Una maravillosa voz desde una Argentina profunda y en cierta forma inalterable, se ha ido. En vida, Mercedes Sosa fue difundida, escuchada e imitada durante décadas por millones de argentinos y extranjeros de todo el mundo. Su increíble tono único, potente y diáfano forma parte de uno de los registros milagrosos que cada tanto se producen entre los hombres. Hay un itinerario que nos interesa destacar y que en sus momentos finales la confirmara en la entraña popular de sus ancestros. El componente de la catolicidad popular argentina y especialmente el de nuestro amado norte nacional, estaba presente y corría por sus venas desde siempre. Ya hace unos años y con motivo de la enfermedad y muerte de su madre y su propia convalecencia, había resurgido con fuerza una espiritualidad dormida pero nunca destruida. Fueron pasos para desandar una vieja prisión ideológica que le había hecho creer que los pobres y la pobreza eran incompatibles con la fe católica. Y que la música popular argentina tenía propiedad intelectual en los representantes de una versión cultural de nuestra patria que hacía de esa falaz dicotomía un negocio espúreo. Como pudo y supo, Mercedes Sosa tomó alguna distancia, en su vida plena, de todo aquello que la había obligado a ser partícipe de algunas notorias crapuladas que en nombre del comunismo y su defensa se hicieran en la Argentina y en el mundo. La negritud de la Sosa, en el final de su vida, misteriosamente ha vuelto a ser plena Quizás una cierta desilusión produzca en el progresismo esta comprometida “defección” final. Como se verá, solamente le importó hacer lo esencial: volver a casa. Decía Borges que la muerte dignifica, siempre y a todos. Es cierto. Pero en el caso de Mercedes Sosa, la dignifica su fe y su volver al hogar como Dios manda. Recordemos esta secuencia de su vida, frente al “mercedismo” que se viene y que lo va a obviar, distorsionar y hasta negar. ¿Significa mucho su firma de ese despropósito llamado "Carta de la Tierra", frente a su testimonio final?¡Grande Negra!
HANNAH ARENDT
En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".
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