"I NEED YOU" |
MISIÓN ARGUELLO: SACAR DE LA CLANDESTINIDAD LAS RELACIONES CON EE.UU.
Estuvo ayer en Olivos una hora y media. Le ordenaron silencio hasta que salga el plácet y que construya lo que ya existe, una relación con EE.UU. que sea normal, madura y previsible.
Jorge Argüello viajó anoche a Nueva York con la primera instrucción presidencial, recibida en la mañana de ayer en una recoleta reunión a solas con Cristina de Kirchner en Olivos: no abrir la boca ante la prensa hasta que el Gobierno de Barack Obama no formalice el plácet como nuevo embajador en Washington. El Gobierno descuenta la aprobación porque ya hizo las consultas informales y recibió el OK, sujeto al trámite engorroso de los plácet que tiene Estados Unidos. A diferencia de otros países, Washington somete esos pedidos a la aprobación de varias oficinas y no puede responder en el acto y por teléfono, como hizo Brasil durante el fin de semana sobre el plácet para Luis Kreckler como representante argentino.
En esa hora y media que compartieron, la segunda reunión en 48 horas -aunque esta vez sin la presencia de Héctor Timerman, que sí estuvo el martes cuando le ofrecieron el cargo- Argüello recibió una instrucción que sería clarísima si la diplomacia no sufriera esa pasión malsana por el doble discurso y la insinceridad. La Presidente le dijo que debía construir una nueva relación con Estados Unidos que sea «normal», «madura» y «previsible». O sea, edificar algo que ya existe, porque en los asuntos que realmente le interesan a Estados Unidos y a la Argentina existe desde siempre, y desde 2003 -comienzo de los gobiernos Kirchner- esa relación normal, madura y previsible.
Nunca los dos países se han visto separados en objetivos como lucha contra el terrorismo internacional, esfuerzos por la persecución del lavado de dinero, por reformas a los organismos internacionales de crédito -en lo cual coincidieron George W. Bush, Obama y los Kirchner- defensa de los derechos humanos y equilibrio en la región entre administraciones «amigas» (Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia) y las que responden al eje del mal (Venezuela, Ecuador, Cuba, Nicaragua). Los gobiernos de los dos países han entendido posiciones en interés propio que podían molestar al otro, como ocurrió cuando la Argentina se hacía financiar por la Venezuela del petróleo caro o cuando Estados Unidos se apuraba -empujado por los republicanos del Congreso que condicionaban a eso el voto a las reformas del sistema de salud- a reconocer el gobierno post golpe de Porfirio Lobo en Honduras.
Las rispideces de superficie no las tomó nunca en serio ninguna de las dos partes. Si faltasen testimonios de que la amistad de fondo nunca se quebró allí están los cables destapados por el servicio Wikileaks, en donde aparecen todos los funcionarios del Gobierno deshaciéndose en zalemas y declarando su amistad con los Estados Unidos. Como ocurre en todos los países del mundo -y Washington lo entiende y mira para otro lado- los gobiernos argentinos cada tanto echan un muñeco imperial a la hoguera del tercerismo para halagar a sus socios de la sedicente izquierda criolla.
El pico más alto de ese extremo ocurrió hace cinco años en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, que hace una semana los socios del Gobierno intentaron festejar. Apenas salieron en los diarios no tuvieron apoyo alguno de la administración Kirchner. Entre aquellas algaradas chavistas que Bush entendió como un insulto -de poco valía porque lo insultaban en todo el mundo- y lo que ocurre ahora pasó algo muy importante. Cristina de Kirchner ganó la reelección con el 54% de los votos en unos comicios en donde sus socios de la izquierda apenas registraron peso en la balanza. El emblema es el movedizo Martín Sabbatella, que prometía aportar el 10% de los votos del padrón bonaerense a la candidatura presidencial. Alcanzó apenas la mitad. La misma suerte corrieron apuestas transversales que ahora no pueden reclamarle a la Presidente que los halague con discursos antiimperialistas ni nada que se le parezca.
Este gesto de buscar la nueva etapa de las relaciones con Washington hay que anotarlo en el giro en la agenda presidencial en los primeros diez días después de las elecciones. Cristina de Kirchner adoptó medidas con algún costo político que podía amortiguar con el peso de los votos, como reunirse y festejar la nueva amistad con Obama y los Estados Unidos, obligar a petroleras y mineras a liquidar en la plaza local los dólares de sus exportaciones (quitándoles privilegios concedidos por decretos de Carlos Menem y de Néstor Kirchner), la obligación a las aseguradoras a repatriar sus inversiones, el control al mercado cambiario y, lo más importante, el recorte progresivo de los subsidios.
Son todas medidas dictadas por la necesidad que se pueden tomar desde una posición de poder y fuerza que no ha tenido ningún gobierno de la última década. El que iniciará Cristina de Kirchner el 10 de diciembre es el primero que tiene esos atributos y lo prueba con estas medidas que nadie le reprocha. Y menos entre sus socios, a quienes les cuesta este giro en las relaciones con Estados Unidos.
En este punto, las designaciones en embajadas de los dos principales competidores para reemplazarlo a Timerman en el gabinete (Kreckler, Argüello) significa llevar a destinos principales a funcionarios que tampoco pertenecen al ala izquierda del Gobierno. A Brasilia y Washington van dos ortodoxos, moderados, de centro, hombres de fe, insospechados -como el nacionalista canciller Timerman- de chavismo, de castrismo, de fundamentalismo alguno. Más bien todo lo contrario. Quien se dejase llevar por el estereotipo que alimentan los adversarios del Gobierno identificados con el atlantismo de la Cancillería -lo que antes se llamaba la línea Revlon por su identificación con Londres, París y Nueva York- no entenderían nunca estas designaciones. Sólo porque esas relaciones maduras, normales y previsibles siempre existieron es que Argüello puede ir a Washington.
La diplomacia, por su pasión premoderna por la insinceridad -que se expresa por la preferencia por las formas antes que los el contenido- también ha sido víctima de la informática y el celular, aparatos únicos con los que cuentan los presidentes para relacionarse. Que los vínculos entre los países se hagan por canales no diplomáticos enoja a los dinosaurios de la profesión, que preferirían que los gobiernos se dejaran llevar por la agenda para la región que expresa la columnista del Wall Street Journal, María Anastasia OGrady, a quien -presumen en el Gobierno- alimentan con letra criolla ex embajadores de Menem en la ONU con minutas sobre la Argentina. Con esos materiales se construye el estereotipo de que el país está aislado del mundo, algo que el Gobierno intenta responder con voceros de solvencia parecida, como el columnista oficial Pedro Brieger. Si los atlantistas basan su ciencia subrayando las notas que le leen a la OGrady, los Brieger lo hacen subrayando las que leen en Newsweek en Español, también dictadas desde Buenos Aires.
Este empate de insolvencias le abre el camino a Argüello para refaccionar este edificio que nunca estuvo en peligro de derrumbarse pero que ahora le encargan para que la normalidad, la madurez y la previsibilidad salgan de la clandestinidad y se pongan en la superficie de las relaciones entre los dos países.