El principal factor que conspira contra las posibilidades de desarrollo es la política cambiaria que genera un severo sesgo anti-exportador. No se trata de una experiencia novedosa para la Argentina, ya que estrategias parecidas llevaron a la decadencia exportadora que hizo eclosión en la década de los `80. Así, se va camino a desaprovechar una de las oportunidades históricas más extraordinarias que emergen del sostenido proceso de crecimiento económico de Asia la cual podría operar como un fuerte dinamizador de toda la cadena industrial. A través del “cepo” cambiario se obliga a entregar al Estado los dólares que ingresan al país por las exportaciones, recibiendo pesos al tipo de cambio oficial.
En paralelo, opera la imposibilidad fáctica de recomprar esos mismos dólares al precio oficial y son múltiples las trabas para realizar importaciones. Esta política cambiaria produce un fuerte desaliento a las exportaciones e impacta negativamente en gran parte del sector industrial. Un testimonio muy ilustrativo se observa en el complejo sojero. Se trata de la actividad más dinámica de la economía argentina gracias a que el mundo ofrece una oportunidad excepcional. Prueba de ello es el precio internacional en su máximo histórico. La soja, además, es un motor de industrialización, tanto por su alta demanda de maquinarias, insumos químicos e innovaciones biotecnológicas como por su industrialización en aceite y biodiesel, dos de los pocos productos en que la Argentina es uno de los líderes mundiales.
Un cálculo simplificado permite ilustrar cómo golpea el “cepo” cambiario en este sector:
· El precio internacional de la soja es de aproximadamente 648 dólares la tonelada.
· Por las exportaciones, el Estado recibe los dólares y entrega a los productores pesos al tipo de cambio oficial ($4,6) aplicando la retención a las exportaciones (35%); así, el productor recibe por tonelada de soja que exporta, 1.940 pesos argentinos.
· El productor, para volver a hacerse de los dólares que él trajo al país, debe recurrir al mercado paralelo donde el dólar se cotiza en torno a los $6,4; de manera que los 648 dólares exportados se convierten en 305 dólares para el exportador.
Este cálculo aproximado permite mostrar que la alícuota teórica de retención a la exportación del 35% se convierte, gracias al “cepo” cambiario, en una imposición del orden del 53%. Si bien el ejemplo se refiere a la exportación de una tonelada de soja en grano, opera en igual sentido para la producción de aceite y biodiesel.
El uso de tipos de cambios múltiples lleva a que los productores reciban un dólar bajo (el oficial) desalentando las ventas al exterior al perder capacidad competitiva. El fenómeno se potencia porque, aunque en teoría habría facultades legales para comprar insumos y bienes de capital con este mismo dólar (el oficial), en la práctica opera una multiplicidad de trabas burocráticas por las cuales muchas veces hay que apelar al mercado de cambios paralelo. El esquema daña principalmente a las industrias exportadoras, pero por vías indirectas conspira prácticamente contra toda la industria.
La aplicación de un mercado de divisas desdoblado –por el cual los exportadores y una gran cantidad de industrias ligadas deben comprar insumos valuados a dólares caros (el paralelo) y vender su producción a dólares baratos (el oficial)– tiene muchos antecedentes en la Argentina. Este tipo de política es la que llevó a la decadencia exportadora del país y se manifestó en su máxima expresión en las crisis de las décadas de los ´70 y los ’80.
Con el sesgo antiexportador, la Argentina está desaprovechando la oportunidad que el mundo le ofrece. Así lo sugiere el estancamiento del empleo observado en el primer semestre del año 2012 el cual no está relacionado a la crisis de EEUU y de la zona del Euro, como señalan las autoridades laborales. Muy por el contrario, el contexto internacional le está ofreciendo a América Latina y especialmente a la Argentina una oportunidad única en la historia. La clave está en que Asia opera como una región de muy alto dinamismo y desde allí se deriva una demanda vigorosa y sostenida de los productos argentinos.
Los tipos de cambio múltiples, además de su sesgo anti-exportador, crean enormes oportunidades de corrupción. Más allá de las voluntades y la ética de los funcionarios, el esquema es intrínsecamente promotor de corrupción ya que es imposible evitar subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones. Por eso, de no mediar un rápido cambio de estrategia, se corre el riesgo de que la época actual sea recordada como la de la oportunidad perdida y la de proliferación de la corrupción.