El segundo período presidencial de Cristina Kirchner promete no ser aburrido. Su comienzo, al menos, fue vertiginoso. En menos de una semana ha quedado abierta una amplia brecha entre el oficialismo y la CGT, que se extiende a la mayor parte del movimiento obrero y, subterráneamente, a un amplio espectro del peronismo.
En otro escenario (aunque no faltan los vasos comunicantes), el hostigamiento al gobernador de la provincia de Buenos Aires terminó desencadenando un motín en la policía del distrito.
Nada surge por generación espontánea, claro.En otro escenario (aunque no faltan los vasos comunicantes), el hostigamiento al gobernador de la provincia de Buenos Aires terminó desencadenando un motín en la policía del distrito.
CFK vs. CGT: kirchnerismo y peronismo
Durante el último año se fueron cortando los puentes entre la Casa Rosada y la CGT: Hugo Moyano no fue nunca recibido por la Presidente desde la muerte de Néstor Kirchner; a la hora de confeccionar las listas electorales, la señora de Kirchner dejó ostensiblemente de lado tanto al peronismo territorial como al sindicalismo. Ni siquiera los consultó. A esas agresiones se añadieron otras, algunas concretas, otras por omisión, otras verbales.
La Señora parece convencida de que es buen negocio político para ella tomar distancia de la dirigencia gremial. Imagina que puede explotar los juicios y prejuicios antisindicales de sectores de las clases medias, que las conductas de algunos dirigentes se han encargado de alimentar. Considera, por otra parte, que hay algo de inevitable en ese alejamiento: intuye que las organizaciones sindicales no pueden hacer otra cosa que resistir la política de ajuste que ella (con la excusa de la “redistribución”) está ordenando.
El kirchnerismo, tanto en su etapa primera, con Néstor a la cabeza, como en su segundo momento, con la Señora al timón, siempre tuvo una actitud instrumental tanto en relación con el peronismo como en su vínculo con los gremios. La primera prioridad del matrimonio fue hacer pie fuera del peronismo, con experimentos como la transversalidad. El peronismo fue, hasta el momento, una solución de última instancia, la estructura que salvaba la ropa cuando los experimentos se descomponían. Pero siempre se apelaba a él con reticencia (aunque el recelo generalizado es una marca de fábrica K).
Buena parte de los cuadros políticos de, digamos, confianza del matrimonio Kirchner provienen de los sectores que desafiaron y enfrentaron a Perón en los años 70, o de experiencias con distintos grados de ajenidad al peronismo (desde el Frepaso al radicalismo, el socialismo o el comunismo, pasando por la UCEDE). Hoy mismo, la Señora tiene un jefe de gabinete de origen Frepaso (Abal Medina) y ha armado una línea sucesoria constitucional con un personaje de raíz liberal (Amado Boudou) y una senadora que a principios del siglo XXI estaba enrolada en el radicalismo (como su esposo, el gobernador Alperovich). Se observa, en los hechos, que el peronismo provoca aprensión en el oficialismo. Hasta la apelación simbólica a la figura de Héctor Cámpora lo revela.
El día de su reasunción la señora de Kirchner resumió en un párrafo su distancia afectiva. Usando un tono mordaz lanzó una pregunta retórica (aunque impropia de una abogada recibida): “Me contaron que en la Constitución de Perón no había derecho a huelga. ¿Será posible?”. Tras recibir de un partenaire anónimo la confirmación que buscaba, subrayó: “¡Ah, no había conflictos con Perón!”. Y luego: “Esto es para los que reivindican a Perón”. Para concluir: “Con nosotros tienen derecho a huelga. Pero no de extorsión”.
La señora estableció un “nosotros” (el oficialismo) y un “ellos” (los que reivindican a Perón), marcando, tal vez por primera vez con esa claridad, la diferenciación entre kirchnerismo y peronismo. Y combinó esa distinción con un ataque a los gremios (particularmente a Hugo Moyano, a quien ha decidido no llamar por su nombre: en la Conferencia Industrial organizada por la UIA, invocándolo, lo hizo por su cargo: secretario general de la CGT).
Dicho sea de paso, que el derecho de huelga recién alcanzara nivel constitucional con la reforma de 1957, no implica que “no había conflictos con Perón”.
Moyano canta retruco
El jueves 15, en el estadio de Huracán, Hugo Moyano celebró el Día del Camionero rodeado por unos 60.000 trabajadores que escucharon su discurso bajo la lluvia. En la ocasión, el líder cegetista reiteró las reivindicaciones que viene sosteniendo la central obrera y fue más allá de lo sindical: se metió de lleno en el campo político.
“Ahora resulta que cuando hay un reclamo es una medida de extorsión, es un chantaje. ¡Que no se equivoquen: reclamamos nuestros derechos!”, disparó para empezar. Y recordó la lista: que no haya techo en las paritarias y que las discusiones salariales se darán “con la inflación del supermercado”, no con las cifras del INDEC; que hay que terminar con “el impuesto más injusto, que va sobre el salario de los trabajadores” (el gravamen a las ganancias sobre los sueldos). Moyano dijo que no tiene sentido negociar salarios sin una modificación del mínimo no imponible: “Los trabajadores hacen un sacrificio por ganar un peso más y después se lo queda el Estado”, se quejó. Sus motivos tiene: para los trabajadores en blanco de sueldo medio el impuesto (sólo este impuesto) puede equivaler a un aguinaldo completo. Al tope de los reclamos, Moyano insistió con la consigna de participación en las ganancias empresarias (el sindicato bancario ya incorporó el punto para discutirlo en paritarias).
