Por Carlos Tórtora/El Informador.-
La polarización política que está produciendo el caso Ciccone y el llamado a indagatoria de Amado Boudou ya hace sentir sus efectos en el complicado sciolismo. Como ya pasara en otras ocasiones, la línea dura del gobernador bonaerense, encabezada entre otros por Alberto Pérez y Eduardo Camaño, volvió a la carga planteando que, para no seguir perdiendo votos, aquél debe tener gestos de diferenciación clara con el cristinismo. Uno, el más obvio, sería tomar distancia de la suerte de Boudou y apoyar a la justicia que lo investiga. La posición de este sector apunta a que el kirchnerismo ha conseguido que Scioli se encierre en una trampa perfecta. Es decir, a medida que pasa el tiempo, sus posibilidades de diferenciarse del oficialismo serían cada vez menores y terminaría siendo un precandidato absolutamente disciplinado al mandato de la Presidente, con lo cual podría perder un amplio sector de votantes independientes. De hecho, hasta el momento optó por hacer de cuenta que Boudou no existe. Por su parte, al debate interno del sciolismo aportaría también la mano derecha de Francisco de Narváez, el ahora asesor de la gobernación Guillermo Ferrari. Según él, a esta altura sería desastroso para Scioli no contar con los votos del kirchnerismo, que le son indispensables para ganar. Un tercer sector que opina representa la línea blanda, partidaria de eliminar todas las diferencias con el cristinismo, pagando los costos que fuera necesario. El senador provincial Alberto De Fazio es el vocero de esta postura. De Fazio representa a un grupo de senadores y diputados provinciales que creen tener su reelección asegurada a través de negociaciones con Gabriel Mariotto y Fernando “Chino” Navarro, entre otros.
Las cuentas que no dan
Pero las angustias del sciolismo se extienden hasta las perspectivas para las próximas primarias presidenciales. Como se perfilan hoy las cosas, Cristina está encaminando al Frente para la Victoria para que haya tres precandidatos presidenciales: Scioli, Florencio Randazzo y Sergio Urribarri. Como es fácil suponer, la Casa Rosada pondría ilimitados recursos económicos para que los dos últimos, representantes del kirchnerismo auténtico, alcancen un porcentaje de votos cercano al de Scioli. Así las cosas, sería difícil que éste supere el 10 o el 12% en las PASO. El problema es que si Sergio Massa se presenta como candidato único en las primarias del Frente Renovador, podría superar el 20%, lo que dejaría en una posición muy incomoda al gobernador. En síntesis, que llegaría maltrecho a la primera vuelta, todo para que el cristinismo demuestre que la mayor parte de sus votos no son de Scioli.
En este sinfín de problemas, sus consultores se preguntan qué estrategia comunicacional deberán seguir si en el segundo semestre se profundiza la incipiente rebelión judicial contra el gobierno y los casos de corrupción se convierten en la cuestión excluyente de la agenda política.
La explosión detonada por el Juez Federal Ariel Lijo al citar a Boudou a indagatoria es tan importante que le está quitando al kirchnerismo la ilusión de que el gobierno tendrá en el 2015 un soft landing. La amabilidad reinante entre CFK y Macri no alcanza. Este mismo, si se convirtiera en aliado del FAU, donde prevalece la UCR, se enfrentaría como candidato a un dilema difícil. Es sabido que el jefe de gobierno tiende a restarle importancia a la lucha contra la corrupción, pero sus aliados del FAU hacen del tema su principal bandera y levantan hacia la política a personajes como el fiscal José María Campagnoli, cuya tarjeta de presentación es que avanzó en la investigación del caso Báez más allá de lo que el poder político estaba dispuesto a tolerar. Ni al más imaginativo consultor de campaña se le ocurriría cómo compatibilizar el espíritu conciliador de Macri con las promesas de CONADEP de la corrupción que salen de las filas del FAU.