Más ancianos y “mascotas” (perros, gatos, etcétera), por un lado, y menos familias y niños, por el otro, ponen en jaque el modelo económico, debido a una crisis cultural que quebró a la familia. Siento obligación de aportar al debate de ideas sobre lo que sucede en Europa –ya que lo que allá ocurre velozmente se traslada a nuestros países–, en el terreno que menos se quiere reflexionar. VER MÁS
Es fácil decir que la raíz de la crisis que vive la Unión Europea es sólo económica. Pero resulta difícil afirmar que una de las causas principales de esta situación es de naturaleza cultural y, específicamente, familiar. En ese terreno quiero hundir la mirada y reflexionar.
Es fácil decir que la raíz de la crisis que vive la Unión Europea es sólo económica. Pero resulta difícil afirmar que una de las causas principales de esta situación es de naturaleza cultural y, específicamente, familiar. En ese terreno quiero hundir la mirada y reflexionar.
Siempre se dijo que la familia era la célula básica de cualquier sociedad. La roca en la que ésta se apoyaba. Que la familia era el principio y fundamento de la organización social, que por esa razón tenía primacía sobre otras organizaciones en muchas constituciones civiles. Que a través de la familia se integraban las personas a la sociedad y se daba un sentido trascendente a la existencia y a la prolongación de la especie. Que la familia era la primera educadora del ciudadano... Y se aludía a la “familia nuclear”, compuesta por una pareja heterosexual y sus hijos.
Sin embargo, principalmente dentro de la otrora civilización judeo-cristiana, todo esto ha saltado por los aires, al ponerse en duda la validez de aquella afirmación, por diferentes motivos: desmedidas ansias de libertad individual (la familia requiere un compromiso y la cesión de parte de esa libertad en aras de un bien mayor); inusitado avance por imponer los deseos de las minorías a través de leyes tildadas de “progresistas” (matrimonio igualitario, identidad de género, eutanasia, aborto, adopción unipersonal, permisividad en el consumo de drogas, manipulación genética, alquiler de vientres, filiación adulterada...) e irracional deseo de aniquilar todo sentido trascendente de la vida, mediante una secularización del individuo y el enfrentamiento de toda propuesta de religarse con un Ser Absoluto y su misterio, a quien antes se lo reconocía como Dios. Conclusión, desde hace décadas, esta civilización atraviesa un proceso de destrucción de la familia nuclear.
Construir sobre arena. No viene al caso discutir sobre las nuevas formas y combinaciones “seudo familiares” propuestas para reemplazar la roca de fundamento de la sociedad, sino advertir cómo al pulverizar la roca se pretende construir sobre arena. Y es un hecho que si el cimiento está en la arena, la casa se derrumba.
Pero adentrémonos en la crisis de la Unión Europea y liguémosla con lo que antes hemos enunciado. La Europa moderna, que muchos admirábamos, después de atravesar por el cimbronazo y el desgarramiento de las dos últimas grandes guerras, supo enhebrar un sistema o “Estado de bienestar”, primero en los países nórdicos y luego en el eje entre Alemania y Francia, que sentó las bases de la Unión Europea.
A esto se fueron incorporando los países satélites, primero de la Europa Occidental y luego, ya en medio de la crisis, los del ex Pacto de Varsovia.
Ese “Estado de bienestar” era el que permitía, a través del esfuerzo y el trabajo, recaudar altos impuestos para asegurar educación, salud y seguridad social adecuados en el presente y con otros beneficios en la vejez. Este proceso corrió paralelo a los avances de la medicina que prolongaron la expectativa de vida de la población, y a un proceso de conquistas laborales que en muchos países redujeron las jornadas de trabajo, las edades mínimas de jubilación y la flexibilidad en los convenios. Conclusión: “Vivir más, trabajando menos” se convirtió en una panacea difícil de rechazar, tanto en las propuestas como en las decisiones electorales.
Pero esta nueva fórmula de felicidad trajo aparejados algunos de los males mencionados y agregó a dicho enunciado: “Vivir más, trabajando menos, disminuyendo los compromisos individuales e incrementando el tiempo dedicado al ocio y la satisfacción de los propios deseos”.
Es decir que la “panacea” (medicamento utópico que cura todas las enfermedades) se transformó, a la vez, en pan para el ego y el hedonismo. El compromiso con la formación de familias y la procreación de hijos fue cayendo en picada, a tal punto que los países europeos, supuestamente más desarrollados, comenzaron a mostrar tasas mínimas de crecimiento de la población (si se excluye la de los inmigrantes venidos del norte de África o de Asia).
Países como Italia incentivan hoy un mayor número de hijos, aunque con escasos resultados. Conclusión, la población activa europea formal es cada vez menor (ya que la mayoría de los inmigrantes ilegales trabaja “en negro”) y, en consecuencia, hay menos aportantes para garantizar el “Estado de bienestar” de una población pasiva (jubilados y pensionados) que crece casi en forma exponencial. Más ancianos y “mascotas” (perros, gatos, etcétera), por un lado, y menos familias y niños, por el otro, ponen en jaque el modelo económico, debido a una crisis cultural que quebró a la familia.
La reversión del proceso, según este análisis, es recuperar la familia nuclear para la reconstrucción sustentable de esta parte del mundo y la anulación de todas las leyes retrógradas e involucionistas que atentan contra ella. En una palabra, fomentar el amor maduro y no el pasajero. Parece que en nuestro país nadie ve lo que sucede en Europa y estamos por seguir aceleradamente sus pasos.