En Hamlet, la magistral obra de William Shakespeare, la tesis principal es que el poder es sinónimo de sangre, crimen y conspiración. Y para lograr mantenerlo a cualquier precio, es menester instalar la violencia. Era lo que se veía en la época. Pero también se intuye en aquella pluma, la escuela de un pensamiento y una cultura que ha considerado al asesinato como salida o solución. La verdad es que no es, ni ha sido, la única o necesaria posibilidad. La historia ha sido elocuente en ello. Pero los tiempos que corren, se caracterizan, como entonces, por la separación planificada del tercero excluido: el partido popular. El de verdad, no el del español Aznar. Las oligarquías suelen manipular pendularmente a la izquierda y la derecha para lograr ese objetivo: la auténtica proscripción popular. Todo occidente se ha caracterizado por ello, pero donde se ha puesto especial atención en este tipo de montaje tan redituable a los apetitos económicos de la metrópolis, es en regiones especiales de todo punto de vista, como la Argentina. Por eso es que el enemigo del pueblo argentino, señalado fatídicamente el 24 de marzo del `76, es uno solo. Una sola voluntad y un solo objetivo: el saqueo. Sus políticas, hoy en su versión degradada y decadente, y sus consecuencias, están a la vista hoy más que nunca. El ascenso de los Kirchner al poder estuvo abonado por la bonanza, ficticia por cierto, del excesivo sobreprecio de las materias primas alimentarias exportables. Nada de economía real, todo timba que explota por todos lados. Las SS, soja y suerte, supo decir en su momento Carlos Saúl, con su innegable chispa. Aquel esquema acompañó a los Kirchner en su ascenso. El derrumbe circunstancial del esquema de la renta improductiva, parece que los va a arrastrar. En el medio, va a quedar un período más de devastación de la economía estructural argentina con la desnacionalización de nuestras empresas, industria y campo. El ensanchamiento y profundización de la fractura social y la subversión cultural generalizada. Nada nuevo en los últimos treinta años. Todas secuelas a las que nos tienen acostumbrados los gobiernos de estas décadas, sean del color que digan ser. Delicias que favorecen en extremo, la seguramente aggiornada labor de los sucesores de Néstor y Cristina, si es que no se produce la deseada discontinuidad.
HANNAH ARENDT
En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".
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