Un hábil gato hacía tal matanza de ratones, que apenas veía uno, era cena servida. Los pocos que quedaban, sin valor para salir de su agujero, se conformaban con su hambre. Para ellos, ese no era un gato, era un diablo carnicero. Una noche en que el gato partió a los tejados en busca de su amor, los ratones hicieron una junta sobre su problema más urgente.
Desde el principio, el ratón más anciano, sabio y prudente, sostuvo que de alguna manera, tarde o temprano, había que idear un medio de modo que siempre avisara la presencia del gato y pudieran ellos esconderse a tiempo. Efectivamente, ese era el remedio y no había otro. Todos fueron de la misma opinión, y nada les pareció más indicado.
Uno de los asistentes propuso ponerle un cascabel al cuello del gato, lo que les entusiasmó muchísimo y decían sería una excelente solución. Sólo se presentó una dificultad: quién le ponía el cascabel al gato.
- ¡Yo no, no soy tonto, no voy!
- ¡Ah, yo no sé cómo hacerlo!
En fin, terminó la reunión sin adoptar ningún acuerdo.
Desde el principio, el ratón más anciano, sabio y prudente, sostuvo que de alguna manera, tarde o temprano, había que idear un medio de modo que siempre avisara la presencia del gato y pudieran ellos esconderse a tiempo. Efectivamente, ese era el remedio y no había otro. Todos fueron de la misma opinión, y nada les pareció más indicado.
Uno de los asistentes propuso ponerle un cascabel al cuello del gato, lo que les entusiasmó muchísimo y decían sería una excelente solución. Sólo se presentó una dificultad: quién le ponía el cascabel al gato.
- ¡Yo no, no soy tonto, no voy!
- ¡Ah, yo no sé cómo hacerlo!
En fin, terminó la reunión sin adoptar ningún acuerdo.
Cualquier semejanza o coincidencia con la realidad política argentina actual, no es casual. También cabe preguntarse: ¿hay que ponerle cascabel a este gato? Nuestra moraleja: correte. Quizás sea mucho mejor la mudanza, salirse de allí, antes que se devore todo. No nos referimos a pasar a un romántico e irresponsable ostracismo revolucionario y marciano. Pero convengamos que el núcleo central, fundamento y diseño de la política tiene que retomar sinceramente el bien común como su razón de ser, testimonial y no como discurso. Permanecer en esos espacios y lógica demasiado tiempo, solamente pensando en ser reemplazante del oficialismo, es condición de que a la corta o a la larga, todo se termina pareciendo. Hasta Aldo Rico y Carlos Kunkel se parecen, y si ellos mismos lo dicen por algo será y debe ser cierto. ¿Hay muchas soluciones ahí o así, que no sea más de lo mismo?
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