HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

viernes, 2 de marzo de 2012

MEZCLÓ LA AUTORIDAD CON LA ANGUSTIA.

La Presidenta se quebró en varias oportunidades, mientras se esforzó por mostrar que es ella quien manda; señales a sus ministros. Tomó los papeles que tenía sobre el estrado y los acomodó con un golpe sobre el escritorio. Con ojos llorosos, había hablado de sus recuerdos de Néstor Kirchner y las críticas que ella había recibido como presidenta. Fue entonces cuando lanzó: "Tengo dudas si vale la pena seguir adelante". La frase le devolvió aplausos. Tomó otra vez los anteojos y volvió a los números duros de la economía y la gestión, que ocupó al menos dos de las tres horas largas que duró su discurso. Mariana Veron/La Nación.
Lloró tres veces y en otras tantas se le quebró la voz. Dijo que seguía en su cargo solamente por la persona que más había querido en su vida, en referencia al ex presidente, y se despidió con una apelación reiterada a que la ayuden a gobernar. Cristina Kirchner se mostró ayer con un discurso que mezcló una contante muestra de autoridad frente a sus ministros con un ir y venir de angustia, cansancio y presión. La explicación que encontraban funcionarios y gente del círculo presidencial para esa fuerte carga emotiva era el creciente malestar que provocaba en ella la falta de soluciones a la crisis abierta a partir de la tragedia en Once . Los allegados a la Presidenta cuentan que su estado de ánimo está influenciado por esa tragedia y el recuerdo de su marido, que el sábado pasado hubiese cumplido 62 años. "Hay una necesidad de enderezar la gestión", se sinceró un funcionario en medio de los conflictos que comienzan a impactar en la imagen presidencial. Desde el inicio de la "sintonía fina" y el recorte de subsidios que impactará en la clase media hasta la crisis en el transporte, la mayoría de los hombres cercanos a Cristina sienten la soledad de la Presidenta en la toma de decisiones. Sólo los involucrados conocían de antemano las dos grandes medidas que anunció ante el Congreso, la reforma a la carta orgánica del Banco Central y la nueva política de vuelos hacia Malvinas. Uno estaba de viaje, el canciller Héctor Timerman, y la otra, Mercedes Marcó del Pont, presidenta de la entidad monetaria, asentía desde la primera bandeja el anuncio sobre la reforma del Central. La Presidenta eligió elogiar a unos y retar a otros dentro de su elenco de gobierno. La más notoria de las confesiones fue haber reconocido a Carlos Zannini, el secretario de Legal y Técnica, sólo como su álter ego jurídico. "Es nada más que eso. No crean esas cosas que dicen por ahí. El tiene una visión y muchas veces yo tengo otra", sostuvo, en referencia a la supuesta influencia del secretario sobre las decisiones de su jefa. Otro que sufrió la presión pública fue el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, a quien Cristina le pidió que cambiara alguna denominación en el detalle de los números de la gestión que le había preparado para que la Presidenta los incorporara al discurso. El levantó su ceja izquierda, sorprendido. Tampoco le gustó a ella que en el informe sobre los números en la política social le habían marcado con la palabra "gasto" lo que para ella es la "inversión". Cada ministerio debió remitir a la Secretaría General de la Presidencia todos los datos que ayer fue desgranando Cristina. Casi todos los ministros tuvieron reconocimientos, aunque mínimos. Sobresalió que no mencionara al ministro del Interior, Florencio Randazzo, ni al de Defensa, Arturo Puricelli. En su constante demostración de autoridad, Cristina confesó que controlaba todo y describió que en ese hurgar había detectado que una universidad pública había comprado dos millones de dólares como inversión. "Controlo todo y así y todo se me pasan cosas", dijo, mirando al vicepresidente Amado Boudou, en quien se apoyó para pedirle datos y fue otro de los pocos que supieron de antemano de las medidas que anunciaría. De su familia sólo estaba su hermana, Giselle. Ni los hijos ni la madre ni las sobrinas, habituales sostenes emocionales, estuvieron con ella. Después de tantas horas de hablar, al final la Presidenta se olvidó de lo central: dejar inaugurado, formalmente, el período de sesiones ordinarias

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