HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

sábado, 27 de octubre de 2012

EL RECICLAJE IDEOLÓGICO


El relato kirchnerista presenta aquel cataclismo causado por la prolongación de la vida inútil de la convertibilidad como si fuera la constante previa a su advenimiento “transformador”. El futuro dirá si el chavismo y el kirchnerismo han sido verdaderamente transformadores o si lo fueron sólo en los términos a los que se refería Benjamin Disraeli al decir que “en política, todo experimento significa revolución”. Ambos tienen en común la osadía, la voluntad de poder y la descomunal energía que los mantiene siempre a la ofensiva. No obstante, las diferencias son muchas y significativas. Paradójicamente, la principal diferencia radica en una similitud: los dos construyen poder sobre la grieta que divide y enfrenta a la sociedad.
La diferencia es que a la división de los venezolanos no la provocó Hugo Chávez, sino la desigualdad crónica de mayorías hundidas en la pobreza, una clase media casi inexistente y una minoría ínfima y millonaria que resulta socialmente egoísta, políticamente obtusa y económicamente inútil. Chávez profundizó e instrumentalizó con su discurso el rencor acumulado en el abismo social, pero no lo engendró, sino que el abismo lo engendró a él en sentido político. En cambio, el kirchnerismo provocó de forma deliberada la división que dejó a dos países enfrentados. A diferencia de Venezuela, en Argentina hay una extendida clase media y, si bien en su capas altas existen grupos oligárquicos económicamente inútiles, también hay empresarios que aportan al dinamismo económico. La espeluznante situación social de 2003 fue consecuencia del colapso de la convertibilidad, pero no era una realidad constante (como en muchas sociedades caribeñas) sino circunstancial, aunque esa circunstancia fue el agudización de un proceso de concentración de riqueza. El relato kirchnerista presenta aquel cataclismo causado por la prolongación de la vida inútil de la convertibilidad, como si fuera la constante previa a su advenimiento “transformador”. Dejando de lado que Néstor Kirchner y Cristina Fernández fueron “convertibilistas” y parte del menemismo, lo que la historia reciente también muestra de manera nítida es que dividieron a la sociedad a golpe de discurso sectario y pensamiento único. Lo más significativo de lo que tienen en común chavismo y kirchnerismo está en la matriz ideológica en la que abrevan. Ni Chávez ni el matrimonio Kirchner vienen de la izquierda dogmática, pero tiene esa procedencia el combo ideológico que adquirieron para gobernar. Ideas vueltas a usar. El comienzo del siglo 21 demostró que el mercado, sin Estado ni regulaciones, burbujea. O sea, genera ficciones económicas destinadas a estallar, provocando desempleo y pobreza. Pero el final del siglo 20 había demostrado que, sin mercado, la economía va entumeciéndose hasta la parálisis total. Por eso, cuando el colectivismo de planificación centralizada eclosionó en la Unión Soviética mientras se abría al capital privado incorporando mercado en China y Vietnam, la izquierda dogmática generó una diáspora con dos destinos: el progresismo de matriz liberal y el nacionalismo populista de matriz autoritaria. Los liberales que vienen del marxismo se caracterizan, en general, por ser defensores de la sociedad abierta y el Estado de derecho. Algunos ejemplos: el brasileño Fernando Henrique Cardoso y los chilenos Ricardo Lagos, Jorge Edwards y Michelle Bachelet. La explicación radica en que quienes pasaron del marxismo al pensamiento liberal (que no es neoliberalismo), lo hicieron por espantarse de la faz totalitaria alcanzada por el dogmatismo de izquierda. En cambio, los que fueron al nacionalismo populista no emigraban por aborrecer del totalitarismo, sino porque habían quedado huérfanos de modelo económico al fracasar el colectivismo de planificación centralizada. El marxismo siempre había criticado la heterodoxia keynesiana y los regímenes populistas. Con acierto, consideraba que el keynesianismo era una variante capitalista destinada a evitar que “la agudización de sus contradicciones inherentes” terminara liquidando al capitalismo. También de manera acertada, la izquierda explicaba que el nacionalismo populista constituía una estratagema del capitalismo para que la lucha de clases no acabara por sepultar la diferencia entre propietarios y proletarios. Sin embargo, la diáspora huérfana de modelo económico se recicló en keynesiana y nacional-populista. Corresponde aclarar que keynesianismo y nacional-populismo no son equivalentes y que el reciclaje no es criticable. En todo caso, lo criticable es presentar la nueva posición como si siempre se hubiese adherido a ella o, peor aun, presentar al keynesianismo como un instrumento del pensamiento marxista, cuando en realidad fue la base del Estado de bienestar que colaboró con el resultado final de la Guerra Fría. El hecho es que, a diferencia de la diáspora que se encaminó al liberal-progresismo, la que se recicló en el nacional-populismo se mantuvo dentro de su cultura política de matriz autoritaria. Expresar culturas de matriz autoritaria no significa de manera inexorable construir dictaduras o totalitarismos, pero sí construir un poder con rasgos dictatoriales o totalitarios en mayores o menores proporciones. Para la justificación teórica y la elaboración del relato, sirve el aporte de intelectuales como el sociólogo alemán Heinz Dietrich Stefan, de la Nueva Escuela de Bremen. Pero la verdadera inspiración está en la dialéctica schmittiana “amigo-enemigo” y en el modelo político-económico ruso. Los instrumentos de “patrimonialización” y sedimentación del Estado, sometimiento del empresariado y colonización de prensa y cultura, tienen hoy como gran maestro al presidente ruso Vladimir Vladimirovich Putin. 

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