabe que en Georgetown hizo un papelón. Y que en Harvard se mostró antipática, altanera, hasta en sus macanas", sostiene Asís.
También la influyente ensayista Beatriz Sarlo hizo una mala evaluación de la gira por Estados Unidos, y dijo que quedó en evidencia que la Presidenta "no está acostumbrada a ser interrogada", lo cual termina jugándole en contra.
Y el presidente del Banco Ciudad, Federico Sturzenegger, que fue profesor en Harvard, afirmó: "Nunca vi en el Forum a un líder político tan agresivo y tan a la defensiva. Qué triste".
La disyuntiva del relato
Lo cierto es que en este momento "el relato", esa poderosa arma que tantas veces le permitió a la Presidenta transformar los defectos en virtudes, que la ayudara a construir cruzadas épicas como la reestatización del sistema jubilatorio y la expropiación de YPF, se encuentra en crisis.
Uno de los síntomas evidentes es el de cómo manejar la cuestión de la inflacionaria.
Al mismo tiempo que Cristina, en Georgetown, ponía en duda que Estados Unidos tuviese una inflación tan baja a pesar de haber emitido tanto dinero, en Buenos Aires su funcionario estrella, Axel Kicillof, defendía el punto de vista absolutamente opuesto. Les explicaba a los diputados que no hay vinculación entre emisión monetaria e inflación.
Peor aun, luego de que la Presidenta desmintiera que la Argentina tuviera un problema inflacionario, el diputado Carlos Kunkel, uno de los referentes del kirchnerismo, anunció que comenzaría una ofensiva para, justamente, detener la suba de precios.
Claro que, en un intento por recomponer "el relato", se aferró a la tesis de que la culpa de los aumentos es de los empresarios, y que por lo tanto la solución es más intervencionismo.
"Cuando finalmente terminemos tomando medidas -que me parece que no vamos a tener más remedio que tomar- van a decir que estamos interviniendo excesivamente la economía", pronosticó Kunkel.
Estos intentos de volver a articular el discurso llevan a los analistas a creer que los ideólogos del Gobierno, lejos de buscar una suavización o una versión "light" del cristinismo, no verán otra salida que duplicar la apuesta.
"Mientras las encuestas demuestren que su propia tropa sigue apoyando, no habrá un cambio significativo del discurso", observa Julio Burdman, director de la consultora Analytica.
Algunos plantean que, aun si quisiera, la Presidenta encontraría dificultades en modificar su "relato" sin que ello fuese percibido como una señal de debilidad.
"Su política es la confrontación. Su prioridad ahora será la de mantener disciplinada a su propia tropa. Para ello no le queda otra que mostrar fortaleza y sostener que no está equivocada en el camino elegido", señala Carlos Fara, experto en opinión pública.
El riesgo del "efecto boomerang"
La gran pregunta, claro, es si el Gobierno sigue teniendo margen para "subir la apuesta". O si, por el contrario, el nuevo clima social le impondrá límites al estilo confrontativo.
De hecho, muchos analistas creen que, a esta altura, "el relato" dejó de ser un activo del kirchnerismo, al menos tal como lo fuera hasta ahora.
Más aun. Argumentan que no solamente no logra disimular los errores sino que empezó a jugar una especie de "efecto boomerang".
Razones no le faltan para sustentar tales argumentos. Por lo pronto, situaciones que en otros momentos habrían pasado inadvertidas para la opinión pública, ahora provocan protestas que llegan incluso a la violenta modalidad del "escrache" a funcionarios en sus domicilios particulares.
Esto ocurrió en los últimos días, cuando el juez Norberto Oyarbide, sospechado de estar alineado con el Gobierno por la indulgencia con la que ha tratado causas de corrupción, sufrió un cacerolazo en su casa y se vio obligado a apartarse de un juicio contra el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno (quien también sufrió un escrache a domicilio).
Cuesta creer que la sociedad argentina, que el año pasado, en plena campaña electoral, se mostró indiferente al "caso Shocklender" -que implicó un millonario desvío de dineros oficiales a través de un plan de viviendas de la fundación Madres de Plaza de Mayo- ahora se muestra hipersensibilizada, al punto de reaccionar ante un sorteo para ver qué juez debería atender una causa.
Hay quienes opinan que, como tantas veces, la palabra final la tendrá la economía. Y que si el 2013 muestra cierta distensión, gracias a la gran cosecha de soja que se espera, las protestas terminarán diluyéndose.
"El Gobierno sabe que enfrenta una situación de malhumor, pero apuesta a que no será algo que vaya a cambiar la situación general", señala Fara.
Sin embargo, la propia Presidenta dejó en claro que algunas cosas no podrán modificarse, como por ejemplo el cepo cambiario, que "no existe" (según ella afirmó) pero molesta.
Lo cierto es que el escenario político argentino ya no es el de antes.
Ahora hay una opinión pública atenta que, sin partidos, ni liderazgos ni discurso articulado, está dispuesta a transformarse en un factor de poder.
También, a ejercer un rol más activo y a ser la encargada de hacer la "sintonía fina" sobre "el relato".