El jefe camionero advirtió además contra algunas propuestas que circulan en el gobierno de intervenir las obras sociales y reclamó por la deuda con ellas que mantiene el Estado (miles de millones, según él): “Subsidian los casinos y quitan el dinero para la salud de los trabajadores. En poco tiempo más empieza la cesación de pagos de las obras sociales y cuando esto ocurra, los trabajadores no vamos a aceptar que se lucre.”
Más allá de la nómina de agravios sindicales, Moyano lanzó una ofensiva política. Primero se ocupó de dividir por dos el caudal electoral de la Presidente: “Del 54 por ciento de los votos, el 50 por ciento son de los trabajadores –contabilizó el dirigente-. La votamos, y resulta que ahora somos extorsionadores”. En paralelo, renunció a sus cargos en el justicialismo bonaerense y en el nacional: “El partido es una cáscara vacía y yo no soy un bufón: a los candidatos los deciden afuera del Partido Justicialista”. De inmediato, convocó a “reconstruir el peronismo”.
Refutación del relato
La convergencia de reivindicaciones potenciadas por la suma de inflación y ajuste con el llamado a una recuperación política del peronismo ha proyectado a Moyano a una situación estelar. De un lado, cosechó inmediatamente respaldo de varios que aparecían alejados de él en el plano gremial, desde Luis Barrionuevo a Pablo Micheli, de la Confederación de Trabajadores Argentinos (CTA), pasando por Jerónimo Venegas, el vértice de las 62 Organizaciones. Michelli reveló que unos días antes del acto en Huracán se había reunido con Moyano y con Barrionuevo, dirigentes de otras dos centrales, Admitió que, aunque la CTA mantendrá su autonomía, avanza hacia una “convergencia en la defensa de los derechos de los trabajadores” con la CGT. Barrionuevo parece dispuesto a disolver su CGT Azul y Blanca para volver a la calle Azopardo apoyando a Moyano para que concluya en paz su período como secretario general. Los sindicatos observan un clima de hostilidad contra sus organizaciones y se disponen a defenderse.
Moyano aparece también como una alternativa política para los sectores peronistas que quedaron marginados por el dispositivo de concentración de poder del oficialismo. Las organizaciones sindicales siempre jugaron el papel de últimas defensas (“inconmovibles”, los elogió Perón en su último discurso) frente a intentos hegemónicos ajenos y hostiles, provinieran de gobiernos tiránicos o de incrustaciones en el propio movimiento (caso del montonerismo o el lopezreguismo, en los años setenta).
Es igualmente cierto que fracasaron, en el peronismo, los intentos de crear partidos “de trabajadores”, basados en las estructuras gremiales. El caso más recordado es el del intento que se adjudicaba en los años 60 al metalúrgico Augusto Vandor de construir un partido obrero, al estilo del laborismo británico de entonces, pero con iconografía peronista.
Moyano, un peronista histórico, seguramente tiene en mente ambos rasgos de la tradición de su movimiento.
Por el momento, sus definiciones golpean sobre el “relato” oficial con efectos tan letales como el que han tenido las revelaciones sobre el caso de la Fundación Madres de Plaza de Mayo (una narración a la que el caballero Sergio Schoklender no cesa de incorporarle capítulos picantes). Y su apartamiento del sistema de poder K (la quiebra de la llamada “alianza estratégica”) deja al gobierno sin un pilar importantísimo y lo somete a un enorme desafío, que se irá desplegando durante el verano.
Disparen contra Scioli
Hace meses que el gobernador bonaerense viene soportando el ataque de sectores camporistas del gobierno central, concentrado sobre su estructura de Seguridad. Con una pequeña pausa durante la campaña electoral, esos grupos (cuyas encarnaciones mayores son la ministra Nilda Garré, el abogado León Arslanián y el ideólogo Horacio Verbitsky) se obstina en quitarle al gobernador el control sobre las fuerzas policiales y centra sus ataques sobre el ministro provincial del ramo, Ricardo Casal, que Scioli designó y defiende.
El episodio que desató esta semana la protesta generalizada de la policía provincial fue el intento de barras “camporistas” de ingresar intempestivamente y sin invitación a los palcos de la Legislatura bonaerense, en La Plata, para la ceremonia de reasunción de Daniel Scioli. Esas legiones ya habían copado el mismo escenario unos días antes, cuando juraron los nuevos legisladores, y se habían dedicado a hostigar a los que no consideraban “leales a Cristina”. Era previsible que ahora fueran a maltratar al gobernador: para el cristinismo fundamentalista la posibilidad de que Scioli pueda aspirar a la presidencia en 2015 constituye un peligro a erradicar. La policía fue convocada para impedir que alcanzaran los palcos y la cosa terminó con agresiones. Hubo cuatro agentes heridos y dos militantes lesionados. Desde el gobierno nacional se presionó fuertemente para que los policías fueran sancionados administrativamente y para descargar las culpas del episodio sobre la fuerza y sobre el ministro Casal.
El gobernador consiguió superar la crisis moviéndose con delicadeza. El vicegobernador, por su parte, despidió a los policías provinciales que actuaban en jurisdicción del Senado para gestar su propio dispositivo de seguridad.
En tiempos de verano no habría que jugar con fuego en los bosques. Todo se vuelve excesivamente combustible.